Cuando le abrió la puerta a las siete en punto, Charles entró como si fuera a pisar un campo de minas. Echó un vistazo, escuchó el silencio absoluto y la miró con asombro.
– ¿Qué has hecho con los niños? -preguntó nervioso.
Ella le sonrió.
– Los he dado en adopción, y he despedido a la niñera. Ha sido triste abandonarlos, pero existen prioridades en la vida. No quería estropear otra velada. Se han ido muy deprisa.
El rió y la siguió a la cocina, donde ella le sirvió un escocés con soda y cogió un cuenco de frutos secos para llevar al salón. El silencio era casi escalofriante.
– Siento mucho lo del martes, Charles.
Había sido una escena digna de una película. O de la vida real. Pero quizá demasiado.
– Fue casi como una de las novatadas de la facultad.
Estar metido, borracho, en el portaequipajes de un coche habría sido más fácil y más divertido, pero estaba dispuesto a hacer otro intento. Maxine le gustaba mucho. Era una mujer seria e inteligente, con una trayectoria impresionante en el campo de la medicina, muy respetada y, además, preciosa. Era una combinación difícil de igualar. Lo único de ella que lo incomodaba un poco eran los hijos. No estaba acostumbrado a los niños, y no sentía la necesidad de incluirlos en su vida. Pero formaban parte del paquete. Al menos, esta vez los había mandado lejos y podrían disfrutar de una velada adulta, que eran las que a él le agradaban.
En La Grenouille habían tenido la amabilidad de reservarle otra mesa para esa noche a las ocho, sin tener en cuenta que hubiera anulado la del martes en el último momento. Iba a menudo a ese restaurante y lo consideraban un buen cliente. Maxine y Charles salieron del piso a las ocho menos cuarto, y llegaron al restaurante puntualmente. Les dieron una mesa excelente. Por el momento la noche estaba siendo perfecta, pero todavía era pronto. Después de la entrada que había hecho en su vida hacía tres días, nada lo habría asombrado. Aquel día sintió la tentación de salir corriendo. Pero ahora se alegraba de no haberlo hecho. Se sentía muy a gusto con Maxine y era una buena conversadora.
Durante la primera mitad de la cena, con vieiras y cangrejo, seguidos de faisán y Chateaubriand, hablaron de trabajo y de cuestiones médicas que les afectaban a ambos. A Charles le gustaron las ideas de Maxine, y le impresionaron sus logros. Estaban probando los soufflés cuando Charles mencionó a Blake.
– Me sorprende que tus hijos no sean más críticos con él, teniendo en cuenta que no se presenta cuando debe y que no está nunca.
Se daba cuenta de que aquello decía mucho de ella, porque era algo que podría haber usado contra su ex marido, como habrían hecho muchas mujeres, ya que apenas la ayudaba.
– En el fondo es un buen hombre -dijo Maxine-. De hecho, es estupendo. Y ellos lo saben. Aunque no es muy atento.
– Parece muy egoísta. Alguien que solo busca su placer -observó Charles.
Maxine tuvo que reconocer que tenía razón.
– Sería casi imposible que no lo fuera -dijo ella tranquilamente-, con el éxito que ha tenido. Pocas personas son capaces de resistirse y mantener la cabeza fría. Tiene muchos juguetes y le gusta divertirse. Blake no hace nada que no sea divertido, o de alto riesgo. Es su estilo y siempre lo ha sido. El otro camino que podría haber tomado sería dedicar el dinero a obras filantrópicas. Y lo hace, pero no participa en ellas personalmente. En resumen, considera que la vida es corta, que ha tenido suerte y que quiere pasarlo bien. Fue adoptado, y creo que, en cierto modo, a pesar de que sus padres adoptivos le quisieron mucho, siempre se ha sentido inseguro, con su vida y consigo mismo. Quiere aprovechar todo lo que pueda, antes de que se lo arrebaten o lo pierda. Es una patología difícil de superar: el miedo constante al abandono y a la pérdida, así que lo coge todo con ambas manos, pero al final pierde de todos modos. Como una especie de profecía que se cumple.
