Выбрать главу

– No te preocupes tanto, Charles -le tranquilizó Maxine-. Si eso fuera importante para mí, seguiría casada con Blake. Recuerda que le dejé. Solo quiero estar contigo. No me importa lo sencilla que sea la cabaña. Voy por ti, no por la casa. -Y lo decía en serio.

Charles se sentía muy aliviado de poder estar con ella a solas para variar. A él seguía causándole ansiedad estar con los niños. Había comprado cedés para todos en Navidad, de grupos musicales que había propuesto su madre, y algunos DVD para Sam. No tenía ni idea de qué les gustaba, y elegir regalos para ellos le había puesto nervioso. Había comprado un pañuelo clásico de Chanel para Maxine, que le había parecido bonito, y que a ella le había encantado. Se lo había dado la última vez que habían cenado antes de que él se marchara a Vermont, cuando aún faltaban cuatro días para Navidad.

Prefería irse de la ciudad antes de que la gente se dedicara de lleno a celebrar las fiestas. No eran para él, aunque a Maxine le pareciera una lástima. Pero para ella resultaba más fácil así, por los niños. Daphne se lo habría tomado muy mal si Charles hubiera participado en su Navidad y hubiera querido estar con ellos, así que finalmente todo salió bien.

Maxine le había regalado una corbata de Hermès y un pañuelo de bolsillo a juego. El se los puso para salir a cenar aquella noche. Era una relación cómoda para ambos, no demasiado seria, con mucho espacio para que los dos siguieran dedicándose a sus carreras y a sus vidas. Maxine no sabía hasta qué punto cambiaría su vida si se acostaba con él. No podía imaginárselo quedándose a dormir en la casa, con los niños, pero Charles ya le había asegurado que no lo haría. Le daba demasiado miedo que Daphne lo matara mientras dormía. Además, no le parecía adecuado dormir con ella con los chicos en la casa. Maxine estaba de acuerdo.

Salió de la ciudad a mediodía con la intención de no volver hasta el uno de enero. Esperaba llegar a Vermont a las seis de la tarde. Charles la llamó dos veces por el camino, para asegurarse de que estaba bien. Al norte de Boston estaba nevando, pero las carreteras se mantenían despejadas. Se encontraba en New Hampshire, donde la nevada era aún más copiosa, cuando tuvo noticias de los niños. Daphne la llamó en cuanto aterrizaron en Aspen, y parecía desquiciada.

– ¡La odio, mamá! -susurró. Maxine escuchó y puso cara de exasperación-. ¡Es horrible!

– ¿Horrible en qué?

Maxine intentó mantenerse objetiva, aunque debía admitir que algunas de las mujeres de Blake eran bastante especiales. En los últimos cinco años, Maxine había aprendido a tomárselo con filosofía. De todos modos, nunca duraban, así que no merecía la pena enfadarse, a menos que hicieran algo peligroso para sus hijos. Aun así, ya eran demasiado mayores, no eran unos bebés.

– ¡Tiene los brazos tatuados!

Maxine sonrió solo de pensarlo.

– La última, además de los brazos, tenía tatuadas las piernas, y no te molestaba. ¿Es simpática?

Quizá estaba siendo desagradable con los niños. Maxine esperaba que no, pero no creía que Blake dejara que eso pasara. Adoraba a sus hijos, por mucho que le gustaran las mujeres.

– No lo sé. No hablaré con ella -dijo Daphne orgullosamente.

– No seas grosera, Daff. No me gusta, y lo único que conseguirás es que tu padre se enfade. ¿Se porta bien con los chicos?

– Le ha hecho un montón de retratos estúpidos a Sam. Es pintora o yo qué sé. Y lleva una cosa ridícula entre los ojos.

– ¿Qué cosa?

– Como las mujeres indias. ¡Es una pretenciosa!

Maxine se la imaginó con una flecha pegada en la frente con una ventosa.

– ¿Te refieres a un bindi? Vamos, Daff, no seas mala con ella. Es un poco rara, de acuerdo. Pero dale una oportunidad.

– La odio.

Maxine sabía que Daphne también odiaba a Charles.

