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…Naturalmente, no fue así, ya te habrás dado cuenta. Pero tú escríbelo como si fuera verdad, porque para Tristano fue verdad de verdad y lo importante es lo que él se imaginó durante toda su vida, hasta tal punto que se convirtió en un recuerdo suyo. Es cierto que al soldado alemán lo dejó seco de verdad, y que Daphne le dio amparo de verdad en aquella casa antigua, y que tocó Schubert para él, y que lo miró, con aquellos grandes ojos oscuros suyos. Pero ni siquiera se rozaron, ella sólo le habló de su Grecia violada y al amanecer le hizo salir a hurtadillas vestido con un abrigo de su padre, y no se marchó en absoluto al Pireo, no volvió a Italia hasta después del armisticio del ocho de septiembre, dos amigos de Daphne le llevaron hasta Corinto y allí se unió a los partisanos griegos, en las montañas del Peloponeso. Y mientras se escabullía fuera del portal, aquella mañana, le susurró, volveré, Daphne, te lo juro, espérame, por favor.

No sé qué podrá significar el que tan triste esté, una fábula de otros tiempos ha visitado mi alma… Era el poema de ayer, en alemán, a veces la Frau se comporta como si fuéramos niños otra vez, se ve que circula algo de arteriosclerosis por ahí. El poema del domingo, señorito, dice. Obedece al ritual de antaño, respeta las órdenes. Fue una orden de mi abuelo cuando la llamó para mí, para que aprendiera el idioma. El ceremonial consistía en esto, yo sentado en la butaca, en el salón, un cuarto de hora antes de que empezara la clase, porque los niños deben esperar, las cinco menos cuarto exactas, el abuelo no transige con los horarios, por lo demás transigía en todo, pero a causa del horario, decía, no faltaba quien había perdido el vapor para Calatafimi [4], sobre la mesita la chocolatera humeante y dos tazas, una para mí y una para la Frau, yo llevaba pantalones bombachos, toc, toc y después, Guten Abend Herrchen, Entschuldigung, es la hora del poema, era una muchachita de mi edad, sí Fráulein, era tímida la Frau en aquella época, y yo más que ella, ella abochornada por leer, yo por tener que escucharla, ella evitaba mirarme, yo evitaba mirarla, me ha querido mucho la Frau, aunque me haga desaires, a mi manera yo también, como sabes es la única persona que me queda, pensándolo bien, nos hemos pasado la vida evitando mirarnos, tal vez porque cuando éramos jóvenes teníamos tantas ganas de mirarnos y nunca hallamos el valor para mirarnos… Ich weiss nicht was solí es bedeutet, Dass ich so traurig bin, Ein Marchen aus alten Zeiten… ¿Lo conoces? Los niños alemanes se lo aprenden en la primaria, habla de una sirena, una criatura rubia sentada sobre un acantilado del Rin que con sus cabellos de oro y su canto seduce a los marineros haciéndolos naufragar. Se llama Lorelei… La Frau siempre volvía a empezar así, cada vez que yo regresaba, como si no pasara nada, como un ritual vacío que debe respetarse porque muchos años antes fue un contrato, y después la vida se encarga de afianzarlo, aunque el idioma haya cambiado en el curso de los años, otros poemas, otros acentos, pero el ritual no, ha permanecido el envoltorio, la Frau sabe bien que es un privilegio suyo y lo usa, es ella la que elige los poemas, siempre los ha elegido ella, pero es lo justo, ella sabe, sabe un montón de cosas la Frau, conoce las horas de mi vida, de los días, como en esos libros de horas que usaban los frailes antiguamente… la vida pasa en un santiamén, ya sabes, pero a veces qué largas se hacen las tardes de los domingos, la Frau siempre supo escoger el poema adecuado para la hora adecuada, cuando yo estaba aquí, naturalmente, porque a menudo no estaba aquí, mejor dicho, no he estado casi nunca y, sin embargo, ¿sabes lo que me dijo? Me dijo una cosa que me turbó, que me conmovió casi, es extraño, porque la conmoción atañe a los humores que tenemos dentro del frasco, y los minerales como yo han dejado de tener humedad, y, en cambio, cuando me lo dijo con esas palabras suyas avaras, como avara es ella, en ese italiano áspero que siempre ha fingido no haber aprendido