– ¿Has llamado a un médico? -preguntó Jack con cara de preocupación.
– Sale con él -le explicó Sam.
– ¿Quién sale? -preguntó Jack, perplejo.
– El médico -explicó Sam a su hermano.
Maxine presentó a Jack y a Charles, que se volvió con una sonrisa.
– Tú debes de ser el jugador de fútbol. -Jack asintió, preguntándose de dónde habría salido ese misterioso médico, que también salía a cenar, y por qué no había oído hablar de él-. ¿En qué posición juegas? Yo jugaba al fútbol en la universidad. Se me daba mejor el baloncesto, pero el fútbol era más divertido.
– Es verdad. El año que viene quiero jugar a lacrosse -añadió Jack, bajo la mirada atenta de Maxine.
– El lacrosse es un deporte duro. Te lesionas más con el lacrosse que con el fútbol -dijo Charles, terminando de examinar a Sam. Al acabar, miró al niño con una sonrisa-. Creo que sobrevivirás, Sam. Estoy seguro de que mañana te encontrarás mejor.
– ¿Crees que volveré a vomitar? -quiso saber Sam, preocupado.
– Espero que no. Pero esta noche tómatelo con calma. ¿Te apetecería una Coca-Cola?
Sam asintió, estudiando a Charles con interés. Maxine los miraba a todos pensando lo poco acostumbrados que estaban a tener a un hombre en casa. Sin embargo, era agradable. Y Charles se mostraba simpático con los niños. Era evidente que Jack también lo estaba estudiando. Un minuto después, entró Daphne. Estaban todos en el dormitorio de su madre, que de repente parecía pequeño para tantas personas.
– ¿Dónde tienes escondida a la niñera? -preguntó entonces Charles.
– Te acompaño -dijo Maxine, y ambos salieron de la habitación, mientras Sam reía y empezaba a decir algo, y Jack se llevaba un dedo a los labios para hacerle callar.
Maxine y Charles les oyeron reír y susurrar mientras se alejaban. Ella le miró con una sonrisa de disculpa.
– Esto es un poco raro para ellos.
– Me he dado cuenta. Son buenos chicos -dijo.
Cruzaron la cocina y tomaron el pasillo de atrás. Maxine llamó a la puerta de la habitación de Zelda, la abrió despacio y le preguntó si quería que Charles la examinara. Los presentó desde el umbral de la puerta. Zelda también parecía perpleja. No tenía ni idea de quién era el doctor West ni por qué estaba allí.
– No estoy tan enferma -dijo, avergonzada, creyendo que Maxine lo había llamado por ella-. Es solo una gripe.
– Ya estaba aquí, y acaba de visitar a Sam.
Zelda se preguntó si sería un pediatra nuevo que aún no conocía. No se le ocurrió que Maxine hubiera quedado para cenar con él. Charles le dijo más o menos lo mismo que a Sam.
Unos minutos después, Maxine y Charles estaban de pie en la cocina. Ella le sirvió una Coca-Cola, unas patatas fritas y un poco de guacamole que encontró en la nevera. Charles le dijo que se marcharía enseguida y la dejaría tranquila para que se ocupara de los niños. Ya estaba suficientemente atareada. Maxine se sentó y charlaron un rato. Sin duda Charles había tenido su bautismo de fuego: los había conocido a todos. Ver a Sam vomitando sin duda había sido una curiosa forma de que Charles conociera a sus hijos, aunque no era la que ella habría elegido. En opinión de Maxine, él había aprobado con nota. No estaba segura de cómo se sentía pero estaba claro que era un buen hombre. No era precisamente una primera cita normal. Ni mucho menos.
– Siento el lío de esta noche -se disculpó de nuevo.
– No pasa nada -dijo él con naturalidad, aunque por un minuto pensó con añoranza en la cena que habrían disfrutado en La Grenouille -. El viernes por la noche lo pasaremos muy bien. Supongo que hay que ser flexible cuando se tienen hijos.
– Normalmente no tengo tantos problemas. En general me organizo bastante bien. Pero hoy todo se ha desmadrado. Sobre todo porque Zellie también estaba enferma. Dependo mucho de ella.
Él asintió, porque era evidente que debía tener a alguien en quien confiar, y no era su ex marido. Después de lo que le había contado Daphne, entendía por qué. Había leído muchas cosas sobre Blake Williams. Era un miembro importante de la jet set, y no parecía un hombre muy casero. Maxine ya lo había dicho durante el almuerzo.
