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¿Valiente? Cabrones. ¿Cómo podían haber dejado que le pasara algo así a su hijo? Cuando colgó, Maxine estaba temblando. Salió corriendo de la consulta. Estaba visitando a un chico de diecisiete años, que era su paciente desde hacía dos, y había contestado la llamada en la mesa de recepción. Le explicó a su paciente lo ocurrido y le dijo que lo sentía mucho. Se disculpó por tener que acabar la sesión y pidió a su secretaria que anulara todas las visitas de la tarde. Cogió el bolso y pensó que tal vez debería llamar a Blake, aunque no había mucho que él pudiera hacer. Aun así, Sam también era su hijo. Llamó a su casa en Londres, y el mayordomo le dijo que estaba en Marruecos, probablemente en su villa de La Mamounia. Cuando llamó al hotel de Marrakech anotaron el mensaje pero se negaron a confirmar si estaba alojado allí. Su móvil tenía puesto el contestador. Estaba frenética, así que llamó a Charles. El le dijo que se encontrarían en urgencias. Después, salió disparada por la puerta.

Fue fácil encontrar a Sam en urgencias. Tenía un brazo y una pierna rotos, dos costillas fracturadas y una conmoción; parecía en estado de shock. Ni siquiera lloraba. Charles se portó magníficamente. Entró en el quirófano con él para que le recolocaran el brazo y la pierna. Con las costillas no podían hacer otra cosa que vendarlo y por suerte la conmoción era ligera. Maxine estaba fuera de sí mientras esperaba. Aquella misma tarde le permitieron llevárselo a casa. Charles seguía a su lado y Sam les cogía una mano a cada uno. A Maxine le rompía el corazón verlo en ese estado. Le acostaron y le dieron unos calmantes para mantenerlo aturdido. Jack y Daphne se pusieron muy nerviosos al verlo. Pero se encontraba bien, estaba vivo y el daño podía repararse. Llamó la madre que tenía que acompañarlo en coche y se disculpó de todas las formas posibles, diciendo que no habían visto venir el coche. El conductor también estaba hundido, aunque no tanto como Maxine. De todos modos, le había quitado un peso de encima comprobar que no era demasiado grave.

Aquella noche, Charles se quedó a dormir en el sofá, para relevar a Maxine velando a Sam. Ambos anularon sus visitas del día siguiente y Zelda entraba a menudo para ver cómo estaba el pequeño. A medianoche, Maxine fue a la cocina a prepararse una taza de té. Era su turno para velar a Sam y se encontró con Daphne, que la perforó con la mirada.

– ¿Por qué se ha quedado a dormir? -preguntó, refiriéndose a Charles.

– Porque se preocupa por nosotros. -Maxine estaba cansada y no tenía humor para aguantar los comentarios de Daphne-. Se ha portado muy bien con Sam en el hospital. Ha entrado en el quirófano con él.

– ¿Has llamado a papá? -preguntó Daphne con toda la intención.

Fue demasiado para Maxine.

– Sí, le he llamado. Está en Marruecos, maldita sea, y no hay forma de localizarlo. No me ha devuelto las llamadas. No es ninguna novedad. ¿Responde esto a tu pregunta?

Daphne puso cara de ofendida y se marchó enfadada. Todavía quería que su padre fuera alguien que no era, y que no sería nunca. Como todos. Jack también quería que su padre fuera un héroe, pero no lo era. Solo era un hombre. Y todos, incluida Maxine, querían que fuera responsable y que estuviera en algún lugar donde pudieran localizarlo. Pero nunca lo estaba. Y esta vez no era distinto. Precisamente por eso estaban divorciados.

Maxine tardó cinco días en localizarlo en Marruecos. Blake dijo que había habido un terremoto muy fuerte. De repente Maxine recordó vagamente haber oído hablar de ello. Pero en la última semana solo había pensado en Sam. El niño lo había pasado mal con las costillas fracturadas y había tenido dolor de cabeza varios días debido a la conmoción. El brazo y la pierna eran lo de menos porque estaban enyesados. Blake se mostró preocupado al enterarse.

