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Yo te saqué del laberinto, y tú me hiciste entrar en él sin que para mí haya salida que valga, ni aunque sea la postrera. Porque mi vida ha pasado, y todo se me escapa sin posibilidad de nexo alguno que me devuelva a mí misma o al cosmos. Estoy aquí, la brisa acaricia mis cabellos y yo voy a tientas en la noche, porque he perdido mi hilo, ese que te di a ti, Teseo…

…¿te gusta? He estado pensándolo toda la noche, la he vuelto a escribir de memoria palabra por palabra, pero estoy seguro de que tú la mejorarás al escribirla, hazla más conmovedora, si eres capaz… a mí no se me da bien lo de la conmoción, pero aquí viene realmente al caso porque ésta es una carta que provenía realmente de la nada… ¿Quién le había escrito a Tristano esa carta y de qué abismos emergía como un mero que remonta inexorable el tiempo desde sus simas hasta que un día sale a boquear a ras de agua? ¿Vivía aún esa mujer que buscaba su tumba? ¿Y para qué, para excavarse quizá una fosa al lado de la suya? Daphne ya no existía, pero quedaba su voz, y por lo tanto su buscarlo. ¿Podemos sobrevivimos a nosotros mismos? Quién podría decirlo… Con los ojos desorbitados bajo la canícula agosteña, con las palabras de una carta sin carta entre las manos, ectoplasma del remordimiento condensado en el aire como un gas de amoniaco salido de una tubería agujereada, inmóvil permanecía Tristano encandilado en el blancor del mediodía, en cueros como un animal, tal y como había huido de la casa presa de sus voces, invocando espíritus que lo invocaban… el péndulo miembro flaccido, aguja de brújula inútil, señalaba un punto no cardinal que él comprendió que era la tierra, y más que la tierra, lo inferior, y más que lo inferior, el abismo y lo eterno… y el resplandor de la luz de golpe se transmutó en tiniebla, cegada tiniebla que todo engulló… Levantó los brazos como si se tambaleara y se sintió inquilino de la nada, reducido a la nada él mismo. ¿Estaba ya muerto, tal vez? Quién podría decirlo, quién podría decirlo… Nadie puede decirlo, escritor, eso sólo lo sé yo, y tal vez ni siquiera yo, porque uno no se muere sólo por fuera, se muere sobre todo dentro.

Seré sincero, antes de que llegaras, había pensado contarte todo acerca de Mavri Eliá, de ello no ha hablado nunca nadie y tú también por suerte en tu libro lo ignoras… y me decía que iba a restablecer los equilibrios. Qué estúpido, como si en la vida hubiera equilibrios que restablecer… y, en cambio, se me han pasado las ganas. Mavri Eliá le pertenece sólo a Tristano, por qué habría de dártela a ti, tú no te la mereces… como mucho te diré algo esencial, me limitaré a lo que suelen llamarse hechos. Porque además, ¿qué quiere decir eso de los hechos?… pero dejémoslo así, los hechos… por ejemplo, cuando desapareció… cuando falleció, como dirían esos que usan expresiones del tipo me veo en la obligación, mi más sentido pésame. Estupideces, las personas no mueren, me veo en la obligación de precisar, quedan sólo hechizadas… lo dijo un escritor al que deberías conocer, nosotros quedamos hechizados por aquellos que nos aman, pero por aquellos que nos aman mucho mucho mucho, nos quedamos ahí, flotando en el aire como globos, pero no nos ve nadie, sólo nos ven aquellos que nos aman, pero aquellos que nos aman mucho mucho mucho, y ellos, poniéndose de puntillas, con un pequeño impulso, un saltito de nada, nos cogen de las piernas que ya se han vuelto de aire y nos arrastran hacia abajo, reteniéndonos, pues, si no, empezaríamos otra vez a volar, a levitar, pero ellos, cogiéndonos del brazo, nos retienen aquí abajo, en ese abajo en el que están ellos, como si nada hubiera pasado, como se montan