bien en los más de setenta años que ha vivido aquí, yo volví la cara hacia las persianas para que no se diera cuenta de que esta piedra no está completamente seca, y las lamas de las persianas empezaron a temblar, y no por la canícula que hacía fuera, porque me dijo con esa falta de tacto suya que, incluso cuando estaba lejos, o estaba en peligro, o ella creía que lo estaba, cada domingo a las cinco menos cuarto entraba en el salón, se imaginaba que servía el chocolate en las tazas y decía para sí misma en alemán, señorito, es la hora del poema. Y leía el que aquel día consideraba más adecuado para mí, como un viático, o un libro de horas… Tantas horas, son tantas de verdad, escritor. ¿Cuántos domingos hay en setenta años, mejor dicho, casi en ochenta?, echa la cuenta. Varios miles, así, a ojo… Dame un vaso de agua, pero antes vacía el vaso, la Frau añade siempre sus gotas de lúpulo, que me atontan aún más, coge el agua del grifo del baño, es esa puerta de al lado del armario, perdona que te haga hacer de enfermero, no, no es esa puerta de ahí, ése es el cuartito del vestidor, esa de la derecha, tienes que empujar un poco, a veces el picaporte se engancha, es el grifo con el puntito rojo, el azul es el del agua caliente, el fontanero se equivocó al montarlo y yo no hice que lo cambiaran nunca, ¿no estarás mirando por casualidad la fotografía del cuartito del vestidor?… la estás mirando, me he dado cuenta porque no me has contestado, por favor, nada de conmiseración, no la quiero, fotos como ésa dan pena cuando ha pasado tanto tiempo que las ha hecho penosas, y sin embargo aquel cuerpo fue verdadero aunque imite un cuadro, era una tentativa de imitar a Courbet, hay una mancha amarillenta que le llega casi al ombligo, parece una mano que lo está devorando, como mi gangrena, las fotografías nos van a la par, nosotros nos arrugamos y ellas amarillean, se deterioran, tienen una epidermis como la nuestra, sabes, la piel conserva ese mar interior del que estamos hechos, porque estamos hechos de agua, protege el cuerpo del calor externo y a la vez mantiene el calor interior eliminándolo cuando es excesivo, con el tiempo… y cuando el mar se ha evaporado queda un envoltorio completamente arrugado, inútil… La saqué con la Leika que le cogí a un alemán, aquel oficial llevaba en el chaquetón, junto a la pistola, la foto de su familia y su querida Leika, era muy amante de su propia familia aunque masacrara a las de los demás, es humano amar a la propia familia, esa foto debe de ser del cuarenta y ocho o de un poco antes tal vez, cuando Tristano volvió a encontrar a la Guagliona, hoy me apetece llamarla así, fueron a parar a una especie de pensión, por casualidad, todo sucede por casualidad en la vida, a veces creo que hasta el libre albedrío es un producto de la casualidad… qué curioso, fíjate que me acuerdo perfectamente de que nos tomamos una caldereta de pescado y ahora no consigo acordarme de si hicimos el amor, pero él le propuso posar como en el origen del mundo, eso es innegable, lo testifica esa pobre fotografía, era el final de una tarde de verano, había una hermosa luz oblicua, Rosamunda, hagamos el origen del mundo, dijo Tristano… pero entre ella y él no hubo ningún origen del mundo, no originaron nada de nada, un amor estéril, diría yo, sin transmisión de la carne… mejor así, por lo demás… El agua está tibia, te dije que el grifo de la fría está al contrario, está a la derecha, y la próxima vez coge la pajita que está sobre la mesilla, porque, si no, empapo toda la sábana, no ves que no soy capaz de tragar, no tengo una lengua esponjosa como los perros… Te estaba hablando de la Frau, el domingo pasado me leyó un poema, me parece que era hermoso… Anoche tuve un sueño precioso, entraba en el origen del mundo… pero ¿de quién?