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Los había que estaban heridos, mutilados y ciegos, con daños cerebrales y miembros amputados cuando los sacaban de la casa o la escuela que se había derrumbado sobre ellos. Muchos de ellos se habían quedado huérfanos. Había visto, con lágrimas en los ojos, cómo rescataban a un recién nacido, todavía vivo, arrancándolo de los escombros.

– Déjame un par de horas para pensarlo -dijo Maxine cautelosamente mientras sonaba el intercomunicador para anunciarle que había llegado el siguiente paciente-. Tengo que pensarlo.

Era martes. Si decidía ir dispondría de dos días para organizado todo. Pero los desastres naturales no avisaban, ni te daban tiempo para hacer planes. Otras veces se había marchado con solo unas horas para prepararse. Tenía ganas de ayudar a Blake, o al menos proporcionarle buenos consejos. Conocía una excelente asociación de psiquiatras de París especializados en esta clase de catástrofes. Pero también la estimulaba la idea de colaborar. Hacía tiempo que no participaba en una misión de este tipo.

– ¿Cuándo puedo llamarte?

– Cuando quieras. No me he acostado en toda la semana. Prueba en el móvil inglés y en la BlackBerry. Los dos funcionan aquí, o al menos casi siempre… Oye, Max… gracias… te quiero. Gracias por escucharme y tomártelo en serio. Ahora entiendo tu trabajo. Eres una mujer increíble.

Después de todo lo que había visto sentía todavía más respeto por ella. Se sentía como si hubiera madurado de la noche a la mañana, y ella también lo notaba. Maxine sabía que era sincero, y que una nueva faceta de Blake estaba surgiendo por fin.

– Lo mismo te digo -correspondió amablemente. Tenía los ojos llenos de lágrimas otra vez-. Te llamaré en cuanto pueda. No sé si podré ir, pero si no puedo, te buscaré a alguien de primera línea que te ayude.

– Te quiero a ti -insistió Blake-. Te lo suplico, Max…

– Lo intentaré -prometió.

Colgó el teléfono y abrió la puerta a su paciente.

Tuvo que esforzarse para regresar al presente y escuchar con atención lo que decía la niña de doce años. Esta paciente se automutilaba y tenía ambos brazos marcados. La escuela se la había mandado a Maxine, porque era una de las víctimas del 11-S. Su padre era uno de los bomberos que habían muerto, y ella formaba parte del estudio que Maxine estaba elaborando para el ayuntamiento. La sesión duró más de lo habitual y, al acabar, Maxine se fue a casa a toda prisa.

Sus hijos estaban en la cocina con Zelda cuando ella llegó. Les contó lo que su padre estaba haciendo en Marruecos y a todos se les iluminaron los ojos al oírlo. Después les comentó que le había pedido que fuera a ayudarle. Les entusiasmó la idea y dijeron que esperaban que lo hiciera.

– No sé cómo podría ir -se lamentó, en tono preocupado y distraído, y salió de la cocina para llamar a Thelma.

El viernes no podía sustituir a Maxine porque daba una clase en la facultad de medicina de la Universidad de Nueva York, pero dijo que tenía una socia que podía hacerlo, si al final ella decidía irse. En cuanto al fin de semana, le tocaba estar de guardia de todos modos.

Maxine realizó otras llamadas, comprobó en el ordenador las visitas que tenía el viernes y a las ocho había tomado una decisión. Ni siquiera paró para cenar. Era lo menos que podía hacer y Blake se lo ponía fácil mandándole el avión. La vida era así. Siempre le había gustado una frase del Talmud en la que pensaba a menudo: «Salvar una vida es salvar el mundo entero». Se daba cuenta de que seguramente Blake también lo había entendido por fin. Le había costado una barbaridad, pero a los cuarenta y seis años se estaba convirtiendo en un ser humano de verdad.

Esperó a medianoche para llamarle. Entonces era primera hora de la mañana para él. Tuvo que intentarlo varias veces en los dos móviles, pero finalmente le localizó. Parecía más agotado que el día anterior. Le contó que había estado levantado toda la noche otra vez. Era normal en aquellas situaciones y Maxine lo sabía. Todos debían hacerlo. Si ella iba, tampoco podría perder el poco tiempo del que disponía. No había oportunidad para comer o dormir. Era lo que estaba viviendo Blake ahora.

