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– Llevamos siete meses saliendo y a nuestra edad sabemos cuándo ha llegado el momento.

Estaba citando a Charles. Daphne se levantó de la mesa de la cocina y salió sin decir una palabra más. Un minuto después oyeron que daba un portazo en su habitación.

– ¿Lo sabe papá? -preguntó Jack.

– Todavía no -contestó su madre-. Quería que lo supierais vosotros primero. Después se lo diré a papá y a los abuelos. Pero quería que fuerais los primeros en enteraros.

– Ah -dijo Jack, y también desapareció.

No dio un portazo, su puerta se cerró con normalidad. El corazón de Maxine se encogió. Estaba siendo más difícil de lo que había previsto.

– Creo que estará bien -dijo Sam bajito, mirándolos a los dos-. Fuiste muy bueno conmigo en el hospital, Charles. Gracias. -Estaba siendo educado, y parecía menos angustiado que sus hermanos, pero tampoco estaba encantado. Podía adivinar que ya no volvería a dormir con su madre. Charles ocuparía su lugar. Era angustioso para todos, porque a su modo de ver estaban perfectamente bien antes de que Charles apareciera-. ¿Puedo ir a ver la tele en tu habitación ahora? -preguntó.

Ninguno había pedido detalles de la boda, ni siquiera la fecha exacta. No querían saberlo. Poco después, Sam se marchó apoyado en sus muletas, que manejaba a la perfección. Charles y Maxine se quedaron solos en la cocina y Zelda habló desde el umbral.

– Mi enhorabuena -dijo amablemente-. Se acostumbrarán. Ha sido una sorpresa. Ya empezaba a sospechar que ustedes se traían algo así entre manos.

Sonreía, pero también estaba un poco triste. Era un gran cambio para todos, pues estaban acostumbrados a ese estado de cosas y les gustaba.

– Para ti no cambiará nada, Zelda -aseguró Maxine-. Te necesitaremos tanto como antes. Quizá más.

Maxine sonrió.

– Gracias. No sabría qué hacer con mi vida si no me necesitaran.

Charles la miró sonriendo. Le parecía una buena mujer, aunque no le entusiasmara la idea de tropezarse con ella por la noche en pijama, cuando se hubiera mudado. Empezaría una nueva vida, con una esposa, tres hijos y una niñera interina. Su intimidad era cosa del pasado. Pero seguía pensando que era lo correcto.

– Los niños se acostumbrarán -insistió Zelda-. Solo necesitan más tiempo.

Maxine asintió.

– Podría haber sido peor -dijo Max, animosamente.

– No sé cómo -contestó Charles, que parecía hundido-. Tenía la esperanza de que al menos uno de ellos se alegrara. Daphne quizá no, pero al menos uno de los chicos.

– A nadie le gustan los cambios -recordó Maxine-. Y este es un gran cambio para ellos. Y para nosotros.

Se echó hacia delante para besarlo y él sonrió tristemente. Zelda salió de la cocina para dejarlos solos.

– Te quiero -dijo Charles-. Lamento que tus hijos estén disgustados.

– Lo superarán. Un día nos reiremos de esto, como de nuestra primera cita.

– Puede que fuera un presagio -dijo él, con inquietud.

– No… todo irá bien. Ya lo verás -le aseguró Maxine, y volvió a besarlo.

Charles la abrazó y deseó que tuviera razón. Le entristecía que los niños no se alegraran por ellos.

Capítulo 15

Tras el impacto de la novedad de la boda de su madre, los niños se quedaron en sus habitaciones varias horas, y Charles decidió volver a su casa. Hacía días que no dormía allí y pensó que sería un buen momento para dejar a Maxine a solas con sus hijos. Se marchó, todavía triste, aunque Maxine le hubiera asegurado otra vez que todo se arreglaría. El no estaba tan seguro. No se echaba atrás, pero tenía miedo. Lo mismo que los niños.

Después de que Charles se marchara, Maxine se desplomó en una silla de la mesa de la cocina con una taza de té; se sintió aliviada al ver entrar a Zelda.

– Al menos hay alguien en esta casa que todavía me habla -dijo mientras le servía también a ella una taza de té.

– Esto está demasiado tranquilo -comentó Zelda, sentándose frente a Maxine-. Las aguas tardarán en volver a su cauce.

– Lo sé. No me gusta disgustarlos, pero creo que es por su bien.

