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Índigo lo miró mientras se alejaba para desenjaezar los caballos de la troika y conducirlos hasta la pila de material situada detrás de la cabaña. Lo hubiera seguido, pero Grimya alzó la cabeza para golpear su mano con el hocico.

«¿Índigo?» La loba seguía estando angustiada. «¡Te he vuelto a fallar! ¡Fui cobarde!»

«Oh, Grimya...» Índigo se agachó y clavó la mirada en los inquietos ojos de la loba. «Debes olvidar todo eso. No importa, y nadie te lo echa en cara.»

«¡Yo misma me lo echo en cara!»

«Esa es una característica muy humana, querida, y no es digna de ti. Sólo hiciste lo que cualquiera con un poco de sentido común habría hecho... Yo fui la estúpida por quedarme. Pero ahora me alegro de haberlo hecho porque se está tramando algo importante; hay algo que aún no te he contado». Levantó los ojos, vio que no había nadie que les prestara atención, y volvió su atención a la loba. «El tigre intentó comunicarse conmigo. No pude comprender sus pensamientos, pero sé que quería decirme algo. Grimya, existe una relación vital en todo esto, ¡sé que existe!»

Grimya meneó la cabeza dubitativa.

«¿Con el demonio?»

«No tengo ninguna prueba, pero eso creo. Y por eso debemos intentar no tener miedo del tigre, y descubrir qué es lo que quiere de nosotras.»

La loba permaneció en silencio un rato. Su mente no podía estar más agitada, pero al fin dijo:

«Si; comprendo lo que dices. E intentaré no tener miedo. Lo intentaré.»

«Eso es todo lo que pido.»

Índigo se incorporó al tiempo que le dedicaba una sonrisa, luego añadió en voz alta:

—Vamos. Lo mejor será que vaya a ayudar con la carga. Cuanto antes esté terminada, antes nos pondremos en camino.

Poco tiempo después se despedían de los leñadores. Aunque Veness se unió a los alegres comentarios de despedida, a Índigo no le pasó por alto que su ligereza era una máscara que ocultaba una tensión soterrada. Cuando dejaron atrás el campamento se quedó callado, con los ojos grises entrecerrados y pensativos mientras se concentraba en controlar a los caballos y el cargado trineo.

Llegaron al pie de la larga cuesta que conducía al bosque, Índigo se dio cuenta de que Veness no pensaba regresar a la granja. En lugar de conducir los caballos hacia la casa, los hizo girar en dirección sur. A pesar de correr paralelos al linde del bosque, los árboles quedaban ocultos por detrás de la loma nevada, Índigo miró a su alrededor mientras intentaba, sin conseguirlo, encontrar una señal que pudiera indicarle dónde se encontraban.

Llevaban viajando unos diez minutos cuando Veness habló por fin:

—Sabes que hubiera podido matarte, ¿verdad?

La muchacha volvió la cabeza y lo miró. Su expresión resultaba inexcrutable; su mirada siguió fija al frente, contemplando los balanceantes lomos de los caballos.

—Sí —respondió Índigo—. Pero no creo que yo corriera ningún tipo de peligro.

Veness torció la boca hacia un lado. Lo mismo podría ser una mueca cínica que un gesto reacio de asentimiento, no estaba segura.

—Cuando Grimya regresó... —El trineo pasaba ahora sobre un tramo de nieve más dura, y el ruido de los patines aumentó hasta convertirse en un fragor ensordecedor, que lo obligó a levantar la voz—. Cuando Grimya regresó sola y tan nerviosa, no me atrevía a imaginar qué podría haberte sucedido. —Vaciló—. Entonces pensé en el tigre. Me pregunté...

—Lo siento, Veness. Sé que lo que hice fue muy estúpido. Pero...

—¿Pero? —La miró fijamente, y ella sacudió la cabeza.

—No lo sé. No puedo explicarlo con claridad, pero sentí que tenía que quedarme. —Se preguntó si debía contarle el intento del tigre de comunicarse con ella, o hablarle de la figura humana que había vislumbrado entre los árboles, pero algo en su interior la instó a la cautela. No quería llevar su indiscreción demasiado lejos y, además, no estaba segura de que fuera sensato contárselo todo, al

menos por el momento.

—Ya —repuso Veness.

—Debe de sonar ridículo.

—No. No, no es así. —Su expresión volvía a ser sombría, pero antes de que ella pudiera decir nada más, cogió las riendas con una sola mano y señaló hacia adelante con la otra—. ¿Ves esos árboles allá a lo lejos? ¿Donde el bosque baja para cruzarse en nuestro camino?

—Sí. —No estaba segura, pero le resultaba ligeramente familiar; quizá se tratara incluso del emplazamiento de uno de los campamentos temporales que Grimya y ella habían encontrado durante su viaje.

—Allá es donde se inicia la cadena de lagos aunque ahora no se pueden distinguir sus superficies.

Y hay algo más allá. Algo que debes ver.

Alzó la voz de repente para lanzar un fuerte grito y chasqueó las riendas sobre los lomos de los caballos, instándolos a ir más deprisa. El trineo dio un bandazo al pasar los tres animales de un rápido trote a un medio galope, Índigo se aferró a la barandilla, desconcertada y preguntándose qué espectro personal acosaba los pensamientos de Veness. No dijo nada más, se limitó a contemplar la lejana tira oscura de bosque verde azulado que se aproximaba cada vez más, hasta que finalmente Veness empezó a reducir la velocidad del tiro, primero al trote, luego al paso. Parecía estar examinando el suelo a su alrededor, como si buscase algo, y de repente tiró de las riendas, deteniendo a los caballos.

Se hizo el silencio. El caballo que iba en cabeza resopló y golpeó la nieve con los cascos, luego se tranquilizó, y en los oídos de Índigo resonó el eco del ruido de la troika. El trineo crujió al incorporarse Veness.

—Ven —dijo—. No está lejos.

Saltó del trineo tras él, y Grimya la siguió. La joven se dio cuenta de que se encontraban sobre un capa de hielo de la que la tormenta había barrido toda la nieve a excepción de una capa fina. Este debía de ser el primer lago que Veness había mencionado, pero no le resultaba familiar.

«Me parece que nosotras nos encontramos con los canales más al norte», observó Grimya, mirando a su alrededor. «No recuerdo este lugar».

No... Flotaba una atmósfera peculiar, pensó Índigo. No se trataba de nada que pudiera señalar con precisión y podría no ser más que la tensión que flotaba en el aire entre Veness y ella; de todas formas el lugar le producía una sensación... curiosa.

«Tienes razón» Grimya, había recogido el mensaje de su subconsciente. «Hay algo extraño aquí. No me siento a gusto. Y también los caballos lo han notado. No querían venir y Veness los tuvo que obligar.»

Índigo miró a la loba.

«,¿A qué clase de cosa extraña te refieres? ¿Puedes describirla con más claridad?»

«No. Pero creo que es algo que viene de muy antiguo.»

Veness, que se había alejado siguiendo la orilla del lago, se detuvo y las llamó. Avanzaron, moviéndose con mucho cuidado sobre la resbaladiza superficie, hasta donde él se había detenido junto a lo que parecían casi los muñones petrificados de varios árboles talados. En ese lugar terminaba el lago. Delante de ellos el sendero quedaba bloqueado por un terraplén de nieve espesa, y a unos cien metros más o menos el bosque describía una curva que bloqueaba el extenso paisaje.