ciertas pequeñas ficciones en la vida, por conveniencia social, para no quedar mal con el tendero o con el del estanco que te conoce de toda la vida y que diría pero qué raro ese de ahí paseando del brazo con su mujer que fluctúa en el aire… Y así le sucedió a él, a Tristano, era un domingo, y aunque no lo fuera, da igual, porque he decidido que las cosas importantes de la vida de Tristano sucedieron en domingo, y si tú lo escribes en el libro que escribirás se volverá cierto, porque escritas las cosas se vuelven ciertas… y estábamos en agosto, porque he decidido que las cosas importantes de la vida de Tristano sucedieron un domingo de agosto y si tú lo escribes se volverá cierto eso también, verás… él deambulaba por una Plaka desierta y pensaba en ciertas miradas melancólicas de ella, en ciertas veladas melancólicas en Malafrasca, Daphne meditabunda delante de las ventanas abiertas sobre el llano, las lámparas de petróleo, y su voz marcada por el acento cretense que decía, Tristano, una voluntad mía, cuando muera no quiero ser enterrada aquí, en este llano donde hay un cementerio lleno de niebla, llévame a mi casa y haz que me incineren, y las cenizas espárcelas en mi mar, entre mis islas del Egeo, pero no con un gesto dramático, por favor, de manera sencilla, vete por ahí, de una isla a otra, haz que algún pescador te preste una barca, te alejas un poco de la playa, pero no mucho, en Sifnos, en Naxos, en Paros, y me vas echando un pellizco aquí, un pellizco allá, y por favor, tú túmbate desnudo en el fondo de la barca, como cuando hacíamos aquellas excursiones porque tú te empeñabas en pescar gambusinen y no los pescabas nunca, y acabábamos haciendo el amor y la barca cabeceaba peligrosamente y tú gritabas ¡naufragio próximo!… Tristano se entretuvo con el mercero de Plaka, ella estaba tendida en la capilla bizantina de ahí al lado, hacía un calor… y él pensaba que al mercero se le ocurriría la forma de hacer que la encontrara de nuevo porque la había conocido de pequeña, pero el mercero no se acordaba, entonces Tristano se acercó al quiosco de bebidas y preguntó al hombrecillo, se acuerda de una mujer que de niña compraba a veces caramelos aquí, se llama Daphne, más conocida por Phine, sus amigos siempre la han llamado así, está tendida en un ataúd en la capilla de la placita de aquí al lado, ¿se acuerda de ella, podría hacer que me la restituyeran?, he oído decir que a veces ocurren estos sortilegios y estoy intentándolo… Pero el hombrecillo del quiosco no se acordaba de Daphne, lo siento, me decía, pero es que hay tantas Daphnes en Grecia… y entonces Tristano se dirigió a la mujer sin piernas que vendía violetas y la mujer sin piernas que vendía violetas se acordó enseguida, dijo claro, claro, aquella chica que tenía dos ojos que parecían dos aceitunas negras, ha pasado mucho tiempo pero me acuerdo muy bien, mira que no se ha esfumado en la nada, está ahí a tu lado, a la altura de la rama de aquel naranjo, basta con que la cojas de las piernas y con que tires hacia abajo… Son extrañas las magias, escritor, porque fue dicho y hecho, Tristano se dio la vuelta y vio a Mavri Eliá que estaba fluctuando a la altura de una naranja y le dijo, pero qué estúpido, con la vejez debo de haber perdido vista, estabas justo aquí detrás de mí y no me había dado cuenta, menos mal que estaba esta señora que vende violetas y que me ha explicado que sólo estabas hechizada… Gracias, señora, le dijo a la mujer sin piernas que vendía violetas, bajó a Daphne del árbol y echaron a caminar por Plaka, contrariamente a lo que él había creído era un día de invierno, y Daphne le dijo, entra en mi portal, están disparando, es peligroso, y tú has matado a un oficial alemán.