Fue directa al grano.

– Iré.

El se echó a llorar al oírlo. Eran lágrimas de alivio, de agotamiento, de terror y de agradecimiento. Nunca había sentido o experimentado algo así.

– Puedo ir el jueves por la noche -continuó.

– Gracias a Dios… Max, no sé cómo darte las gracias. Eres una mujer fantástica. Te quiero… te lo agradezco de corazón.

Maxine le enumeró los informes que necesitaría consultar al llegar y lo que quería ver. El debía encontrar la manera de que pudiera reunirse con agentes del gobierno, entrar en hospitales y conocer a cuantos más niños mejor, en los lugares donde los tuvieran reunidos. Quería aprovechar cada minuto de su estancia, y Blake también. Le prometió que se encargaría de todo y le dio las gracias una docena de veces más antes de colgar.

– Estoy orgullosa de ti, mamá -dijo Daphne con un hilo de voz cuando su madre colgó.

Estaba en la puerta, escuchando lo que decía su madre, y tenía lágrimas en los ojos.

– Gracias, cariño. -Maxine se levantó y la abrazó-. También estoy orgullosa de tu padre. No tiene ninguna experiencia con este tipo de situaciones, pero hace lo que puede.

Daphne tuvo uno de esos momentos de lucidez en que vio claramente que sus padres eran buenas personas; se sintió conmovida, de la misma manera que la llamada de Blake había conmovido a Maxine. Hablaron un rato mientras Max hacía rápidamente una lista de lo que precisaría para el viaje. Mandó un correo a Thelma confirmando que se marchaba y que necesitaba que su socia la sustituyera el viernes en la consulta.

Entonces Maxine se acordó de que tenía que llamar a Charles. Habían pensado pasar el fin de semana en Southampton y ver al restaurador y al florista. Podía hacerlo sin ella, o dejarlo para el siguiente fin de semana. No era grave, porque todavía faltaban dos meses para la boda. Se dio cuenta de que era demasiado tarde para llamarle. Se fue a la cama y se quedó despierta durante horas, pensando en lo que deseaba hacer en cuanto llegara a Marruecos. De repente, aquel también era su proyecto, y estaba agradecida a Blake por dejarla participar. Tuvo la sensación de que la alarma del despertador sonaba cinco minutos después de haberse dormido. Desayunó y llamó a Charles inmediatamente. Todavía no había salido para ir a la consulta, y ella también debía estar en la suya al cabo de veinte minutos. No había escuela, así que los niños dormían. Zellie se afanaba en la cocina, preparándose para el zafarrancho que empezaría en breve.

– Hola, Max -dijo Charles, encantado de oír su voz-. ¿Va todo bien? -Por experiencia sabía que las llamadas a horas insólitas no siempre significaban buenas noticias. El reciente accidente de Sam se lo había demostrado. La vida era distinta cuando se tenían hijos-. ¿Sam está bien?

– Sí, perfectamente. Quería hablar contigo. Este fin de semana tengo que irme. -Habló con prisas y con más brusquedad de la que pretendía, pero no quería llegar tarde a la consulta, y sabía que él tampoco. Ambos eran escrupulosamente puntuales-. Tendré que anular la reunión con el restaurador y el florista en Southampton, a menos que quieras hacerlo sin mí. Podríamos ir el próximo fin de semana. Me marcho fuera.

Se dio cuenta de que saltaba de una cosa a otra de forma poco coherente.

– ¿Sucede algo? -Maxine daba conferencias continuamente, pero no en fin de semana, ya que intentaba dedicarlos siempre a su familia-. ¿Qué ocurre? -Parecía perplejo.

– Me voy a Marruecos a ver a Blake -dijo por las buenas.

– ¿Qué te vas adonde? ¿Qué quieres decir?

Estaba estupefacto, y aquello no le hacía ninguna gracia. Maxine se apresuró a explicárselo.

– No es eso. El estaba allí cuando se produjo el terremoto. Ha intentado organizar operaciones de rescate y conseguir recursos para los niños. Por lo que parece el desastre ha sido enorme y no tiene ni idea de cómo hacerlo. Es la primera vez que se involucra en un trabajo de ayuda humanitaria. Quiere que vaya, que vea a algunos niños, me reúna con algunas agencias internacionales y gubernamentales y le asesore un poco.