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A él le irritaba un poco que Maxine estuviera tan ocupada, pero se suponía que lo comprendía. Tenía una consulta muy solicitada y tres hijos, que educaba sola, sin la ayuda ni el apoyo de Blake. Normalmente ni siquiera podía localizarle, así que ni lo intentaba y tomaba las decisiones sin contar con él.

Blake estaba absorto en su última aventura inmobiliaria y su vida de «diversión», mientras ella trabajaba sin parar y cuidaba a sus hijos. La única persona que la ayudaba era Zelda, nadie más. Maxine le estaría eternamente agradecida y se sentía en deuda con ella. Ni Charles ni Blake tenían la menor idea de todo lo que se necesitaba para que su vida transcurriera sin sobresaltos y sus hijos estuvieran bien atendidos y contentos. La propuesta de Charles de que se tomara un mes libre para relajarse y planificar la boda la hizo reír. ¿Qué? ¿Cómo? ¿Cuándo? Imposible. Estaba abrumada de trabajo y Blake era otra vez el hombre invisible para sus hijos. Había estado encantador con ellos en Aspen, pero no tenía planeado verlos hasta julio o agosto. Tendrían que esperar mucho tiempo y, hasta entonces, todo recaería sobre los hombros de Maxine.

Al llegar la primavera y el calor, empezó a visitar a más y más chicos en crisis. Sus pacientes enfermos siempre respondían mal a la primavera y el otoño. En primavera, las personas que sufrían decaimiento invernal se sentían mejor. El tiempo era más cálido y brillaba el sol, las flores se abrían, había alegría en el ambiente, pero los verdaderamente enfermos se sentían más desesperanzados que nunca. Se sentían como piedras en la playa cuando la marea bajaba, atrapados en su oscuridad, miseria y desesperación. Era un momento peligroso para los chicos suicidas.

A pesar de todos sus esfuerzos, le causó una gran tristeza que dos de sus pacientes se suicidaran en marzo y un tercero en abril. Fueron unos días terribles para ella. Thelma también perdió a uno de sus pacientes, un chico de dieciocho años con el que hacía cuatro que trabajaba. Estaba apenada por la familia y le echaba de menos. Septiembre también era un mes peligroso y estadísticamente relevante en los suicidios de chicos adolescentes.

Thelma y Maxine almorzaron juntas para consolarse por la pérdida de sus respectivos pacientes. Maxine aprovechó para confesarle su compromiso secreto. La noticia las animó a ambas: era como un destello de esperanza en su mundo.

– ¡Vaya! Menudo notición -exclamó Thelma, encantada por su amiga. Era un tema de conversación mucho más alegre que el que había motivado el almuerzo-. ¿Cómo crees que reaccionarán tus hijos?

Maxine le había dicho que no pensaban anunciarlo hasta junio y que la boda se celebraría en agosto.

– Espero que para entonces estén preparados para escuchar la noticia. Solo faltan dos meses para junio, y por lo que parece se van adaptando a Charles, poco a poco. El problema es que les gustaban las cosas tal como estaban, tenerme para ellos solos, sin compartirme con un hombre, sin interferencias.

Maxine parecía preocupada y Thelma sonrió.

– Eso significa que son chicos normales y bien adaptados. Es más agradable para ellos tenerte sin un hombre con quien competir por tu atención.

– Creo que Charles nos hará bien a toda la familia. Es el tipo de hombre que siempre hemos necesitado -dijo Maxine, en tono esperanzado.

– Esto lo hará más difícil para ellos -comentó Thelma sabiamente-. Si fuera un idiota podrían despreciarlo, y tú también. En cambio, es un candidato aceptable y un ciudadano responsable. Para ellos, esto le convierte en el enemigo público número uno, al menos por el momento. Abróchate el cinturón, Max, algo me dice que vas a tropezar con turbulencias cuando se lo digas. Pero lo superarán. Yo me alegro mucho por ti -dijo Thelma con una sonrisa.

– Gracias, yo también. -Maxine le sonrió, todavía nerviosa por la reacción de sus hijos-. Creo que tienes razón con lo de las turbulencias. La verdad es que no me apetecen mucho, así que lo retrasaremos hasta el último momento.

