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– ¿En tu vida todo gira en torno a los niños, Maxine? ¿No hay nada solo para ti, o para nosotros?

– Creo que no -respondió ella, en tono de disculpa-. Para mí es importante que acepten la situación, de lo contrario nos amargarán la vida.

Sobre todo a él, si se ponían en contra. Maxine temía que lo hicieran incluso en junio. Sabía que no saltarían de alegría con la noticia. Apenas acababan de aceptarlo, y no se les había pasado por la cabeza que su madre pudiera volver a casarse. Habían dejado de preocuparse por ello casi desde el principio, cuando les aseguró que no lo haría; era lo que ella creía entonces. Ahora iba a ponerlo todo patas arriba con esa noticia.

– Quiero que mis hijos también se alegren.

– Se alegrarán cuando se hagan a la idea -dijo Charles con firmeza-. Creo que puedo esperar hasta agosto, y a decírselo en junio. Me habría gustado comunicárselo a todos ahora. -Le sonrió-. Es muy emocionante. Pero estoy dispuesto a esperar.

La atrajo hacia él y sintió que le latía el corazón aceleradamente. Ella estaba aturdida y atemorizada, pero al mismo tiempo entusiasmada. Le amaba, pero era muy diferente de lo que había tenido con Blake. De todos modos, ella y Charles eran mayores y esto tenía más sentido. Charles era el tipo de hombre responsable y serio que siempre había deseado, no un cabeza loca como Blake, con el que, por muy encantador que fuera, no podías contar nunca. Charles no era un golfo, era un hombre. Y eso estaba bien aunque fuera sorprendente. La petición la había pillado por sorpresa.

A Maxine le parecía que corrían demasiado, pero estaba de acuerdo con él. A su edad, sabían qué podía funcionar y qué querían. ¿Para qué perder más tiempo?

– Te quiero -susurró, y él la besó.

– Yo también te quiero -dijo él después-. ¿Dónde quieres casarte?

– ¿Qué te parece mi casa de Southampton? -La idea se le había ocurrido de repente-. Es lo bastante grande para que nos instalemos todos, y podemos alquilar una carpa para el jardín.

La lista de invitados podía ser muy larga.

– Me parece perfecto. -Habían ido un par de fines de semana y el sitio le encantaba. De repente se mostró inquieto-. ¿También tenemos que llevarnos a los niños de luna de miel?

Ella rió y negó con la cabeza.

– No, claro que no. -Se le ocurrió una idea-. A lo mejor Blake nos dejaría su velero. Sería perfecto para una luna de miel.

Charles frunció el ceño.

– No quiero pasar mi luna de miel en el velero de tu ex marido -dijo con firmeza-, por muy grande que sea. Cuando nos casemos serás mi esposa, no la suya.

Charles había estado celoso de Blake desde el principio y Maxine dio marcha atrás inmediatamente.

– Lo siento. Qué estupidez.

– Quizá Venecia… -propuso él.

Siempre le había gustado. Esta vez Maxine no sugirió que pidieran prestado el palazzo a Blake. Era evidente que Charles había olvidado que tenía uno.

– O a París. Debe de ser romántico.

Era una de las pocas ciudades donde Blake no tenía casa.

– Ya lo decidiremos. Tenemos hasta junio para hacer planes.

Quería comprarle el anillo de compromiso, y deseaba que ella le ayudara a elegirlo. Pero no podría ponérselo hasta junio, ya que no iba a decírselo a los niños hasta entonces. Lo lamentaba. Aunque agosto llegaría sin que se dieran cuenta. En seis meses, Maxine sería la señora West. Le sonaba de maravilla. Y a ella también. Maxine West.

Se sentaron y cuchichearon haciendo planes. Acordaron que él vendería su piso y se mudaría con ella. El de él era pequeño y la familia de ella era numerosa. Era la mejor solución. Después de tanto hablar, Maxine deseó hacer el amor, pero no podían. Sam estaba en su cama, durmiendo profundamente. Quedaron que Maxine iría al piso de Charles al día siguiente, «para cerrar el trato», en palabras de él. Ahora les costaría esperar para poder pasar las noches juntos y levantarse por la mañana bajo el mismo techo. De este modo, ella tendría a todos sus seres queridos en un mismo sitio. A Maxine le parecía maravilloso.

