—Fue... fue...
—Tranquila, ahora, tranquila, —Índigo la mantuvo inmóvil—. Duerme, Rimmi. Verás a Kinter cuando despiertes.
—Nnn... no... ¡no comprendes! —Los ojos drogados de Rimmi se abrieron desmesuradamente—.
¡Madre! ¿Dónde está mi madre?
—Duerme, Rimmi. Ella tampoco está herida, pero necesita descansar.
Rimmi hizo una mueca.
—¡Kinter! —susurró—. Fue Kinter; oh, por la Diosa, fue Kinter...
—¿Fue Kinter qué? —Perpleja, Índigo se inclinó sobre ella, luego dio un respingo al oír que la puerta se abría a su espalda.
Carlaze estaba en el umbral.
—Oí gritar a Rimmi —dijo—. ¿Sucede algo? ¿Puedo ayudar?
Rimmi gimió, cerró los ojos y soltó la mano que sujetaba la muñeca de Índigo, dejando la suya inerte sobre la cama, Índigo suspiró y meneó la cabeza.
—Llamaba a Kinter —dijo a Carlaze—. No pude entender gran cosa, pero creo que está inquieta por él.
Carlaze dirigió una rápida mirada a Rimmi, quien ahora parecía haberse sumido en el sopor inducida por la droga.
—Quizá debiera hablar con ella —dijo—. Me conoce mejor que a ti... Perdona, pero quizá sea más probable que acepte mi palabra de que Kinter está bien. —Sus ojos se encontraron con la mirada indecisa de Índigo y le dedicó una sonrisa entristecida—. Estoy más descansada ahora; Livian está despierta también y se siente mucho mejor. Deja que te releve, Índigo. Ahora puedes descansar tú.
—Bueno... —Índigo no se creía capaz de descansar y mucho menos de dormir. Pero a lo mejor Carlaze podría, tal y como había dicho, hacer más para consolar a Rimmi y tranquilizarla. Respondió a la sonrisa de la muchacha con otra llena de afecto—. Gracias, Carlaze, te lo agradezco.
—Bien, pues. —Carlaze cruzó la habitación para contemplar a su cuñada—. ¿Hay algo más que deba darle? ¿Otra poción?
—No. Más tarde prepararé una nueva cocción; lo mejor por ahora es dejar que ésta le haga efecto. Y si se duerme sabiendo que su hermano está ileso, probablemente le será más beneficioso que ninguna de mis pociones.
Carlaze asintió.
—Vete, pues. Yo la tranquilizaré y me ocuparé de ella.
Índigo se deslizó fuera de la habitación y escaleras abajo. En la cocina encontró a Livian de pie junto a los fogones, inclinada sobre un puchero que empezaba a hervir, mientras Grimya, enroscada en un rincón caliente junto al fuego, dormía profundamente.
Livian volvió la cabeza al escuchar las pisadas de Índigo. Tenía los ojos enrojecidos, el rostro demacrado, y fue suficientemente honrada como para no intentar sonreír siquiera.
—Necesitaremos comer —anunció a modo de saludo y explicación—. Los hombres volverán, y... —Su voz se apagó y su labio inferior tembló por un instante antes de que inquiriera suplicante—: ¿Se pondrá bien Rimmi?
—Creo que sí, Livian —respondió Índigo—. La herida no es tan seria como temía Carlaze.
Livian cerró los ojos y murmuró una breve oración de agradecimiento en voz apenas audible. Luego su expresión se endureció.
—Tenemos que seguir adelante —dijo categórica—. No importa lo que haya sucedido ni lo que pueda suceder. Tenemos que pensar en lo que nos espera. Incluso si Rimmi..., incluso si Rimmi muriera...
—No morirá. Estoy tan segura como es posible de que vivirá. Y Kinter, también. Veness y él
saben lo que hacen..., no correrán riesgos innecesarios.
Por la mirada que le dedicó Livian tuvo la impresión de que la mujer sabía que intentaba dar ánimos a las dos.
Entonces un leve destello de su antigua cordialidad apareció en los ojos de Livian.
—Bien, pues. —Su voz había adquirido de repente un tono enérgico—. Tenemos que mantener el fuego encendido para ellos, ¿no es así?, y estar listas para cualquier cosa que pueda suceder. — Indicó con la cabeza en dirección al puchero—. Ahí hay sopa calentándose. Tendrías que beberte un tazón, y luego seguir el ejemplo de tu Grimya y dormir un rato.