Pero junio estaba a la vuelta de la esquina, solo faltaban dos meses. Y a Maxine empezaba a preocuparle tener que dar la gran noticia. Por el momento, hacía que sus planes de boda fueran un poco tensos y agridulces. Y un poco irreales, hasta que hablara con sus hijos.

En abril, ella y Charles fueron a Cartier y eligieron un anillo. Se lo arreglaron a su medida y Charles se lo dio formalmente durante la cena, pero ambos sabían que todavía no podría lucirlo. Lo guardó en un cajón cerrado con llave de su escritorio de casa, pero cada noche lo sacaba para admirarlo y probárselo. Le encantaba. Era precioso y la piedra brillaba de una forma increíble. Estaba deseando ponérselo. Comprar el anillo hizo que sus planes parecieran más reales. Ya había reservado la fecha con un restaurador de Southampton para agosto. Solo faltaban cuatro meses para la boda. Quería empezar a buscar el vestido. También quería decírselo a Blake, y a sus padres, pero no hasta que lo supieran los niños. Sentía que se lo debía.

Ella, Charles y los niños pasaron el fin de semana de Pascua en Southampton, y se divirtieron mucho. Maxine y Charles cuchicheaban por las noches sobre sus planes de boda y se reían como dos chiquillos; también daban paseos románticos por la playa cogidos de la mano mientras Daphne ponía cara de desesperación. En mayo Maxine tuvo una conversación seria e inesperada con Zellie. Había tenido un mal día. Una amiga suya había muerto en un accidente y por primera vez habló con tristeza de lo mucho que lamentaba no haber tenido hijos. Maxine se mostró comprensiva y supuso que se le pasaría. Solo había sido un mal día.

– Nunca es tarde -dijo Maxine, para animarla-. Podrías conocer a un hombre y tener un hijo. -Empezaba a ser apremiante, pero todavía era posible para ella-. Las mujeres cada día tienen hijos más tarde, con un poco de ayuda.

Ella y Charles también habían hablado de ello. A Maxine le habría gustado, pero Charles creía que tres era suficiente. Se sentía mayor para tener hijos propios, pero a Maxine no le parecía tan mal la idea. Le habría gustado tener otro hijo, aunque solo si a él le hacía ilusión. Sin embargo, no parecía entusiasmado en absoluto.

– Creo que preferiría adoptar -dijo Zelda, con su habitual sentido práctico-. He cuidado de los hijos de los demás toda mi vida. No es un problema para mí. Les quiero como si fueran míos. -Sonrió y Maxine la abrazó. Sabía que era verdad-. Tal vez debería empezar a pensar en la adopción -añadió Zelda vagamente.

Maxine asintió. Era la clase de cosas que la gente dice para sentirse mejor, pero no siempre necesariamente en serio. Maxine estaba bastante segura de que Zelda se olvidaría del asunto.

La niñera tampoco sabía nada de la inminente boda de Maxine. La pareja tenía pensado contárselo a los niños cuando terminaran la escuela, tres semanas más tarde. Maxine sentía un gran temor, pero también estaba entusiasmada. Ya era hora de que supieran la gran noticia. Zelda no volvió a mencionar la adopción y Maxine se olvidó de ello. Dio por supuesto que Zelda lo había descartado.

Era el último día de colegio, a principios de junio, cuando Maxine recibió una llamada de la escuela. Estaba segura de que sería una llamada de rutina. Los niños estarían en casa al cabo de una hora y ella estaba visitando pacientes en la consulta. La llamaban por Sam. Un coche lo había atropellado cuando cruzaba la calle para subir al coche de la madre del compañero que lo acompañaba a casa. Lo habían llevado al New York Hospital en ambulancia. Una de las maestras había ido con él.

– Oh, Dios mío, ¿está bien?

¿Cómo podía estar bien si se lo habían llevado en ambulancia? Maxine estaba aterrorizada.

– Creen que tiene una pierna rota, doctora Williams… lo siento, ha sido un último día de curso caótico. También tiene un golpe en la cabeza, pero estaba consciente cuando se lo han llevado. Es un niño muy valiente.