Ella misma todavía no se había acostumbrado a la idea. Los hombres con los que había salido brevemente apenas le habían interesado, y le habían resultado tan poco atractivos que había abandonado.
Los médicos que conocía siempre le parecían pomposos, o no tenían nada en común con ella. Además, ellos se asustaban enseguida al ver lo ocupada que estaba con su consulta y su vida familiar. Los hombres no solían querer una mujer o una esposa que se fuera al hospital por una urgencia a las cuatro de la madrugada, y con cargas profesionales tan exigentes. A Blake tampoco le gustaba, pero la carrera médica de Maxine siempre había sido importante para ella, y sus hijos todavía más. La vida de Maxine estaba más que llena, y como había quedado demostrado la noche del martes, no se necesitaba mucho para que se desbordara. No había demasiado espacio, si es que lo había, para alguien más. Y Charles sospechaba que a los niños les gustaba que fuese así. Llevaban escrito en la cara que la querían para ellos solos, y que no era bien recibido en el grupo. No le necesitaban. E intuía que ella tampoco. No tenía el aspecto desesperado de muchas mujeres de su edad, que por encima de todo anhelaban conocer a un hombre. Ella, por el contrario, desprendía una sensación de felicidad, de plenitud, y de arreglárselas muy bien sola. Esto también le parecía atractivo. No deseaba ser el salvador de nadie, aunque quisiera formar parte de la vida de una mujer. Con Maxine no lo sería nunca; lo cual tenía a la vez ventajas e inconvenientes.
– ¿Crees que aceptarían que tuvieras una relación con un hombre? -preguntó despreocupadamente, tanteando el terreno.
Maxine se lo pensó un momento.
– Es posible. Quizá sí. Dependería del hombre, y de lo bien que se adaptara a los niños. Estas cosas van en las dos direcciones, y exigen esfuerzo por ambas partes.
Charles asintió. Era una respuesta razonable.
– ¿Y tú? ¿Crees que tú te acostumbrarías a tener otra vez un hombre en tu vida, Maxine? Pareces muy autosuficiente.
– Lo soy -dijo ella sinceramente, tomando un sorbo de una delicada infusión de menta, el final perfecto para una cena estupenda.
La comida había sido deliciosa, y los vinos que había elegido Charles, soberbios.
– Respondiendo a tu pregunta, no sé qué decir. Solo me acostumbraría si fuera el hombre correcto. Debería creer que puede funcionar. No quiero cometer otro error. Blake y yo éramos demasiado distintos. Cuando eres joven no lo notas tanto, pero llega cierto punto, cuando maduras y sabes quién eres, en que sí importa. A nuestra edad ya no puedes engañarte pensando que algo va a funcionar cuando está claro que no funciona. Es mucho más difícil que todo encaje, porque cada uno tiene su vida. Cuando eres joven todo hace gracia. Más tarde, es otro cantar. No es tan fácil encontrar una buena pareja, hay muy pocos candidatos, e incluso con los buenos, todos tienen su pasado. Tiene que valer mucho la pena para hacer el esfuerzo. Mis hijos me dan la excusa para no intentarlo. Me mantienen ocupada y me hacen feliz. El problema es que un día se harán mayores y me quedaré sola. Por ahora, sin embargo, no tengo que planteármelo.
Tenía razón. Para ella eran un amortiguador contra la soledad, y una excusa para que le diera pereza introducir a un hombre en su vida. En cierto modo, Charles sospechaba que también le daba miedo intentarlo de nuevo. Le daba la impresión de que Blake se había llevado una gran parte de ella, y aunque fueran «demasiado distintos», como afirmaba Maxine, le parecía que todavía le quería. Esto también podía ser un problema. ¿Quién podía competir con una leyenda que se había hecho millonario y poseía tanto encanto? Era un gran desafío, un desafío con el que pocos hombres se enfrentarían. Estaba claro que ninguno lo había hecho.
Pasaron a otros temas de conversación: el trabajo, la pasión de Maxine por los pacientes adolescentes suicidas, la compasión que sentía por los padres de los pacientes, su fascinación por los traumas causados por las catástrofes. En comparación, la consulta de Charles no era tan interesante. El trataba resfriados comunes, una gran variedad de dolencias y situaciones más cotidianas, y de vez en cuando la tristeza de un paciente con cáncer al que derivaba inmediatamente a un especialista y lo perdía de vista. Su consulta no afrontaba crisis constantes como la de ella. Aunque de vez en cuando perdiera a un paciente, no era lo habitual.
