Su rostro afilado y gris parecia protestar incluso cuando no hablaba. Los bajos de su pantalon estaban raidos y uno de sus zapatos negros con el tacon desgastado contenia un juanete. La chaqueta azul del uniforme le sentaba como el establo a un caballo. -?El doctor Austrian esta arriba? -pregunto De Spain.
– No me sorprenderia.
– No pretendo sorprenderlo -replico De Spain-. Si fuera mi intencion, me habria puesto los leotardos de color rosa.
– Pues si, esta arriba -confirmo el viejo con acritud. -?Cuando vio por ultima vez a Greb, el analista de la cuarta?
– No lo he visto.
– Abuelo,?a que hora entra a trabajar?
– A las siete.
– De acuerdo. Llevenos a la sexta.
Chandler, Raymond Tristezas de Bay City – 37 – El viejo cerro las puertas, nos elevo despacio, volvio a abrirlas y permanecio como un trozo de madera gris tallada para asemejarse a un ser humano.
De Spain alzo el brazo y cogio la llave maestra que pendia de la cabeza del anciano.
– No puede hacer eso -protesto el viejo. -?Quien dice que no? -el anciano meneo colerico la cabeza, pero no dijo nada-. Abuelo, ?que edad tiene?
– Pronto cumplire sesenta. -?Y un huevo! Supera con ganas los setenta.?Como ha conseguido el permiso para llevar el ascensor?
El anciano guardo silencio y chasqueo su dentadura postiza.
– Asi me gusta -afirmo De Spain-. Ocupese de esta vieja carraca y todo saldra a pedir de boca. Abuelo, lleve el ascensor a la planta baja.
Nos apeamos, el ascensor bajo lentamente por el hueco. De Spain clavo la vista en el pasillo y balanceo la anilla con la llave maestra.
– Preste atencion -dijo-. La suite de cuatro habitaciones esta al final. Hay una recepcion creada cortando por la mitad una consulta a fin de hacer dos recepciones en las suites adyacentes. Al final de la recepcion aparece un pasillo estrecho al otro lado de la pared de este pasillo, un par de estancias pequenas y la consulta del medico.?Lo ha entendido?
– Si -replique-.?Que se propone, tomarla por asalto?
– Despues de la muerte de su esposa vigile unos dias a este tipo.
– Es una pena que no vigilara a la enfermera pelirroja de la consulta, la que se cargaron esta noche.
De Spain me contemplo parsimoniosamente desde sus profundos ojos negros, con expresion impasible.
– Tal vez lo hice mientras se me presento la ocasion.
– Vamos, ni siquiera sabia su nombre -afirme y lo mire fijo-. Fui yo quien le dijo quien era. De Spain se quedo pensativo.
– Me imagino que es muy distinto verla con la bata blanca de la consulta que desnuda y muerta sobre una cama.
– Por supuesto -replique sin dejar de mirarlo.
– Claro. Llame a la puerta de la consulta, la tercera desde el extremo. Cuando el doctor abra, me colare en la recepcion, entrare e intentare enterarme de lo que dice.
– Me parece muy bien, pero no soy un tio de suerte.
Bajamos por el pasillo. Las puertas eran de madera maciza, estaban bien construidas y por debajo no se colaba ni el menor atisbo de luz. Apoye la oreja en la que De Spain me indico y percibi ligeros movimientos en el interior. Hice una senal a De Spain, que se encontraba en el extremo del pasillo. Introdujo lentamente la llave maestra en la cerradura mientras yo llamaba energicamente a la puerta y por el rabillo del ojo lo vi desaparecer. La puerta se cerro a sus espaldas casi en el acto. Volvi a llamar.
La puerta se abrio bruscamente y un hombre alto se detuvo a unos treinta centimetros, mientras el aplique del techo iluminaba sus cabellos color arena clara. Estaba en mangas de camisa y sostenia un maletin plano de piel. Era delgado como un palo, con las cejas pardas y expresion desdichada. Sus manos eran hermosas, largas y finas, con yemas cuadradas en lugar de puntiagudas. Tenia las unas brillantes y muy bien cortadas. -?Es usted el doctor Austrian? -pregunte. Asintio con la cabeza. Su nuez se desplazo vagamente por su cuello delgado.