– Sería de mucha ayuda que alguna vez estuvieras en un sitio donde pudiera llamarte, para variar. Esto es ridículo, Blake. Si sucede algo, nunca puedo encontrarte.

Lo decía en serio y estaba muy enfadada con él.

– Lo siento mucho, Max. Las líneas telefónicas estaban averiadas. Mi móvil y mi correo electrónico no han funcionado hasta hoy. Ha sido un terremoto horrible, y ha muerto mucha gente en los pueblos, cerca de aquí. He intentado ayudar organizando la llegada de suministros por aire.

– ¿Desde cuándo te dedicas a hacer buenas obras?

Estaba furiosa con él. Charles había estado a su lado. Como siempre, Blake no.

– Necesitaban ayuda. Hay gente vagando por la calle sin comida, y cadáveres por todas partes. Oye, ¿quieres que vaya?

– No hace falta. Sam está bien -dijo Maxine, calmándose un poco-. Pero me he llevado un buen susto. Y sobre todo él. Ahora duerme, pero deberías llamarle dentro de unas horas.

– Lo siento, Max -repitió él y parecía sincero-. Ya tienes bastante trabajo para ocuparte también de esto.

– Estoy bien. Charles me ha ayudado.

– Me alegro -dijo Blake con calma, y a Maxine le pareció que también estaba cansado. Quizá era cierto que estaba haciendo algo útil en Marruecos, aunque costara creerlo-. Llamaré a Sam más tarde. Dale un beso de mi parte.

– Lo haré.

Efectivamente llamó a Sam unas horas después. Al niño le encantó hablar con su padre y le contó el accidente con pelos y señales. Le dijo que Charles había entrado con él en el quirófano y le había cogido la mano. Le contó que mamá estaba muy nerviosa y que el médico no la había dejado entrar, lo cual era verdad. Había estado a punto de desmayarse de preocupación por su hijo. Charles había sido el héroe del día. Blake prometió ir a visitar a su hijo pronto. Para entonces, Maxine había leído la noticia del terremoto en Marruecos. Había sido muy fuerte; dos pueblos quedaron literalmente arrasados y habían muerto todos sus habitantes. En las ciudades también se habían producido daños importantes. Blake decía la verdad. Pero seguía enfadada por no haber podido hablar con él. Era típico de Blake. No cambiaría nunca. Sería un golfo hasta el fin de sus días. O cuando menos un irresponsable. Gracias a Dios que tenía a Charles.

A finales de semana seguía durmiendo en el sofá y había estado con ellos todas las noches después del trabajo. Se había portado muy bien con Sam. Decidieron que era un buen momento para comunicar sus planes a los chicos. Había llegado la hora. Era junio y la escuela había terminado.

Maxine los reunió a todos en la cocina el sábado por la mañana. Charles también estaba, aunque ella no estuviera del todo convencida de que fuera una buena idea. Pero él quería estar presente cuando se lo dijera a los niños y Maxine sentía que se lo debía. Se había desvivido por Sam y ahora no podía dejarlo de lado. Sus hijos podrían desahogarse con ella más tarde, si tenían algo que objetar.

Al principio habló de vaguedades, comentando lo bien que se había portado Charles con ellos los últimos meses. Mientras hablaba miraba a sus hijos, como si intentara convencerlos al mismo tiempo. Seguía temiendo su reacción a la noticia. Hasta que no quedó nada más por decir.

– Así que Charles y yo hemos decidido que nos casaremos en agosto.

Se hizo un silencio sepulcral en la habitación y no hubo ninguna reacción. Los niños se quedaron mirando fijamente a su madre. Parecían estatuas.

– Quiero a vuestra madre, y a vosotros también -añadió Charles, un poco más tenso de lo que le habría gustado.

Nunca había tenido que hacer algo así y le parecía que formaban un grupo intimidador. Zelda escuchaba, en segundo plano.

– ¿Estás de broma? -Daphne fue la primera en reaccionar.

Maxine le contestó con seriedad.

– No. No bromeamos.

– Si casi no lo conoces… -Hablaba con su madre sin hacer caso de Charles.