Después de cenar la acompañó a su piso y tomaron una copa de brandy de su bar recién provisto. Ahora estaba preparada para recibir a un hombre, aunque no volviera a ver a este nunca más. Estaría preparada para la próxima vez, dentro de cinco o diez años. Zelda le había tomado el pelo. A causa de su cita tenía el bar abarrotado. Esto la inquietaba un poco con los niños en casa. Cerraría el armario con llave, para no tentar ni a sus hijos ni a los amigos de estos, después de lo ocurrido con Daphne.
Maxine dio las gracias a Charles por la deliciosa cena y la agradable velada. Tenía que reconocer que estaba bien ser una persona civilizada, arreglarse y pasar la noche hablando con un adulto. Era bastante más emocionante que ir al Kentucky Fried Chicken o al Burger King con media docena de críos, que era lo que hacía habitualmente. Viéndola tan elegante, Charles pensó que merecía ir a La Grenouille más a menudo, y esperaba tener ocasión de volver a invitarla. Era su restaurante favorito en la ciudad, aunque también le gustaba Le Cirque. Era muy aficionado a la buena comida francesa, y al ambiente que solía acompañarla. Le gustaban la pompa y la ceremonia mucho más que a ella, y las conversaciones entre adultos. Hablando con ella se preguntó si también sería divertido salir con los niños. Era posible, pero todavía no estaba convencido, aunque fueran unos chicos simpáticos. Prefería hablar con ella sin distracciones, o sin que Sam le vomitara sobre los pies. Antes de que él se marchara, se rieron con la anécdota y se quedaron charlando un rato en el pasillo, justo donde había sucedido.
– Me gustaría volver a verte, Maxine -dijo él.
Desde su punto de vista aquella velada había sido un éxito, y desde el de ella también, a pesar del desastroso comienzo. Esta noche había sido todo lo contrario. Perfecta de principio a fin.
– A mí también me gustaría -contestó sinceramente.
– Te llamaré -dijo, y no intentó besarla.
A ella le habría molestado que lo hiciera. No era el estilo de Charles. El era un hombre que avanzaba lenta y calculadamente cuando le gustaba una mujer; creaba el ambiente adecuado para que sucediera algo más adelante, si ambos lo querían. No tenía prisa, y prefería que las mujeres progresaran a su ritmo. Debía ser una decisión mutua, y sabía que Maxine estaba todavía muy lejos de ese punto. Llevaba demasiado tiempo sin salir y nunca lo había deseado realmente. Ni siquiera pensaba en iniciar una relación. Debería llevarla hasta él poco a poco, si decidía que eso era lo que quería. Todavía no estaba del todo seguro. Era agradable estar con ella y hablar; el resto ya se vería. Sus hijos seguían siendo un gran impedimento para él.
Antes de cerrar la puerta, Maxine le dio las gracias otra vez. Para entonces Jack ya dormía en su habitación, después de la fiesta a la que había asistido, y Zelda descansaba en la suya. La casa estaba en silencio, mientras Maxine se desnudaba, se cepillaba los dientes y se acostaba, pensando en Charles. Había sido agradable, era innegable. Pero le seguía pareciendo raro salir con un hombre. No le desagradaba, pero era todo tan serio, tan educado. Como él. No se imaginaba saliendo un domingo por la tarde con él y con sus hijos, como hacía con Blake cuando estaba en la ciudad. Pero Blake era su padre, y no dedicaba su vida a la familia. Solo era un turista de paso, por muy encantador que fuera. Blake era un cometa en su cielo.
Charles era fiable y tenían muchas cosas en común. Pero no era ni alegre, ni gracioso ni divertido. Por un momento, echó de menos estas cosas en su vida, pero se dio cuenta de que no se puede tener todo. Siempre había dicho que si algún día volvía a salir en serio con un hombre, quería a uno que fuera estable y en el que pudiera confiar. Sin duda Charles era ese tipo de hombre. Después pensó en sí misma con una sonrisa, y se rió de lo que deseaba. Blake era un loco divertido. Charles era responsable y maduro. Era una pena que no hubiera ningún hombre en el planeta que pudiera ser ambos a la vez: una especie de Peter Pan maduro, con valores sólidos.