Últimamente odiaba a mucha gente; a los padres de Maxine también. Eran cosas de la edad.

– Probablemente no volverás a verla después de estas vacaciones, así que no malgastes energías. Ya sabes lo que ocurre siempre.

– Esta es diferente -dijo Daphne, y parecía deprimida-. Creo que papá está enamorado de ella.

– Lo dudo mucho. Tu padre solo hace unas semanas que la conoce.

– Ya sabes cómo es. Se pone como loco con todas al principio.

– Sí, y después todo se convierte en humo y se olvida de ellas. Tú tranquila.

Pero, después de colgar, se preguntó si Daphne tendría razón y esta sería la excepción. Todo era posible. No se imaginaba a Blake casándose de nuevo y viviendo con la misma mujer mucho tiempo, pero nunca se sabía. Tal vez algún día lo haría. Maxine se preguntó cómo se sentiría cuando eso ocurriera. Tal vez no muy bien. Al igual que sus hijos, le gustaba la situación tal como estaba. Los cambios nunca eran fáciles, pero tal vez algún día tendría que afrontarlos. En la vida de Blake, y en la suya. Charles era eso. Un cambio. Ella también estaba asustada.

El viaje fue más largo de lo que esperaba por culpa de la nieve, así que llegó a casa de Charles a las ocho. Era una casita pulcra de Nueva Inglaterra con el tejado a dos aguas y una verja rústica alrededor. Parecía sacada de una postal. Charles salió a recibirla en cuanto oyó el coche, y le cogió las maletas. Tenía un porche delantero con un columpio y dos mecedoras; dentro había un gran dormitorio, un salón con chimenea y una alfombra a sus pies, y una cocina rústica y acogedora. La decepcionó ver que no había sitio para sus hijos, si llegaban a ese punto. Ni siquiera una habitación de invitados donde pudieran dormir los tres en una cama. Era una casa pensada para un soltero, o una pareja, a lo sumo, y nada más, porque así era como vivía él. Y así era como le gustaba. Lo había dejado claro.

La casa era acogedora y estaba caldeada cuando ella entró. Dejaron las maletas en el dormitorio y Charles le mostró el armario donde podía colgar sus cosas. Era una sensación curiosa estar a solas con él. Le abrumaba un poco que hubiera solo una habitación, porque todavía no se había acostado con él. Pero era demasiado tarde, ya estaba allí. De repente le pareció muy valiente haber llegado tan lejos y se sentía tímida mientras él le mostraba dónde estaba todo. Toallas, sábanas, lavadora, baño… solo uno. Todo en la cocina estaba inmaculado y pulcro. Tenía pollo frío y sopa para ella, pero después de tantas horas conduciendo estaba demasiado cansada para comer. Se sentía a gusto sentada junto al fuego con él y tomando una taza de té.

– ¿Los niños han llegado bien? -preguntó educadamente.

– Están estupendamente. Daphne me ha llamado en cuanto han llegado a Aspen. Está un poco molesta porque su padre ha llevado a su novia. Le había prometido que esta vez no lo haría, pero acaba de conocer a una mujer, así que la ha llevado. Al principio siempre se entusiasma mucho.

– Parece un tipo muy ocupado -dijo Charles, en tono desaprobador.

Cuando se mencionaba a Blake, siempre se sentía incómodo.

– Los niños se adaptarán. Siempre lo hacen.

– No estoy seguro de que Daphne se adapte a mí.

Todavía estaba preocupado por ello, y no estaba acostumbrado a la furia descontrolada de las adolescentes. Maxine parecía mucho menos impresionada.

– Se adaptará. Solo necesita más tiempo.

Se sentaron y charlaron junto al fuego un buen rato. El paisaje era de una belleza impactante, así que salieron al porche y contemplaron la nevada reciente que lo cubría todo a su alrededor. Charles la abrazó y la besó en la magia del momento. Justo entonces, sonó el móvil de Maxine. Era Sam, que llamaba para darle las buenas noches. Maxine le mandó un beso, se despidió y se volvió hacia Charles, que parecía desconcertado.

– Ni siquiera aquí te dejan en paz -comentó secamente-. ¿Nunca tienes tiempo libre?