—Sí —respondió Veness con voz tensa—. Algo ha sucedido... ¡No, Índigo, no! —exclamó al ver que ella daba un paso adelante. La sujetó por un brazo—. Es mejor que no lo veas. No es un espectáculo agradable.
Índigo se detuvo, pero Grimya se había adelantado corriendo, deteniéndose sólo cuando llegó junto a los hombres y miró por sí misma lo que habían descubierto. Por un momento permaneció totalmente inmóvil; luego levantó la cabeza, y su voz mental sonaba consternada.
«¡Mira!»
Índigo desasió su brazo de la mano de Veness, y corrió a reunirse con la loba. Alguien advirtió: «No, señora, yo no lo haría...», pero fue demasiado tarde. Cuando Índigo miró y vio lo que Grimya
había visto, toda idea de su urgente misión se le borró de la mente.
Quien fuera que hubiera cavado la fosa lo había hecho muy mal (o con precipitación), ya que apenas era lo bastante profunda para ocultar su macabro contenido. Aunque el intenso frío había retrasado el proceso, el cadáver, envuelto en lo que parecía una capa manchada de moho, empezaba a descomponerse; el rostro tenía un tinte verde amarillento y los labios se habían hundido, dejando al descubierto los dientes en una mueca horrible. Una cabellera larga y oscura rodeaba la calavera como una aureola siniestra, empapada y cubierta de tierra. Un brazo quedaba al descubierto, mostrando la carne hundida y descolorida en algunas partes. Colonias de hongos empezaban a cubrir la piel apergaminada. A Índigo le pareció vislumbrar el brillo del hueso en las puntas de los dedos.
—¡Que la Madre me ciegue...!
Dio un paso atrás aunque incapaz de apartar la horrorizada mirada, y sintió que se le revolvía el estómago por la conmoción que le provocaba lo que veía más el hedor dulzón y mareante procedente de la tumba mezclado de forma horrible con los aromas del bosque, de pino y de la tierra húmeda. Veness y uno de los leñadores la sujetaron por el brazo cuando se tambaleó y la apartaron de allí. El leñador empezó a reprenderla pero una severa palabra de Veness lo hizo callar; por fin Índigo recuperó el equilibrio y el aliento.
—¡Ohhh...! —Apartó las manos que la sujetaban—. No. Estoy bien, estoy bien.
—Siéntate. —Veness la condujo hasta un tronco cortado situado a una distancia respetable de la tumba—. Te sentirás mejor dentro de un momento; nos afectó a todos de la misma forma. —Dirigió una rápida mirada a Kinter que se había dado la vuelta y los contemplaba con rostro tenso y mirada atormentada—. Apoya la cabeza sobre las rodillas si eso te ayuda.
Índigo sacudió la cabeza. La conmoción empezaba a desaparecer y el contenido de su estómago parecía haber vuelto a su lugar. Había visto cosas peores, recordó. Había sido tan sólo lo imprevisto del espectáculo...
—La encontraron ayer al anochecer —explicó Veness sombrío—. Recogían leña, formando la pila. Alguien tropezó con lo que creyó era una raíz, y vio... —Meneó la cabeza con una mezcla de tristeza, disgusto y rabia—. Quienquiera que lo haya hecho..., quienquiera que la haya matado... ni siquiera tuvo la decencia de enterrarla como es debido.
Índigo levantó la cabeza.
—¿Mató? —Resultaba lógico, claro (si no ¿cómo había aparecido enterrada?), pero sencillamente no se le había ocurrido antes.
—Oh, sí —repuso Veness—. La estrangularon y le quebraron el cuello. —Hizo una pausa—. Kinter la examinó. No sé de dónde sacó valor; le estaré agradecido eternamente. Yo no podía hacerlo. En cuanto la vi, y me di cuenta, no pude.
Índigo miró a Kinter. Su rostro era una máscara, su piel estaba desprovista de todo color. Por su aspecto parecía que fuera a tener pesadillas el resto de su vida.
Entonces su cerebro registró lo que Veness había dicho, y se volvió de nuevo hacia él.
