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– ¿Cómo está? -preguntó Thelma a Maxine.

Se había quedado, más para hacer compañía a Charles que por otra cosa. Maxine estaba al mando ahora.

– Resistiendo. Esta vez se ha salvado por muy poco -dijo Maxine, rezando para no perderla.

Eloise, su paciente, estuvo en la mesa de operaciones durante cuatro horas; eran casi las cinco cuando Maxine supo algo concreto. Para su sorpresa, Charles todavía estaba con ella. Thelma se había marchado a casa hacía horas.

Apareció el cirujano en la sala de médicos con actitud victoriosa y sonrió a Charles y a Maxine.

– Juro que a veces hay milagros que no podemos explicar. Ha esquivado por los pelos varios órganos vitales. No se ha matado de casualidad. En los próximos días pueden pasar muchas cosas, pero creo que saldrá adelante.

Maxine soltó un suspiro de alivio y le echó los brazos al cuello a Charles. El la abrazó y sonrió. Estaba agotado, pero médicamente había sido una de las noches más interesantes de su vida: había visto con lo que se enfrentaba Maxine y lo que hacía para resolverlo, y cómo se encargaba de todo.

Maxine fue a comunicarles la noticia a los padres de Eloise y, poco después de las seis, ella y Charles salieron del hospital. Maxine volvería al cabo de unas horas. Los próximos días serían difíciles, pero lo peor había pasado. Le habían hecho una transfusión de sangre a Eloise y le habían operado el corazón. Sus padres estaban junto a ella, aliviados, al igual que Maxine. Su optimismo todavía era moderado, pero le daba la sensación de que esta batalla la ganarían y que habían arrancado una victoria de las fauces de la muerte.

– No sé cómo decirte lo impresionado que estoy con lo que has hecho -dijo Charles cariñosamente.

Durante el trayecto de vuelta a casa la rodeó con un brazo y ella apoyó la cabeza contra él. Maxine todavía estaba sobreexcitada por el trabajo de la noche, pero también muy cansada. Ambos sabían que tardaría horas en reducir ese estado de excitación y para entonces ya debería estar de vuelta en el hospital, probablemente sin haber dormido nada. Pero estaba acostumbrada.

– Gracias -dijo, sonriéndole-. Gracias por quedarte conmigo. Ha sido agradable saber que estabas ahí. Normalmente estoy sola en noches como esta. Espero que esta vez ganemos. Me da la sensación de que sí.

– A mí también. Tu cardiólogo es excepcional. -Charles pensaba que ella también lo era.

El taxi se detuvo frente a la casa de Maxine; de repente, al bajar, ella se dio cuenta de cómo le dolía todo. Sentía las piernas de cemento y los tacones altos la estaban matando. Todavía llevaba la bata de laboratorio blanca sobre el vestido de noche y el abrigo negro doblado sobre el brazo. Aquella noche Charles se había puesto un traje negro clásico, una camisa blanca y una corbata azul marino. A Maxine le gustaba cómo vestía. Y todavía estaba casi impecable a pesar de la noche en blanco.

– Me siento como si me hubieran arrastrado por toda la ciudad -dijo.

El se rió.

– No lo parece. Esta noche has estado absolutamente fantástica.

– Gracias, el mérito es del equipo. No es un trabajo de una sola persona. Y también depende de la suerte. Es imposible saber cómo acabará. Haces lo que puedes, y rezas porque salga bien. Es lo que hago yo.

Charles la miró con los ojos llenos de admiración y respeto. Eran las seis y media de la mañana, y de repente deseó entrar y acostarse con ella. Le habría gustado dormir abrazándola, después de la noche que habían pasado juntos. En cambio, se inclinó, de pie en la acera, y le rozó los labios con los suyos. Ninguno de los dos había pensado en cuándo se besarían, pero aquella noche había cambiado muchas cosas para ambos. En cierto modo, habían creado un vínculo. Volvió a besarla, esta vez con más intensidad, y ella le devolvió el beso y dejó que la rodeara con sus brazos y la atrajera hacia él.

– Te llamaré -susurró él.

Maxine asintió y entró en su casa.

