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Arabella quería decirle que la culpable era la bruja de su hija, pero se dominó, por amor a él. Estaba sinceramente enamorada, y él también de ella.

Por fin Arabella repitió el comentario de Daphne que la había hecho llorar.

– Me he asustado y, de repente, he pensado que me dejarías en cuanto volviéramos a Londres.

Miró a Blake con sus ojos enormes y se echó a llorar otra vez mientras él la rodeaba con sus brazos.

– Nadie va a dejar a nadie -la tranquilizó Blake-. Estoy loco por ti. No me iré a ninguna parte y, si puedo evitarlo, tú tampoco. En mucho tiempo. No me gusta reconocerlo, pero mi hija está celosa de ti.

Más tarde habló de ello con Daphne y le preguntó por qué se portaba tan mal con Arabella. No era justo y nunca se lo había hecho a ninguna de sus novias anteriores.

– ¿Qué sucede, Daff? He tenido muchas mujeres y, seamos sinceros, algunas eran bastante tontas.

Daphne se echó a reír ante tanta sinceridad. Algunas eran realmente cortas, hermosas pero tontas, y Daphne nunca les había hecho la vida imposible. Ni siquiera se había burlado de ellas.

– Arabella es diferente -dijo Daphne, de mala gana.

– Sí, es más lista y más simpática que cualquiera de las otras, y tiene una edad más cercana a la mía. ¿Cuál es el problema?

Estaba enfadado con ella y se notaba. Le estaba amargando la vida a Arabella sin ningún motivo.

– Precisamente por eso, papá -contestó Daphne-. Es mejor que cualquiera de las otras… por eso la odio…

– Explícamelo. -Blake no entendía absolutamente nada.

Daphne habló en voz baja; de repente, parecía una niña otra vez.

– Me da miedo que no desaparezca.

– ¿Por qué? ¿Qué más te da, si no es mala contigo?

– ¿Y si te casas con ella?

Daphne parecía ponerse enferma solo de pensarlo. Su padre se quedó atónito.

– ¿Casarme con ella? ¿Para qué iba a casarme con ella?

– No lo sé. Es lo que hace la gente.

– Yo no. Ya lo he hecho. Estuve casado con tu madre. Tengo tres hijos maravillosos. No necesito volver a casarme. Arabella y yo solo lo estamos pasando bien. Nada más. No te lo tomes tan en serio… Nosotros no lo hacemos, así que no lo llagas tú tampoco.

– Dice que te quiere, papá. -Daphne lo miraba con sus grandes ojos-. Y te he oído decirle que también la querías. Las personas que se quieren se casan, y yo no deseo que te cases con nadie que no sea mamá.

– Te aseguro que eso no va a pasar -afirmó él, convencido-. Tu madre y yo no queremos estar casados, pero nos apreciamos de todos modos. Y hay suficiente sitio para una mujer en mi vida, con la que no pretendo casarme, y para todos vosotros. No debes preocuparte por eso. Tienes mi palabra, Daff. No volverás a verme casado. Con nadie. ¿Estás mejor?

– Sí. Un poco. -No estaba muy segura-. ¿Y si cambias de opinión?

Tenía que reconocer que Arabella era muy guapa, lista y divertida. En muchos sentidos, parecía perfecta para él y eso era lo que aterrorizaba a Daphne.

– Si cambio de opinión, hablaré contigo primero. Te doy permiso para hacer lo que te parezca oportuno, y para convencerme de lo contrario. ¿Trato hecho? Pero ahora no debes ser mala con Arabella. No es justo. Es nuestra invitada y lo está pasando realmente mal.

– Lo sé -dijo Daphne con una sonrisa victoriosa.

No se había esforzado tanto porque sí.

– Entonces ya está bien. Puedes ser amable con ella. Es una buena chica. Y tú también.

– ¿Tengo que hacerlo, papá?

– Sí, tienes que hacerlo -dijo él con firmeza.