—¿Te diste cuenta? —preguntó en voz baja—. ¿Te diste cuenta de...?
El rostro de Veness adoptó una expresión aún más tensa.
—Me di cuenta de quién es —replicó, y las comisuras de sus labios se retorcieron con un espasmo—. No fue difícil identificarla. Sus ojos nos lo dijeron..., lo que queda de ellos. —Cerró los suyos un instante como si quisiera borrar el recuerdo—. Y la alianza. Es Moia.
CAPÍTULO 13
Índigo sintió como si un puño invisible se hubiera estrellado contra su estómago. Moia. Entonces estaba equivocada: la mujer misteriosa no podía haber sido... Y una débil vocecita interior dijo: Y ella no dejó huellas de pisadas...
—¡Oh, Madre poderosa...! —Un sudor helado empezó a correr por el rostro y cuerpo de Índigo. De repente la realidad del horrible descubrimiento encajó con su propia misión, que volvió a ella cual un segundo puñetazo.
—¡Veness!
El se había alejado, pero volvió la cabeza brusca y rápidamente al percibir la tremenda urgencia de su llamada, Índigo aspiró con fuerza en un intento por controlar su voz.
—Veness, hay más. Y no puede esperar, ni siquiera por esto.
Kinter, a unos pasos de distancia, escuchó lo que decía y alzó la cabeza. Veness inquinó angustiado:
—¿Qué es?
Se lo contó; y mientras sus palabras iban haciendo su efecto, el poco color que aún quedaba en el rostro de Veness desapareció por completo. Cuando hubo terminado de hablar, el joven dio media vuelta.
—¡Kinter!
Kinter se acercó a ellos, y en pocas palabras Veness le repitió lo que Índigo había dicho.
Kinter se puso pálido.
—¡Diosa! No..., no también esto; no ahora... —Cerró con fuerza los ojos.
—Escucha. —Veness le colocó una mano sobre el hombro—. Tenemos que regresar a la granja, y rápido. ¿Puedes hacerlo?
—Sí —asintió rápidamente Kinter, tragando saliva—. Sí... ya estoy mucho mejor ahora. Pero, Veness, ¿qué hay de Gordo?
—¿Gordo?
Kinter indicó con la cabeza en dirección a la tumba, conteniendo un escalofrío al hacerlo.
—Si él..., si es lo que sospechamos... —Se detuvo, volvió a tragar saliva—. Hay que encontrarlo antes de que el conde averigüe la verdad sobre Moia.
Veness lanzó una imprecación en voz baja.
—Tienes razón. —Una vacilación momentánea, un breve destello de duda, luego su rostro se endureció—. Muy bien. Sólo hay un hombre que apostaría sabe dónde está Gordo, y es su padre. Uno de nosotros tendrá que ir a casa de Olyn, y avisarle. —Sus ojos se volvieron fríos como el hielo—. Aunque me maten si no empiezo a estar de acuerdo con Reif. Si Olyn ha tenido algo que ver en esto...
—No tenemos ninguna prueba de que Olyn supiera nada, Veness. Y no podemos hacerlo responsable de lo que Gordo pueda haber hecho.
—No..., no: eso es cierto.
—Será mejor que vayas tú a verlo —dijo Kinter—. A mí no me diferencia de un weyer; no me escucharía. Pero si hay alguien de nuestra familia en quien aún confía, ése eres tú.
Veness le dio la razón aunque de mala gana.
—Entonces Índigo y yo cogeremos la troika..., tú puedes coger el caballo de Índigo. —Dirigió una rápida mirada a Índigo en busca de asentimiento y ella se lo acordó al momento—. Y haz lo que puedas, Kinter. Detén a mi padre. Como sea, deténlo.
—Comprendo. —Kinter se dio la vuelta y corrió en dirección al caballo de Índigo. Mientras se alejaba, Índigo lo llamó de improviso llevada por un impulso.
—¡Kinter!
Él se detuvo y volvió la cabeza. —Mi ballesta. Está en mi habitación en caso de que la necesites...
Kinter vaciló un instante, luego alzó una mano. —¡Esperemos que no sea necesario!