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Dejaron al arquitecto en Londres y se fueron a las Azores, y de allí a Saint-Barthélemy. A Arabella también le gustó aquella casa, y una semana después Blake la llevó a navegar. Era el velero más grande que ella había visto en su vida. Con él fueron a las Granadinas, al norte de Venezuela. Arabella tuvo que reorganizar todas sus sesiones de pintura para viajar con él, pero valía la pena. Pasaban horas tumbados desnudos en cubierta, mientras el barco surcaba las aguas verdes transparentes. Corría el mes de febrero, y para ambos la vida era perfecta. Nevaba por todo el mundo, pero para ellos era siempre verano. Mejor aún, era el verano de su amor.

Maxine andaba bajo la nieve camino de su consulta; estaba más ocupada que nunca. Tenía varios pacientes nuevos, y una serie de tiroteos por todo el país la estaban obligando a viajar a diversas ciudades para asesorar a equipos de psiquiatras y autoridades sobre cómo tratar con los niños que se habían visto implicados.

En su vida personal, le iba bien con Charles. El invierno avanzaba e incluso Daphne se iba adaptando. Ella y Charles nunca serían grandes amigos, pero había dejado de hacer comentarios groseros sobre él; de vez en cuando, incluso bajaba un poco la guardia cuando él estaba delante y se reía un poco. Charles estaba haciendo un esfuerzo sobrehumano con ellos. Le resultaba más fácil con Jack y Sam, a los que había llevado a varios partidos de baloncesto. Daphne estaba demasiado ocupada con su vida social para acompañarlos, aunque también estuviera invitada.

Maxine se tomaba muchas molestias para que sus hijos no se enteraran de que Charles y ella se acostaban. El no se quedaba nunca en el piso, excepto cuando los niños dormían en casa de amigos. Y ella intentaba pasar un par de noches con él en su piso, pero siempre volvía antes de que los chicos se levantaran para ir a la escuela. Eso les dejaba unas noches muy cortas y pocas horas de sueño para ella, pero consideraba importante hacerlo así. De vez en cuando se marchaban un fin de semana. Era lo máximo que podían hacer.

El día de San Valentín llevaban dos meses y medio juntos, y Charles había hecho una reserva en La Grenouille. Era su restaurante preferido para cenar. Lo denominaba «su cafetería» y le gustaba ir con ella al menos una vez a la semana. También se había convertido en un invitado habitual en sus cenas familiares de domingo, e incluso había cocinado para ellos alguna vez.

Maxine se conmovió al recibir en la consulta una docena de rosas rojas de él para San Valentín. La tarjeta decía sencillamente: «Te quiero. C.». Era un hombre encantador. Su secretaria se las llevó con una amplia sonrisa. También le caía bien Charles. Maxine se compró un vestido rojo para la ocasión. Cuando Charles la recogió le dijo que estaba fantástica. Sam hizo una mueca cuando la besó, pero también se estaban acostumbrando a eso.

Fue una velada perfecta y Charles subió después al piso con ella. Se sirvió una copa de brandy y se sentaron en el salón, como hacían a menudo, para hablar de cosas de su vida. Charles estaba fascinado con el trabajo de ella y con que, tras los últimos tiroteos en algunas escuelas, la hubieran citado para hablar de nuevo en el Congreso. Esta vez él quería asistir. Le dijo que estaba orgulloso de ella, y le cogió la mano. Los niños estaban durmiendo.

– Te quiero, Maxine -dijo cariñosamente.

Ella le sonrió. Ella también se había enamorado de él y lo aceptaba, sobre todo al ver que Charles hacía tantos esfuerzos para llevarse bien con los niños.

– Yo también te quiero, Charles. Gracias por este precioso día de San Valentín.

Hacía años que no disfrutaba de uno así. Su relación funcionaba perfectamente para ella. Ni demasiado, ni demasiado poco, no monopolizaba su tiempo, pero podía contar con verlo varias veces a la semana. Seguía teniendo mucho tiempo para su trabajo y sus hijos. Era exactamente lo que quería.