—No creo que pueda. Me quedaré y te haré compañía... pero deja que antes le lleve un poco de sopa a Carlaze. Se quedará arriba hasta que Rimmi se duerma.
—Es muy amable por tu parte. Carlaze es una buena chica.
Livian echó unos cucharones de sopa en un tazón y lo colocó sobre una pequeña bandeja de madera junto con dos pedazos de pan de la hornada del día anterior, Índigo tomó la bandeja y cruzó con ella el vestíbulo oscuro. La ventisca empeoraba por momentos; la oía ahora como un centenar de almas en pena aullando alrededor de la granja y apartó de su mente pensamientos angustiantes sobre cómo les iría a Veness y a. Kinter en medio de h oscuridad y la tormenta de nieve. Saben lo que hacen, había dicho Livian, y tenía que conseguir creerlo también ella. Regresarían. Estarían bien. Tenían que estarlo.
El descansillo estaba aún más oscuro que el vestíbulo y avanzó a tientas con mucho cuidado sobre el suelo desigual en dirección al lugar donde una delgada línea de luz brillaba por debajo de la puerta de Rimmi. Mientras mantenía la bandeja en precario equilibrio con una mano, alzó el picaporte con la otra y abrió la puerta.
Y Carlaze, inclinada sobre la cama sosteniendo una almohada contra el rostro de Rimmi, se incorporó de un salto como un conejo asustado.
CAPÍTULO 15
Índigo y Carlaze se miraron mutuamente, Índigo oyó el tazón de sopa que tintineaba sobre la bandeja por el temblor de la mano a causa de la sorpresa.
—Carlaze. —Pronunció el nombre de la muchacha, insegura, aunque en lo más profundo de su ser sabía que sus ojos no la habían engañado. Y algo empezaba a encajar de una forma horrible y aterradora—. Carlaze. ¿Qué estás haciendo?
Las mejillas de Carlaze pasaron del rojo violento a una palidez mortal.
—Yo... —Su boca se movió en medio de un espasmo y su rostro se volvió repentinamente feo—. Ella... ¡Oh, Índigo, creo que Rimmi se está muriendo! —Había levantado la almohada y la apretaba ahora contra su pecho; luego la arrojó a un lado y juntó las manos en una pose dramática—. Empezó a dar bocanadas, y yo... no sé cómo se había dado la vuelta, y se ahogaba... su rostro... aparté la almohada, pero...
La voz de Índigo interrumpió sus balbuceos como un cuchillo recién afilado, cuando sus sospechas se convirtieron en certeza.
—¡Embustera!
Carlaze se quedó rígida. Sus ojos se abrieron de par en par, pero detrás de la supuesta sorpresa y ultraje Índigo vio algo más. Astucia... y los primeros signos de temor.
Arrojó la bandeja a un lado. Se estrelló contra el suelo con estrépito, y la sopa caliente salpicó el marco de la puerta y también su brazo; pero ni se dio cuenta de la quemadura. La cólera empezaba a apoderarse de ella y eclipsaba cualquier otra consideración ahora que la pieza del dibujo, el hilo del tapiz, aparecía con toda claridad, y comprendía con aterradora certeza lo que Carlaze había intentado hacer.
—Tú... —Su voz era un grito salvaje— ..., ¡intentabas matarla!
—¿Qué? —Carlaze era una buena actriz, tenía que reconocerlo—. ¿Matarla? ¿De qué estás hablando? Índigo, qué...
Índigo dio un paso hacia el interior de la habitación.
—¡Acaba con esta farsa, Carlaze! ¡Vi perfectamente lo que intentabas hacer!
Y de improviso todo encajó: las súplicas medio incoherentes de Rimmi, el temor que había luchado por comunicar. Y algo más. Algo de lo que Índigo no se había dado cuenta hasta entonces; algo que Carlaze había dicho provocándole una extraña impresión en su subconsciente. Algo sobre que a Gordo no se lo había encontrado. Pero ¿cómo podía saber Carlaze que se sospechaba que Gordo estuviera involucrado? Había afirmado que Kinter no le había dicho nada; que no había habido tiempo para explicaciones ni detalles. Y sin embargo se había aferrado a la idea de implicar a Gordo, como si lo hubiera sospechado —o, quizá, sabido— todo el tiempo. Y había hablado como si esperara que hubiera un segundo cadáver junto al de Moia...