Se besaron un buen rato antes de que Charles se marchara. Estuvo tierno, cariñoso y encantador. Al entrar en el ascensor, le susurró:

– Buenas noches, señora West. Ella le sonrió y susurró: -Te quiero.

Mientras cerraba la puerta y se dirigía a su dormitorio, la cabeza le daba vueltas. No era en absoluto lo que había esperado pero, ahora que lo habían decidido, a ella también le parecía un plan estupendo. Solo deseaba que los niños se tomaran bien la noticia. Afortunadamente, Charles había aceptado esperar. La idea le hacía ilusión. Era el tipo de hombre con el que debería haberse casado de entrada. Pero, de haberlo hecho, no tendría los maravillosos hijos que tenía. Así que, al fin y al cabo, todo había salido bien. Y ahora tenía a Charles. Era lo único que importaba.

Capítulo 14

Aunque Charles y Maxine no contaran sus planes a los niños y prefirieran guardárselos para ellos por el momento, el mero hecho de tenerlos cambió sutilmente su relación. De repente, Charles tenía una actitud más autoritaria cuando estaba con Maxine o los niños, y Daphne lo captó inmediatamente.

– ¿Quién se cree que es? -se quejó un día que Charles le había dicho a Jack que se quitara las zapatillas de deporte y se cambiara la camisa para salir a cenar.

Maxine también lo había notado, pero le gustaba que Charles intentara amoldarse y encontrar su lugar en la familia, aunque no acertara siempre. Sabía que su intención era buena. Ser el padrastro de tres niños suponía un gran paso para él.

– No lo hace con mala intención -dijo Maxine, excusándolo con más prontitud de la que su hija estaba dispuesta a aceptar.

– No es verdad. Es un mandón. Papá nunca diría esas cosas. Le daría igual lo que lleva Jack para cenar, o si se acuesta con las zapatillas de deporte.

– Pues a mí no me parece tan mal -dijo Maxine-. Tal vez necesitamos un poco más de orden.

Charles era muy organizado y le gustaba que todo estuviera pulcro y en su sitio. Era una de las cosas que tenían en común. Blake era el polo opuesto.

– ¿Esta casa es un campo de concentración nazi o qué? -estalló Daphne, y salió airadamente.

Maxine se alegró de haber retrasado el anuncio del compromiso y el matrimonio hasta el verano. Los niños todavía no estaban preparados para saberlo. Esperaba que en los próximos meses lo aceptaran cada día un poco más.

Marzo fue un mes muy atareado para Maxine. Asistió a dos conferencias en extremos opuestos del país: una en San Diego sobre los efectos de los sucesos traumáticos de ámbito nacional sobre niños menores de doce años, donde era la oradora principal, y otro sobre el suicidio en los adolescentes, en la ciudad de Washington, donde Maxine formó parte del grupo que inauguró la conferencia y además dio una charla en solitario el segundo día del evento. Después tuvo que volver a Nueva York a toda prisa para la semana de vacaciones de primavera de los niños. Tenía la esperanza de convencer a Blake para que se llevara a sus hijos, pero le dijo que estaba en Marruecos, trabajando en la casa y demasiado ocupado con la obra y los planos para tomarse unos días libres. Para los niños fue una decepción y para ella una carga suplementaria tomarse una semana libre para estar con ellos. Thelma se ocupaba de sus pacientes en estos casos.

Maxine se llevó a los chicos a esquiar a New Hampshire durante la semana de vacaciones. Por desgracia, Charles no podía dejar el trabajo. Estaba muy ocupado con su consulta, así que Maxine se fue con sus hijos y un amigo de cada uno de ellos, y lo pasaron en grande. Cuando le explicó a Charles sus planes, él le confesó que le aliviaba enormemente no poder acompañarlos. Seis niños era demasiado para sus nervios. Tres ya le parecían mucho. Seis era una locura. Maxine lo pasó bien y le llamó varias veces desde New Hampshire para ponerlo al corriente. El día después de regresar, tenía que marcharse a la conferencia de Washington. Charles fue a visitarla una noche, y finalmente pudieron irse a la cama a medianoche. Había sido una semana de locos.