Charles había demostrado de nuevo su compromiso con el accidente de Sam. Era todo lo que esperaba que fuera, y el tipo de hombre que hacía años que necesitaba.

– Se acostumbrarán -la tranquilizó Zelda-. Para él tampoco es fácil -dijo, refiriéndose a Charles-. Se nota que no ha tratado a muchos niños.

Maxine asintió. No se podía tener todo. Y si él hubiera tenido hijos propios, tal vez tampoco les habría hecho gracia. Así era más fácil.

Aquella noche, Maxine preparó la cena para sus hijos, pero todos revolvieron la comida con desgana en los platos. Nadie tenía hambre, ni siquiera Maxine. Le entristeció ver la cara de los niños. Daphne estaba como si hubiera muerto alguien.

– ¿Cómo puedes hacer esto, mamá? Es asqueroso.

Era una mezquindad y Sam intervino.

– No, no es verdad. Ha sido bueno conmigo. Y lo sería contigo, si no fueras tan mala con él. -Lo que decía el niño era cierto y Maxine estaba de acuerdo con él aunque no lo dijera-. Lo que pasa es que no está acostumbrado a estar con niños.

Todos sabían que aquello era cierto.

– Cuando me llevó al partido de baloncesto intentó convencerme de que debería ir a un internado -dijo Jack con expresión preocupada-. ¿Vas a mandarnos fuera, mamá?

– Ni hablar. Charles fue a un internado y le encantó, así que piensa que todos deberían ir. Pero yo no os mandaría nunca.

– Es lo que dices ahora -comentó Daphne-. Pero cuando te cases con él, te obligará.

– No va a «obligarme» a mandaros fuera. Sois mis hijos, no los suyos.

– No se comporta como si fuera así. Cree que el mundo le pertenece -dijo Daphne, mirando furiosamente a su madre.

– No es verdad. -Maxine le defendió, pero se alegraba de que sus hijos se desahogaran. Al menos las cartas estaban sobre la mesa-. Está acostumbrado a hacer su vida, pero no va a dirigir la vuestra. No lo hará, ni yo lo permitiría.

– Odia a papá -dijo Jack con naturalidad.

– Eso tampoco es cierto. Tal vez esté celoso de él, pero no le odia.

– ¿Qué crees que dirá papá? -preguntó Daphne con interés-. Seguro que se pondrá triste si te casas, mamá.

– No lo creo. Tiene millones de novias. ¿Todavía está con Arabella?

No sabía nada de ella últimamente.

– Sí -dijo Daphne, con una mirada fúnebre-. Solo faltaría que se casara con ella. Espero que no lo haga.

Todos hablaban como si hubiera sucedido una catástrofe. Sin duda no habían sido buenas noticias para ellos. Maxine ya se lo esperaba pero aun así, le estaba resultando difícil. Solo Sam parecía tomárselo bien, aunque a él le gustaba más Charles que a los demás.

Charles la llamó después de cenar para saber cómo iba todo. La echaba de menos, pero había sido un alivio volver a su casa. La última semana había sido difícil para todos. Primero el accidente de Sam, y ahora esto. Maxine se sentía atrapada en medio.

– Están bien. Solo necesitan tiempo para acostumbrarse a la idea -dijo con sensatez.

– ¿Cuánto? ¿Veinte años? -Estaba muy angustiado.

– No, son críos. Aguanta unas semanas más. Bailarán en nuestra boda como todos los demás.

– ¿Se lo has dicho a Blake?

– No. Le llamaré más tarde. Primero quería que lo supieran los niños. Y mañana se lo diré a mis padres. ¡Estarán encantados!

Charles les había conocido y se habían caído muy bien. A él le complacía la idea de casarse con la hija de un médico.

Los niños estuvieron mustios el resto de la noche. Se quedaron en su habitación viendo películas. Sam dormía otra vez en la habitación de Maxine. Echada en la cama, pensó que la idea de que Charles estuviera viviendo allí dentro de dos meses se le hacía rara. Era difícil imaginarse compartiendo la vida con alguien después de tantos años. Además Sam tenía razón, no podría seguir durmiendo en su cama. Maxine lo echaría de menos. Por mucho que amara a Charles, la buena noticia tenía una parte negativa para todos, incluso para ella. La vida era así. Cambiabas unas cosas por otras. Pero era difícil convencer a los niños de ello. A veces, incluso le resultaba difícil convencerse a sí misma.