…En la lejanía se veían fuegos en los montes, pastores tal vez. Caía la tarde y un añil tenue teñía de turquesa la franja del llano, se le vino a la cabeza una palabra sepultada por los años, azulete, así se llamaba aquel líquido azul que las mujeres de la casa usaban para hacer la colada… y entretanto la carretera corría ahora derecha hacia la montaña, sobre una ladera se había encendido un racimo de luces, una aldea quizá, no, no es Tebas, dijo Ghiannis, aunque Tebas sea hoy una aldea, ya la hemos pasado pero no te has dado cuenta, debe de ser un pueblecito cualquiera, pero ahora nos esperan una serie de curvas, estamos subiendo hacia el Parnaso, que en la literatura parece una dulce colina y es en cambio un macizo enorme, quizá nos paremos a comer algo en Arachova… Y en aquel momento Ghiannis empezó a hablar de la guerra de Crimea, quién «Sabe por qué, y Tristano pensó en su maestra de primaria, que tanto le quería, en el Catón, y en aquel Parnaso de musas difuntas afloraron en la noche rostros sin rostro, el general Lamarmora y sus granaderos, y sobre todo una voz que cantaba avero un cavallino brizzolato… Pero la luna era un disco álgido, la carretera desierta, un perro vagabundo parado en el arcén de una curva parecía estar esperando a alguien, tenía el cuello en tensión y la cabeza levantada, como si aullara… Y con aquella imagen llegó otra voz, una de esas que se habían alojado en su interior, aunque quizá fuera siempre la misma con timbres distintos, y cantaba un lamento como una canción de cuna… Antheos, dijo, si sabes ese poema de las voces, recítalo en griego, por favor. No me llamo Antheos, dijo Ghiannis, me llamo Ghiannis. Da igual, contestó Tristano, tienes la misma voz que un amigo que conocí en Plaka hace muchos años, yo sin embargo le llamaba Marios, a veces nos hablan en sueños, a veces, en nuestra imaginación, las oye ¿el pensamiento… Empezaron a subir la ladera del monte bajo la que se extendía el olivar de Delfos, se detuvieron delante del onphalós… levantó los ojos. El cielo estaba bajo, con una costra espesa de niebla goteante. Tristano acarició la superficie redonda de la piedra y empezó a ascender hacia el templo de Apolo. Bajo el pórtico del tesoro de Atenas había un hombrecillo mal vestido que se protegía de la lluvia, tenía un buzuki sobre las rodillas y, en cuanto lo vio, empezó a rasgar las cuerdas de su instrumento. Tristano le dio una moneda y él empezó a canturrear una canción antigua quizá, de la que entendió a duras penas el estribillo,
tram to teleftéo, después un drunga, drunga… era una música popular y triste… Le pidió al cantor ambulante que pronunciara mejor las palabras, que no entendía… Essürossa ki arghisame, ma osso ke na fteo, perpata na prolávume, to tran to teleftéo… me he emborrachado, se nos ha hecho tarde, sé que me he equivocado, pero apresurémonos a coger el último tranvía, drunga drunga suena el timbre en la noche, drunga drunga, es el último tranvía… Le rogó a Ghiannis que lo esperara y empezó a subir hacia el templo de Apolo, en precario equilibrio sobre el empedrado resbaladizo por la lluvia. Apoyó la mano en una columna trunca e hizo un gesto, en algún sitio había leído que de esa forma se solicitaba el oráculo. Se sentó bajo la lluvia y encendió un cigarrillo… De las Pitias ni sombra siquiera, naturalmente, todas estaban difuntas desde hacía siglos. Qué idiota, se dijo, recorrer tanto camino para llegar hasta allí, bastaba con que te concentraras bien, una bonita cefalea doméstica y la Pitia hubiera venido a domicilio… Había empezado a llover con más fuerza, se levantó, empezó a bajar lentamente en la oscuridad. A lo lejos, en el horizonte, se veían las farolas de la costa, Galaxidi… eran una fila de luces temblorosas, amarillentas, sólo una era blanca, qué extraña esa única luz blanca en medio de una fila de luces amarillentas, Tristano se la quedó mirando y aquella luz empezó a ir a su encuentro, se acercaba a una velocidad increíble hasta que lo arrolló como un meteoro, y él se encontró en una plaza fría y desierta, frente a un oficial nazi tendido en el suelo, mientras miraba con estupor su fusil, una muchacha abría un portal y le hacía gestos para que entrara… No era éste el enigma cuya explicación había venido a buscar, murmuró para sus adentros, este pasado lo tengo claro… Lo sé, contestó el ciprés, no es por este pasado por el que has venido hasta aquí… has venido para que tu verdadero pasado sea dicho por mi voz, porque tú no tienes valor para hacerlo, y de ese modo me encargas a mí, que predigo el futuro, el predecir lo que, habiendo sido ya, no podrá cambiarse… pues entonces escucha… un día, hace muchos años, tú te encontrarás en un bosque, en pleno monte, y será un alba lívida y fría, y tú estarás escondido detrás de una roca con una metralleta en la mano, esperando que los enemigos salgan de un caserío derruido… estarás impaciente, tembloroso de frío y de miedo, porque grave es la tarea que te aguarda y de ti dependen las suertes de todos tus compañeros y del ideal por el que te has echado a la lucha… y por fin aquellos enemigos saldrán, y tú con precisas ráfagas de metralleta los matarás a todos… ahora, sobre ese claro entre los montes ha caído un silencio sepulcral, y tú te levantas triunfante, eres el nuevo comandante de aquel manípulo, eres un héroe, los has matado a todos, has vengado también al viejo comandante con quien los enemigos han acabado… pero en aquel momento, he aquí lo inesperado, algo que hace que te latan las venas en las sienes y te deja helado… una mujer ha salido del caserío, tiene el pelo en desorden como quien no ha tenido tiempo de arreglarse después de la noche, y los ojos desorbitados por el asombro y el terror… te ve, se detiene en medio de la explanada, entre los cadáveres de los soldados, parece una estatua, y después te grita, ¡traidor!, ¡nos has delatado, tú, traidor!… Tú quisieras ir a su encuentro, decirle que no era más que un viejo comandante y que a cambio de uno solo los has exterminado a todos… pero no dices nada, es como si lo que pensaras se congelase en el aire sin hallar voz… ¿cómo es posible?… esa noche ella debía estar en una misión en el valle, y en cambio… mira dónde estaba… ahora le apuntas con la metralleta, ella está en el centro de la mira, un solo disparo y te habrás vengado y al mismo tiempo desaparecerá el único testigo de lo que sucedió de verdad, y tú serás un héroe perfecto… Pero no dispararás, eso la Pitia lo sabe, y lo sabes tú también… Peregrino, ¿sabías que ella pasaba las noches en ese caserío? ¿Por eso te convertiste en delator? ¿O bien porque realmente querías exterminar al pelotón alemán? ¿O bien porque aquel comandante que luchaba contra un enemigo común, pero creía en un futuro distinto a aquel en el que tú creías, era también enemigo tuyo?… Hay tres hipótesis en tu vida, peregrino, pero la Pitia no puede saberlas, porque ella puede prever los acontecimientos, pero no las voluntades que los provocan, porque a las Pitias les es dado conocer lo que acaece fuera de los hombres, pero no pueden leer en sus pensamientos.