– Seguro que lamenta haberte perdido -dijo Charles cautelosamente.
– No lo creo. Somos buenos amigos. Le veo con los niños cuando viene a la ciudad. Sigo siendo parte de su vida, aunque de una forma diferente, como amiga y madre de sus hijos. Sabe que puede contar conmigo. Como siempre. Además, tiene muchas novias, que son mucho más jóvenes y divertidas que yo. Yo siempre fui demasiado seria para él.
Charles asintió. Le gustaba esto de ella, y estaba completamente de acuerdo. Pero encontraba un poco rara la relación que mantenía con su ex marido. Él casi nunca hablaba con su ex esposa. Sin hijos que los ataran, después del divorcio no había quedado más que una gran cantidad de hostilidad entre ellos. De hecho, no había nada. Era como si jamás hubieran estado casados.
– Cuando tienes hijos -prosiguió Maxine-, estás atado al otro para siempre. Y debo reconocer que, si no tuviéramos esto, le echaría de menos. Nos va bien a todos, sobre todo a los chicos. Sería triste que su padre y yo nos odiáramos.
Probablemente, pensaba Charles mientras la escuchaba, pero sería más fácil para el siguiente hombre o mujer que entrara en sus vidas. No era fácil ser el sucesor de Blake, para nadie, y a su manera, tampoco resultaba fácil estar a la altura de ella, aunque fuera tan modesta.
No había nada arrogante o pomposo en Maxine, a pesar de su brillante carrera psiquiátrica y de los libros que había escrito. Era muy discreta, y él la admiraba por ello. El no lo era tanto y lo sabía. Charles West tenía una buena opinión de sí mismo, y estaba muy seguro de sus logros. No había dudado antes de intentar obligarla a hacer lo que él consideraba conveniente con el chico de los Wexler, y solo había dado marcha atrás cuando había descubierto quién era Maxine y lo experta que era en su campo. Solo entonces había aceptado que ella podía juzgar mejor la situación, sobre todo tras el tercer intento de suicidio de Jason, que había hecho que Charles se sintiera como un idiota. Normalmente detestaba tener que reconocer que estaba equivocado, pero en este caso no había tenido más remedio. Maxine tenía carácter, pero también podía ser amable y femenina. No necesitaba demostrar sus aptitudes, y lo hacía raramente, solo cuando la vida de un paciente estaba en peligro, pero nunca para alimentar su ego. En cierto modo a Charles le parecía la mujer perfecta; jamás había conocido a otra como ella.
– ¿Qué piensan tus hijos de que salgas con hombres? -preguntó al terminar de cenar.
No se atrevía a preguntarle qué habían dicho de él, aunque le habría gustado saberlo. El martes se había dado cuenta claramente de que se habían sorprendido al verle. Era evidente que ella no les había prevenido, ya que había olvidado la cita por completo. Su aparición en escena había cogido a todos por sorpresa, incluida Maxine. Pero, al mismo tiempo, con todo lo ocurrido después, los niños también lo habían sorprendido enormemente. Al día siguiente se lo contó a un amigo, que se murió de risa con la descripción que le hizo Charles de la caótica escena y le aconsejó que se soltara un poco. También le aseguró que ella no encontraría a otro hombre tan maravilloso como él. Como norma, Charles prefería no salir con mujeres con hijos. Era difícil encontrar tiempo para estar juntos cuando estaban tan ocupadas con las vidas de los niños. Aunque, al menos, solían contar con un ex marido que se quedaba con los hijos la mitad del tiempo. Maxine no tenía a nadie con quien compartir la carga, excepto una niñera, que ya tenía sus propios problemas. La responsabilidad de Maxine era enorme, y estar con ella sería para él un desafío.
– Se quedaron muy sorprendidos -contestó Maxine con sinceridad-. Hacía mucho tiempo que no salía. Están acostumbrados a que su padre vea a mujeres, pero no creo que hayan pensado nunca que algún día pueda haber un hombre en mi vida.