– Se que no es la mejor hora para venir de visita, pero es muy dificil dar con usted. Soy detective privado, trabajo en Los Angeles y mi cliente es Harry Matson.
No se sobresalto o estaba tan acostumbrado a ocultar sus sentimientos que no se noto.
Volvio a mover la nuez, movio el maletin, lo miro con expresion de desconcierto y retrocedio.
– Ahora no tengo tiempo para hablar con usted. Vuelva manana -pidio.
– Greb me dijo lo mismo.
Chandler, Raymond Tristezas de Bay City – 38 – Pego un brinco. No grito ni le dio un patatus, pero me di cuenta de que estaba desconcertado.
– Pase -murmuro con voz ronca.
Entre y cerre la puerta. Vi un escritorio que parecia de cristal negro. Las sillas eran de tubo de cromo con tapizado de lana basta. La puerta de la habitacion contigua, a oscuras, estaba entreabierta. Vi la sabana blanca estirada sobre la camilla y unas cosas semejantes a estribos.
No percibi el menor sonido.
Sobre el escritorio de cristal negro habia extendido una toalla y sobre esta se encontraban cerca de doce jeringas hipodermicas, con las agujas al lado. De la pared colgaba un esterilizador que funcionaba a electricidad y que sin duda contenia otras doce agujas y jeringas. En ese momento estaba encendido. Me acerque y mire el esterilizador mientras el hombre alto y delgado rodeaba el escritorio y tomaba asiento.
– Tiene muchas agujas -comente y me sente en una de las sillas proximas al escritorio. -?Que quiere de mi? -su voz seguia ronca.
– Tal vez pueda hacerle un favor relacionado con la muerte de su esposa.
– Muy amable de su parte -replico sereno-.?Que tipo de favor?
– Quiza pueda decirle quien la asesino.
Le brillaron los dientes cuando esbozo una sonrisa extrana y forzada. Se encogio de hombros y hablo con tanta calma como si estuvieramos charlando sobre el tiempo.
– Eso si que seria muy amable de su parte. Crei que se habia suicidado. Parece que el forense y la policia coincidian conmigo. Claro que un detective privado…
– Greb no opinaba lo mismo -lo interrumpi sin hacer demasiado esfuerzo por llegar a la verdad-. Es el analista que cambio la muestra de sangre de su esposa por la de un caso verdadero de intoxicacion por monoxido de carbono.
Me observo tranquilo con sus ojos profundos, pesarosos y distantes bajo las cejas pardas.
– Usted no se ha visto con Greb -aseguro como si interiormente le causara gracia-. Se por casualidad que este mediodia viajo al este porque su padre ha muerto en Ohio.
Se incorporo, se acerco al esterilizador electrico, consulto su reloj de pulsera y desconecto el aparato. Regreso al escritorio, abrio una cigarrera chata, se puso un pitillo en la boca y me la acerco por encima del escritorio. Me estire y cogi un cigarrillo. Eche un rapido vistazo a la oscura sala de reconocimiento, pero no percibi nada que no hubiese detectado antes. -?Que extrano! -exclame-. La esposa de Greb no lo sabe. Y Gran Menton tampoco.
Estuvo esperando a que Greb volviese a su casa para cargarselo mientras tenia a su esposa sujeta con esparadrapo a la cama.
El doctor Austrian se digno mirarme. Busco una caja de cerillas en el escritorio, abrio un cajon, extrajo una pequena automatica de mango blanco y la apoyo sobre el dorso de la mano.
Con la otra me paso una caja de cerillas.
– El arma no le hara falta -dije-. Se trata de una charla de negocios y quiero demostrarle lo rentable que resulta sostenerla.
Se quito el cigarrillo de la boca y lo tiro sobre el escritorio.
– Yo no fumo -explico-. Tuve que hacer lo que podriamos llamar un gesto imprescindible.
Me alegra saber que el arma no hace falta. De todos modos, prefiero esgrimirla y no usarla que necesitarla y no contar con ella. Digame,?quien es Gran Menton y que otra cosa importante tiene que decir antes de que llame a la policia?