De Spain no volvio la cabeza ni se sorprendio. Me sonrio apenas y casi no movio las comisuras de su boca ancha y bastante cruel.
– Ni que lo digas -afirmo-. Ni que lo digas -me aparto con una mano firme como una tenaza-. Vistase, encanto… y no se preocupe por la corbata. Hay sitios en donde nos estan esperando.
Chandler, Raymond Tristezas de Bay City – 27 -
RECUPERO MI PISTOLA
Salimos del apartamento y recorrimos el pasillo. Aun se veia luz a traves de la puerta abierta del piso de Helen Matson. Dos hombres con una cesta fumaban junto a la puerta. Del interior de la casa de la muerta llegaban voces que discutian.
Seguimos el recodo del pasillo y bajamos la escalera, planta tras planta, hasta llegar al vestibulo. Habia unas pocas personas con los ojos desmesuradamente abiertos: tres mujeres de albornoz, un calvo con una visera verde que parecia redactor jefe de un periodico local y otras dos personas que permanecian entre las sombras. Otro individuo de uniforme recorria de una punta a otra el interior de la puerta de entrada y silbaba por lo bajini. Nos cruzamos con el. No se mostro interesado. En la acera se habia formado un corro.
– Esta es una gran noche para nuestra pequena ciudad -dijo De Spain.
Caminamos hasta un sedan negro sin insignias de la policia. De Spain se acomodo detras del volante y me hizo senas para que me sentara a su lado. Pequenajo se instalo en el asiento trasero. Aunque hacia rato que habia guardado el arma en la pistolera, no la habia cerrado y mantenia la mano cerca.
De Spain puso el coche en marcha con una sacudida que me hizo chocar contra el respaldo. Llegamos a la esquina mas cercana, en direccion este, en dos ruedas. Un voluminoso coche negro con faros auxiliares rojos solo se encontraba a media manzana y se aproximaba rapidamente cuando giramos.
De Spain escupio por la ventanilla y mascullo:
– Es el jefe. Llegara tarde hasta a su propio funeral. Chico, esta vez nos salvamos por los pelos.
– Si…, por un paro forzoso de treinta dias -replico Pequenajo disgustado desde el asiento trasero.
– Manten el pico cerrado y puede que regreses a Homicidios.
– Prefiero ir de paisano y comer -replico Pequenajo. De Spain condujo a toda velocidad unas diez manzanas y luego aminoro la marcha.
– Este no es el camino a la central -opino Pequenajo.
– No digas mas gilipolleces -replico De Spain. Dejo que el coche se arrastrara, torcio a la izquierda en una tranquila y oscura calle residencial bordeada de coniferas y casas pequenas e iguales emplazadas en jardines pequenos e iguales. Freno lentamente, se acerco al bordillo y apago el motor. Paso un brazo por encima del respaldo del asiento y se volvio para mirar al menudo policia uniformado «con ojos de lince».
– Pequenajo,?crees que este tio se la cargo?
– Su pistola ha sido disparada.
– Saca la linterna y observa su nuca.
Pequenajo protesto, busco algo en el maletero, se oyo un chasquido metalico y el blanco haz cegador de una linterna acampanada de grandes dimensiones ilumino mi cabeza. Oi muy cerca la respiracion del hombre menudo. Se estiro e hizo presion sobre el sitio de la nuca que me dolia. Chille. La linterna se apago y la negrura de la calle volvio a rodearnos.
– Me parece que lo golpearon -dijo Pequenajo.
– Igual que a la chica -anadio De Spain-. No se nota mucho, pero la golpearon. Le pegaron para quitarle la ropa y aranarla antes de dispararle, para que los aranazos sangraran y pareciesen ya sabes que. Despues le dispararon con un arma envuelta en una toalla. Nadie oyo el disparo. Pequenajo,?quien hizo la denuncia? -?Como cono quieres que lo sepa? Un tipo llamo dos o tres minutos antes de que entrases Chandler, Raymond Tristezas de Bay City – 28 – en la central, mientras Reed seguia buscando un fotografo. Segun la telefonista, era un hombre de voz gruesa.
– De acuerdo. Pequenajo, si tu lo hubieras hecho,?como habrias salido?
– Andando -respondio Pequenajo-.?Por que no? Oiga,?por que no salio andando? -me pregunto.
– Me gusta guardar mis secretos -respondi.
