—¿Adonde vamos? —preguntó Índigo.
—Hemos llegado. —Veness golpeó el tocón de un árbol con un pie, luego señaló un poco más allá—. Mira.
En un principio creyó que las formas oscuras que sobresalían de la nieve eran los restos de más árboles, pero luego se dio cuenta de que estaba equivocada. Aquellas formas caídas no eran troncos sino piedras..., las piedras de una casa en ruinas.
Veness no dijo nada más, se limitó a avanzar hacia las ruinas. Lejos del lago, la nieve era lo bastante profunda como para cubrir la parte superior de sus botas, pero no hizo caso mientras la vadeaban en dirección a las piedras. Al cabo de un momento Índigo y Grimya lo siguieron con grandes dificultades.
Casi no quedaba nada de la casa. Sólo la desigual parte superior de una pared derrumbada, con los cimientos enterrados en la nieve, y algunos bloques enormes caídos que sobresalían de la espesa capa blanca. Veness empezó a andar junto a la pared, pasando una mano enguantada por su superficie; entonces se detuvo, se inclinó y tanteó aquí y allá, apartando la nieve de algo colocado en una abertura de la pared donde en alguna ocasión habría habido una puerta.
La tosca losa que descubrió debía de haber sido, se dijo Índigo, la piedra angular de la entrada principal de la casa. Era un pedazo de granito enorme de una sola pieza. Cuando Veness terminó de limpiar su superficie la joven vio algo grabado en él. Una representación estilizada, pero con toda seguridad trabajo de un hábil artesano, que representaba la figura ágil de un tigre en plena carrera.
Índigo contempló el grabado durante largo rato, luego levantó la cabeza y se encontró con los ojos de Veness. Éste la observaba con atención, y su expresión era una mezcla de amargura, agitación y, curiosamente, alivio.
—Ésta era su granja —dijo—. La de la familia que los Bray traicionaron y masacraron. —Sonrió apenas—. Es un lugar extraño, ¿no crees? No queda mucho para ver, pero la atmósfera que se respira aquí es tan densa que podrías tomar un poco en tu mano y exprimirla.
—¿La... quemaron?
—No. Creo que se derrumbó, después de unos cientos de años de abandono. Nadie quería vivir aquí, claro, después de lo sucedido; de modo que se dejó que se pudriera durante todo ese tiempo. — Encogió los hombros y aspiró con fuerza, produciendo un curioso silbido—. No había estado aquí desde que Reif y yo vinimos como desafío cuando éramos pequeños. Nadie viene nunca aquí, si puede evitarlo.
A Índigo no le costó creerlo. Volvió a mirar la desplomada piedra angular.
—Y el grabado...
—Era el emblema de su familia, lo mismo que el caballo es el emblema de los Bray. Por estos alrededores, todos los propietarios tienen animales a modo de tótem, para que les dé buena suerte y prosperidad: el buey, el ciervo, el oso...
—Y el tigre.
—Y el tigre. —Había estado contemplando la piedra, pero entonces volvió a mirarla a ella—. Para nosotros, el tigre de las nieves es el recuerdo viviente de lo que hizo nuestro antepasado y de la maldición que atrajo sobre nuestra casa. Pero de hecho son criaturas que no se encuentran fácilmente. Por lo que yo sé, hasta hace poco no se había visto ninguno por estos sitios durante décadas. Pero ahora parece que el tigre, o al menos un tigre, ha regresado a los bosques. —Sus ojos tenían una intensidad sombría, y una leve, humilde sonrisa temblaba en las comisuras de sus labios—. ¿Puedes imaginar qué significa para nosotros, Índigo? ¿Puedes comprender los temores y
supersticiones que se han despertado?
Índigo se volvió hacia la derruida pared y, sin preocuparle su gélida superficie, se sentó en ella.
—Creo —dijo despacio—, que puedo comprenderlo, Veness. —Sus ojos se encontraron con los de él de nuevo, y su propia expresión se entristeció de repente—. El tigre se ha convertido en un símbolo de la némesis de los Bray.
—Némesis. —Ignorante del amargo escalofrío que había recorrido el cuerpo de Índigo cuando pronunció aquella palabra, Veness consideró durante unos instantes lo que la joven había dicho—. Es una palabra curiosa de utilizar, pero... sí, tienes razón. Y su regreso es un presagio. ¡Si alguna vez he estado seguro de algo en toda mi vida, es de esto!