Se estaba temiendo que a partir de ahora Daphne hiciera lo mismo con todas sus mujeres. También había hecho algunos comentarios mezquinos sobre Charles. Parecía que quisiera que sus padres permanecieran solos, y eso no era muy realista. Blake estaba contento de que por fin Maxine hubiera conocido a un hombre. Merecía un poco de consuelo y compañía en la vida. No se lo echaba en cara. Pero, evidentemente, Daphne lo hacía, y estaba dispuesta a poner todas las trabas posibles. No le gustaba que su hija se comportara de ese modo. Se había convertido en una bruja de la noche a la mañana, y empezaba a preguntarse si Maxine tendría razón cuando lo atribuía a su edad. No le apetecía nada la perspectiva de tener que soportar esa conducta cada vez que la llevara de vacaciones. El siempre invitaba a una mujer y no se le pasaba por la cabeza que no pudiera hacerlo.

– Quiero que a partir de ahora hagas un esfuerzo con ella. Por mí -la conminó.

Daphne aceptó sin mucho entusiasmo.

Los resultados de esta conversación no fueron evidentes la primera noche, pero dos días después, la situación había mejorado ligeramente. Daphne respondía cuando Arabella le dirigía la palabra, y dejó de hacer comentarios maliciosos sobre su pelo y sus tatuajes. Algo era algo. Arabella hacía días que no lloraba por culpa de Daphne. El viaje había acabado por ser angustioso para él. Antes, unas vacaciones con sus hijos nunca lo habían sido, y empezó a lamentar haber llevado a Arabella, más por ella que por sus hijos.

Una tarde que estaba esquiando tranquilamente con Arabella tuvo que reconocer que era agradable estar sin los niños un rato. Se pararon varias veces, para recuperar el aliento en las pistas más difíciles, y él aprovechó para besarla. Aquella tarde volvieron a la casa para hacer el amor. Arabella le confesó que se moría de ganas de regresar a Londres, aunque se alegrara de haber conocido a sus hijos. Pero se le estaba haciendo largo y tenía la sensación de que Blake estaba organizando cosas para ellos constantemente. También era evidente que ella y Daphne nunca se harían amigas. Lo máximo que podía esperar era una tregua precaria, que era lo que tenían por ahora. Aunque la mejora en el comportamiento de Daphne era enorme en comparación con los primeros días, Blake no envidiaba a su ex mujer si aquello era lo que tenía que soportar cada vez que se presentaba su novio. No entendía cómo ese hombre podía aguantarlo. Sospechaba que Arabella no habría resistido mucho tiempo, si Daphne no hubiera rectificado.

Por primera vez, fue un alivio devolver sus hijos a Maxine en Nueva York. Ella acababa de llegar de Vermont cuando Blake se los dejó en el piso. Arabella le esperaba en el ático, y por la noche se marchaban a Londres.

Con un grito de alegría, Sam echó los brazos al cuello de su madre en cuanto la vio y casi la tiró al suelo. Jack y Daphne también parecían contentos de estar en casa.

– ¿Cómo ha ido? -preguntó Maxine a Blake, en un tono muy relajado.

Veía en sus ojos que había sido cualquier cosa menos perfecto, y que esperaba a que Daphne saliera de la habitación para contestar.

– No tan bien como siempre, la verdad -confesó con una sonrisa triste-. Vigila a Daff, Max, o te quedarás para vestir santos.

Maxine rió divertida. Era la menor de sus preocupaciones; lo había pasado de maravilla con Charles en Vermont. Había vuelto relajada y feliz, y se sentía más cerca de él de lo que se había sentido de nadie en años. En muchos aspectos se parecían; ambos eran médicos meticulosos, pulcros y organizados. Sin nadie más alrededor, era perfecto. El problema sería ver cómo evolucionaba la situación ahora que estaban todos en casa otra vez.

– ¿Ha aflojado un poco? -preguntó Maxine, refiriéndose a su hija.

Blake negó con la cabeza.

– La verdad es que no. Dejó de hacer los comentarios mezquinos que hacía al principio, pero se las arreglaba para amargarle la vida a Arabella de formas más sutiles. No entiendo cómo se ha quedado, la pobre.

– Imagino que no tiene hijos. Eso siempre ayuda -dijo Maxine, meneando la cabeza.

– Probablemente se hará una ligadura de trompas después de esto. No me extrañaría. Y me parecería estupendo -dijo con una risotada.

Maxine gruñó, comprensiva.

– Pobrecilla… No sé qué vamos a hacer. En las niñas de trece años es muy habitual este tipo de comportamiento. Y la cosa va a empeorar.