Se sentó en la cocina un buen rato, pensando en todo lo ocurrido: en su paciente, en la larga noche y en el beso de Charles. Era difícil decir cuál de las tres cosas la había perturbado más. El intento de suicidio de su paciente sin duda, pero cuando Charles la besó se sintió como si un rayo la hubiera atravesado. También había sido agradable. Le había gustado que estuviera a su lado. En muchos sentidos, Charles parecía ser lo que ella había querido siempre. Pero ahora que lo tenía, le daba miedo lo que representaba y lo que haría ella. No estaba segura de que en su vida hubiera espacio para él y los niños. Eso la preocupaba.

Eran casi las nueve de la mañana cuando por fin se metió en la cama. Sus hijos todavía dormían, así que tenía la esperanza de poder dormir un poco antes de tener que ocuparse de ellos. Cuando por fin se levantó sobre las once, después de dos horas de sueño, no estaba preparada para el ataque de Daphne. Estaba tomando una taza de café en la cocina y Daphne la miraba furiosa. Maxine no tenía ni idea del motivo, pero estaba segura de que lo averiguaría pronto.

– ¿Dónde estuviste anoche? -preguntó Daphne. Estaba pálida.

– En el hospital. ¿Por qué? -Maxine se quedó estupefacta. ¿A qué venía eso?

– ¡No es verdad! ¡Estuviste con él!

Lo dijo como un amante celoso. No había furia como la de un hijo frente al nuevo novio de uno de los padres, aunque solo fuera la mera sospecha de su existencia.

– Fui a cenar con «él», como le llamas tú -contestó su madre con calma-. Cuando volvíamos recibí una llamada, una de mis pacientes me necesitaba y tuve que ir al hospital. Creo que logramos salvarla, si no se tuerce nada durante el día de hoy. -A menudo informaba a sus hijos de las urgencias que le habían ocupado la noche-. ¿Se puede saber qué pasa?

– No te creo. Creo que estuviste en su piso toda la noche, durmiendo con él.

Escupió las palabras contra su madre, rabiosa, mientras Maxine la miraba atónita. Estaba totalmente injustificado, pero aquello le hizo entrever la resistencia contra Charles que podía encontrar por parte de sus hijos. O al menos por parte de Daphne.

– Eso puede pasar algún día, con él o con otro. Y si algo llega a ser tan serio en mi vida, ya hablaremos. Pero te aseguro, Daphne, que anoche estuve trabajando. Y me parece que te estás pasando de la raya.

Se volvió hacia ella, también estaba enfadada, y Daphne pareció ablandarse un instante, pero volvió a hablar.

– ¿Por qué debería creerte? -preguntó mientras Sam entraba en la cocina y miraba a su hermana con preocupación.

Le dio la sensación de que estaba siendo mala con su madre, y no se equivocaba.

– Porque no te he mentido nunca -dijo Maxine severamente- y no tengo intención de empezar ahora. No me hacen ninguna gracia tus acusaciones. Son groseras, falsas e innecesarias. Así que cállate y compórtate.

Maxine salió de la cocina sin decir una palabra más a ninguno de sus dos hijos.

– ¿Ves lo que has conseguido? -protestó Sam-. Has hecho enfadar a mamá. Seguro que está cansada después de pasarse levantada toda la noche, y ahora estará de mal humor todo el día. ¡Muchas gracias!

– ¡No te enteras de nada! -exclamó Daphne y salió echando pestes de la cocina.

Sam meneó la cabeza y se preparó unos cereales. El día no empezaba bien, eso estaba claro.

Maxine volvió al hospital a mediodía, donde se alegró de ver que Eloise evolucionaba bien. Había recuperado la consciencia, así que Max pudo hablar con ella, a pesar de que la chica no quiso decirle por qué había intentado quitarse la vida. La doctora recomendó una hospitalización larga para ella, y sus padres estuvieron de acuerdo. No querían arriesgarse a que la situación se repitiera, costara lo que costase.

A las dos, Maxine estaba otra vez con sus hijos. Daphne había salido con unas amigas, supuestamente a hacer compras de Navidad, pero su madre estaba segura de que solo intentaba evitarla, lo que en parte le convenía. Todavía estaba enfadada por las acusaciones de Daphne de la mañana. Como siempre, Sam estuvo encantador e intentó compensarla. Fueron juntos a ver el partido de fútbol de Jack. El equipo de Jack ganó y lo pasaron en grande. Al volver al piso a las cinco, estaban de excelente humor. Daphne ya había vuelto a casa y estaba muy dócil.