… dame un poco más de agua, pero coge la pajita… los sueños son milagros miserables… en los milagros de verdad nunca he creído… los de verdad son ilusiones… sobre todo, sueños. El domingo debió de ser anteayer, ¿verdad?, he perdido la cuenta, la Frau entra llamando con cuidado a la puerta como se llamaba con cuidado hace sesenta y cinco años, es la hora del poema, señorito. Se sienta, abre un libro… Domingo… la Frau comprende los domingos, es de esas personas que en la vida comprenden los domingos, procura aclararse la voz, algo imposible, cuando habla parece un fuelle, resopla, es el enfisema, el médico se lo dijo claramente pero ella fingió no entender, la Frau es extraordinaria, si le dices una cosa que no le gusta, hace como si fuera una alemana que acaba de llegar, fuma puros a escondidas, se acurruca al final del viñedo, me lo ha dicho el nieto de Agostino, el chico que viene a roturar los terrones que es inútil roturar en este viñedo enfermo, señor profesor, dice, la señora Frau está sentada bajo el álamo al final del viñedo y se fuma tres puritos toscanos uno tras otro, todos los días de tres a cinco, quería decírselo porque a mí me ha causado impresión. ¿Y qué hace mientras se fuma el puro?, le he preguntado. Nada, dice el nieto de Agostino, mira a lo lejos, tiene la mirada perdida, le he pasado por delante y ni siquiera me ha visto, o ha hecho como si no me viera. Pensará en cuando era niña, le he dicho, en su Alemania, ¿tú no piensas nunca en cuando eras un niño?, claro que lo piensas, pero para ti es más fácil porque estás en tu casa y eras niño en tu casa, por lo tanto no te preocupes y déjala que se fume todos los puros que quiera, hasta las personas que no tienen a nadie deben pensar en alguien… He notado un zumbido, me ha pasado algo por la cara, debe de ser el moscón. Quizá si entreabres las persianas consiga encontrar un camino de salida, pero ábrelas un poco nada más, la luz es demasiado fuerte, con la luz es como si la pierna me doliera más… La Frau me leyó un poema de un poeta que no conozco, pero debe de ser poetisa, si un poeta es mujer es poetisa, ¿no?, pero eso no cuenta, así que me dice, señorito, el poema del domingo, y empieza… este quieto polvo. Me lo sé de memoria, le digo, es la americana, esa que me provocó tantos remordimientos durante toda mi vida. No, dice ella, ésta es italiana, no ha hecho más que coger el mismo título, pero son ya las cinco menos cinco, llevamos un retraso de diez minutos… Renate, le digo, no es posible, eres realmente tremenda, con la de tiempo que ha pasado desde que éramos niños, todo el tiempo posible, con todo lo que el tiempo lleva consigo, hambre, guerras y carestías, y los desastres que nos provoca dentro, y sobre todo muertos, han muerto todos, Renate, sólo quedamos tú y yo, y vienes a decirme que llevamos un retraso de diez minutos, pero un retraso ¿respecto a qué?, hazme el favor. Respecto a la morfina, contesta ella con convicción, y aunque sólo veo ya a duras penas, intuyo su expresión testaruda, con el mechón de cabellos blancos que conforman su aureola… Respecto a la morfina, el médico me ha ordenado que te la dé cada ocho horas, debo ponerte la próxima dentro de cinco minutos, por eso nos queda poco tiempo, y quería leerte el poema de las cinco antes de que ya no entiendas nada. Pues entonces adelante, Renate, lee. Y ella, ¿qué hace mi niño, qué hace mi cabritillo?, vendrá tres veces más y después ya no volverá. Renate, le digo, no me cantes canciones de cuna, por favor. Pero si sólo eran los primeros versos, dice ella, calladito y escucha… los muertos si los tocas están fríos, los vivos en cambio son otra cosa, cuando tocaba a mi amor yo era feliz, ayer tuve una visión, el amor mío estaba en el jardín, en parte era viejo, en parte era un niño… Del resto no me acuerdo, la Frau leía y mientras me leía me había puesto la morfina, no me había dado cuenta, y así me hallé en el mundo de los sueños, y entré en el origen del mundo, a veces se tiene la suerte de soñar aquello con lo se quiere soñar, pero es raro, es un privilegio raro, después quizá te cuente mi sueño, si se me queda en la cabeza, pero más tarde, ahora estoy cansado. ¿Qué hora es?

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[4]Puerto siciliano donde desembarcaron las tropas de Garibaldi en 1860, en el curso de las luchas que condujeron a la unidad de Italia.