Había una convicción en su voz que daba a entender que no se refería sólo a una superstición. La idea alertó a Índigo. Con cuidado, examinó sus sospechas y dijo:
—Parece que tienes una buena razón para estar tan seguro.
—¡Oh, claro que la tengo! Puede que tú lo llamases una desagradable coincidencia.
Se produjo un silencio.
—¿Quieres contarme de qué se trata? —inquirió Índigo con afabilidad.
Él sacudió negativamente la cabeza.
—No. No serviría para nada; es un asunto familiar, y no quiero involucrar a nadie que no sea de la familia. Por favor... —Alzó las manos en un gesto defensivo al ver que ella parecía dispuesta a insistir—, no me preguntes más, Índigo. Te he traído aquí porque me pareció que debías conocer el lazo de unión entre el tigre y nuestra historia, pero aparte de eso no quiero decir nada más. —Volvió a mirar la piedra angular caída, y le dio una patada—. No hay nada más que decir.
Índigo se dio por vencida. Se daba cuenta de que su conversación había perturbado a Veness. Éste quería batirse en retirada y, a pesar de que ella necesitaba saber más, no quiso seguir perturbándolo. Regresaron al trineo, donde los caballos les dieron la bienvenida con relinchos ansiosos, aliviados ante la perspectiva de abandonar aquel lugar lleno de viejos y desagradables recuerdos. Mientras se colocaba en el pescante y soltaba las riendas, Veness vaciló, luego miró a Índigo.
—Me he estado haciendo una pregunta desde que se vio al tigre por primera vez en el bosque hace un mes. Me he estado preguntando: ¿es una criatura de carne y hueso, o es otra cosa, algo que ha surgido del pasado para perseguirnos?
—Es de carne y hueso —afirmó Índigo despacio—. De eso estoy segura.
—Sí; pero no sé si es un consuelo. Después de todo, ¿cuál es la diferencia entre una amenaza viviente y una sobrenatural? Al final, puede que resulten ser la misma cosa. —Alzó la cabeza, y paseó la vista por el paisaje silencioso y blanco—. Este lugar apesta a cosas viejas y corrompidas. Vayámonos antes de que su veneno penetre en nuestros huesos.
La troika se puso en marcha con una sacudida entre el alegre campanilleo que contrastaba con el estado de ánimo de sus pasajeros. Los caballos retomaron su ritmo suave mientras giraban al norte en dirección a casa.
Índigo y Veness hablaron poco durante el viaje de regreso. El tema del tigre y de la familia desaparecida, hacía tanto tiempo, estaba cerrado y podía reabrirse, y los tópicos más ligeros y cotidianos del día parecían irrelevantes. Incluso Grimya tenía pocas ganas de comunicarse: daba vueltas todavía a lo sucedido antes, y a Índigo le pareció que lo mejor era dejarla tranquila y permitir que, a su manera, pusiera en orden sus pensamientos.
El sol empezaba a descender por el oeste cuando avistaron la granja Bray. El ahogado batir de los cascos de los caballos se transformó en un escandaloso chacoloteo cuando penetraron en el patio, del que se había retirado durante el día la mayor parte de la capa de nieve y, mientras la troika se detenía con un patinazo, Veness miró a Índigo y le dirigió una sonrisa forzada.
—Al final no recibí mi lección sobre cómo utilizar tu ballesta.
—Y yo no traje nada para el puchero. Lo siento.
La disculpa tenía implicaciones más profundas y Veness lo sabía. Extendió la mano y le apretó el hombro; un gesto amistoso, casi fraternal, pero que sin embargo daba a entender algo que ninguno de los dos quería examinar más a fondo. El momento de intimidad se quebró cuando la puerta se abrió de golpe y Brws salió a saludarlos; el comportamiento de Veness cambió de inmediato y se transformó en el activo y eficiente cabeza de familia. Desenganchó los caballos y dio instrucciones para descargar el trineo. También Kinter salió de la casa y les informó de que Livian los esperaba con una buena infusión caliente. Así pues, dejaron a Brws y él para que condujeran a los caballos al establo y les dieran una buena fricción, y ellos entraron en la granja, acogedora y cálida.