– Estos últimos dos meses han sido maravillosos -dijo él con calma-, los mejores de mi vida, creo.

Tenía más en común con ella que con la que había sido su esposa durante veintiún años. Se había dado cuenta de que Maxine era la mujer que había esperado toda su vida. En las últimas dos semanas había tomado una decisión, y pensaba comunicársela esa noche.

– Para mí también han sido estupendos -dijo Maxine, inclinándose para besarlo.

Habían dejado las luces del salón apagadas, porque era más relajante y romántico. Maxine sintió el sabor del brandy en los labios de él.

– Quiero pasar más tiempo contigo, Maxine. Ambos necesitamos dormir más -dijo en broma-. No puedes seguir levantándote a las cuatro cuando pasamos la noche juntos.

Aquella noche habían decidido no hacer el amor porque Maxine tenía pacientes a primera hora al día siguiente y él también. Escuchándole, Maxine temió que le propusiera ir a vivir con ella. Sabía perfectamente que eso traumatizaría a sus hijos. Por fin se habían acostumbrado a verla salir con él. Vivir juntos sería demasiado, y no era su estilo. Le gustaba tener su piso y que él tuviera el suyo.

– Creo que de momento nos va bien así -dijo suavemente.

Pero él negó con la cabeza.

– No para mí. A la larga no. No creo que a ninguno de los dos nos baste salir y nada más, Maxine. Creo que somos bastante mayores para saber qué queremos y cuándo. -Maxine abrió mucho los ojos, desconcertada. No sabía qué decir, ni qué quería decirle él-. Lo supe inmediatamente. Somos como dos gotas de agua… gemelos… ambos somos médicos. Tenemos la misma opinión sobre muchas cosas. Me encanta estar contigo. Me estoy acostumbrando a tus hijos… Maxine… ¿quieres casarte conmigo? -Maxine jadeó sobresaltada y se quedó en silencio un largo minuto mientras él esperaba, observándola a la tenue luz que entraba por las ventanas. Veía el miedo en su mirada-. Todo saldrá bien. Lo prometo. Sé que saldrá bien.

Pero Maxine no estaba tan segura. El matrimonio era para siempre. Con Blake también lo había creído y no había durado. ¿Cómo podía estar segura de que con Charles duraría?

– ¿Ahora? Es demasiado pronto, Charles… solo llevamos juntos dos meses.

– Dos meses y medio -corrigió él-. Ambos sabemos que esto funciona.

Ella también lo creía, pero aunque fuera así, era demasiado pronto para sus hijos. De eso estaba segura. No podía decirles que se casaba con Charles. Todavía no. Se pondrían hechos una furia.

– Creo que los niños necesitan más tiempo -dijo cariñosamente-. Y nosotros también. Para siempre es mucho tiempo, y ninguno de los dos quiere cometer un error. Ya lo hemos hecho antes.

– Pero tampoco queremos esperar toda la vida. Quiero vivir contigo -dijo él-, como marido. -Era lo que deseaban muchas mujeres, un hombre que quisiera casarse al cabo de unos meses y que hablaba en serio. Sabía que Charles no bromeaba. Pero ella debía pensar del mismo modo y todavía no había llegado a ese punto-. ¿Qué quieres hacer?

Maxine pensaba aceleradamente. Le sorprendía darse cuenta de que no quería rechazarlo, aunque no estuviera dispuesta a casarse con él todavía. Tenía que estar segura.

– Quisiera esperar y decírselo a los niños en junio. Entonces hará seis meses que nos conocemos. Es más adecuado. Habrán acabado el curso y, si la noticia los perturba, tendrían todo el verano para adaptarse. Ahora es demasiado pronto para decírselo.

El parecía algo decepcionado, pero era consciente de que ella no le había rechazado y eso le complacía inmensamente. Era lo que más temía.

– ¿Y cuándo nos casaríamos?

Contuvo el aliento, esperando su respuesta.

– ¿En agosto? Así tendrían dos meses para hacerse a la idea. Es suficiente para que se acostumbren y no tanto para que le den demasiadas vueltas. Y para nosotros también es un buen momento, antes de que empiece el curso.