– Pequenajo,?verdad que no se te ocurriria cruzar el pozo de ventilacion? -inquirio De Spain impavido-.?A que no entrarias por asalto en el apartamento contiguo y fingirias ser el tipo que vive alli??No llamarias a la policia y le dirias que subiera y atrapara al asesino?
– Cono,?ha sido este tio el que llamo? -pregunto Pequenajo-. No, yo no haria ninguna de esas cosas.
– El asesino tampoco, salvo la ultima -prosiguio De Spain-. Fue el asesino quien llamo.
– Los pervertidos sexuales hacen cosas raras -opino Pequenajo-. Tal vez este conto con ayuda y el otro intento dejarlo en la estacada despues de aporrearlo.
De Spain rio friamente.
– Hola, pervertido -dijo y me hundio en las costillas un dedo tan solido como un canon de un revolver-. Somos un par de gilipollas que estamos aqui y tiramos nuestros trabajos por la borda…, mejor dicho, el unico de nosotros que tiene trabajo, y discutimos mientras usted, que conoce todas las respuestas, no ha abierto la boca. Ni siquiera sabemos quien era la senora.
– Una pelirroja que me ligue en el bar del Club Conried. Mejor dicho, ella me ligo a mi. -?No sabe como se llamaba ni ningun otro dato?
– No, fue muy discreta. La ayude a salir, me pidio que la alejara de ese lugar y mientras la subia al coche alguien me golpeo. Recobre el conocimiento en el suelo del apartamento y la chica estaba muerta. -?Y que hacia usted en el bar del Club Conried? -quiso saber De Spain.
– Fui a cortarme el pelo.?Que se hace en un bar? La pelirroja estaba nerviosa, parecia asustada y vacio su vaso en la cara del jefe de planta. La compadeci.
– Yo tambien me compadezco de las pelirrojas -reconocio De Spain-. Quien lo golpeo debio de ser un elefante si es que lo subio hasta el apartamento. -?Alguna vez lo han golpeado? -pregunte.
– No -replico De Spain-. Pequenajo,?te han pegado alguna vez?
Con un tono muy desagradable, Pequenajo dijo que nunca lo habian golpeado.
– Bien, es como una borrachera -anadi-. Probablemente recobre el conocimiento en el coche y el tio tenia un arma que me mantuvo tranquilo. Me obligo a subir al apartamento con la chica. Es posible que ella lo conociese. Una vez que estuve arriba volvio a golpearme para que no recordara lo ocurrido entre las dos palizas.
– Ya lo he oido y nunca me lo he creido realmente -aseguro De Spain.
– Pues es asi -insisti-. Tiene que ser asi porque no recuerdo y no es posible que un individuo me trasladara hasta arriba sin ayuda.
– Yo podria -reconocio De Spain-. He acarreado tipos mas pesados que usted.
– De acuerdo -acepte-. Me subio a hombros. Y ahora,?que hacemos?
– No entiendo para que se tomo tantas molestias -intervino Pequenajo.
– Golpear a un tio no es ninguna molestia -aseguro De Spain-. Pasame el cacharro y la cartera.
Pequenajo titubeo y se los entrego. De Spain olisqueo el arma y la dejo caer al desgaire en el bolsillo de mi lado. Abrio la cartera, la acerco a la luz del salpicadero y la guardo. Arranco el coche, dio la vuelta en «u» en mitad de la manzana, salio disparado hacia Arguello Boulevard, torcio hacia el este y paro delante de una bodega con un letrero de neon rojo. La tienda estaba abierta incluso a esa hora de la noche.
De Spain dijo por encima del hombro:
– Pequenajo, corre y telefonea a recepcion. Dile al sargento que tenemos una buena pista y que estamos a punto de detener a un sospechoso del asesinato de Brayton Avenue. Dile que le Chandler, Raymond Tristezas de Bay City – 29 – diga al jefe que no se sulfure.
Pequenajo se apeo del coche, cerro de un portazo la portezuela trasera, estuvo a punto de decir algo y cruzo rapidamente la acera en direccion a la tienda.
De Spain puso el coche en marcha y acelero hasta sesenta por hora en la primera manzana.
Rio roncamente. En la siguiente llego a setenta y cinco, serpenteo por diversas calles y volvio a detenerse bajo un pimentero, delante de una escuela.
Recupere la pistola cuando se estiro para poner el freno de mano. Rio secamente y escupio por la ventanilla abierta.