Charles fue a despedirse de los niños antes de marcharse y le deseó a Sam que se recuperara pronto.
– Gracias -dijo Sam, y se despidió con la mano.
Poco después Maxine despidió a Charles en la puerta.
– Te recogeré el viernes a las siete -prometió Charles. Ella le dio las gracias de nuevo por su amabilidad-. No te preocupes. Al menos he conocido a tus hijos.
La saludó con la mano desde el ascensor y un momento después ella se dejó caer en la cama al lado de Sam, suspirando. Sus otros dos hijos entraron en la habitación.
– ¿Por qué no nos habías dicho que te habían invitado a cenar? -se quejó Jack.
– Lo había olvidado.
– ¿Y quién es? -Daphne parecía desconfiada.
– Un médico que conocí -dijo Maxine, agotada. No quería justificarse con sus hijos. Ya había tenido bastante por una noche-. Por cierto -dijo a su hija-, no deberías alardear así de tu padre. No es de buena educación.
– ¿Por qué no? -Daphne se puso inmediatamente a la defensiva.
– Porque no está bien hablar de su yate y su avión. Hace que la gente se sienta incómoda.
Era evidente que lo había hecho con esa intención. Daphne se encogió de hombros y salió del dormitorio.
– Es simpático -sentenció Sam.
– Sí, no está mal -dijo Jack, no del todo convencido.
No entendía por qué su madre necesitaba a un hombre. Se las arreglaban muy bien tal como estaban. No les extrañaba que su padre saliera con muchas chicas. Pero no estaban acostumbrados a ver a un hombre en la vida de su madre, y no les hacía ninguna gracia. Era estupendo tenerla para ellos solos. No veían ningún motivo para que esto cambiara, al menos en su opinión. Su madre recibió el mensaje con claridad.
Eran las ocho y nadie había cenado, así que Maxine fue a la cocina a ver qué podía preparar. Mientras sacaba de la nevera ensalada, fiambres y huevos, Zelda entró, con bata, y expresión intrigada.
– ¿Quién era el hombre enmascarado? ¿El Zorro? -preguntó.
Maxine se rió.
– Creo que la respuesta correcta es el Llanero Solitario. En realidad, es un médico que conocí. Había quedado con él, pero lo olvidé por completo. Cuando ha entrado, Sam ha vomitado en el pasillo. Ha sido una escena de lo más curiosa.
– ¿Cree que volverá a verle? -preguntó Zelda con interés.
Le había caído simpático. Y era guapo.
Sabía que Maxine no había salido con un hombre desde hacía mucho tiempo, y este le parecía prometedor. Se le veía buena persona, era bien parecido, y que los dos fueran médicos era un buen comienzo para tener algo en común.
– Me ha invitado a cenar el viernes -dijo Maxine en respuesta a su pregunta-. Si se recupera de esta noche.
– Interesante -comentó Zelda.
Se sirvió un vaso de ginger ale y se volvió a la cama.
Maxine preparó pasta, fiambres, huevos revueltos y de postre tomaron brownies. Limpió la cocina y fue a ayudar a Daphne con el trabajo. No terminaron hasta medianoche. Había sido un día de locos y una noche que no acababa nunca. Cuando finalmente se acostó al lado de Sam, Maxine tuvo un minuto para pensar en Charles. No tenía ni idea de qué sucedería, ni de si volvería a verlo después del viernes, pero, en el fondo, la noche no había ido tan mal. Al menos, Charles no había huido despavorido. Algo es algo. Por el momento, era suficiente.
Capítulo 8
El viernes por la noche, cuando Charles se presentó a recogerla, todo fue a la perfección. La casa estaba vacía. Zelda tenía el día libre. Daphne pasaría la noche en casa de una amiga, lo mismo que Sam, que ya se había recuperado de la gripe, y Jack estaba en una fiesta de un amigo previa al Bar Mitzvah del día siguiente. Maxine había comprado whisky escocés, vodka, ginebra, champán y una botella de Pouilly-Fuissé. Estaba preparada para recibirle. Se había puesto un vestido negro corto, llevaba el cabello recogido en un moño, pendientes de diamantes y un collar de perlas, y en la casa reinaba el silencio.