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Lo dijo como si Blake le hubiera pedido que fuera a comprarle una lechuga al supermercado. Charles seguía estupefacto.

– ¿Lo haces por él? ¿Por qué?

– Por él no. Pero es la primera vez en cuarenta y seis años que da señales de ser un adulto. Estoy orgullosa de él. Lo menos que puedo hacer es darle consejos y echarle una mano.

– Esto es una estupidez, Max -exclamó Charles, echando humo-. Ya tienen a la Cruz Roja. No te necesitan.

– No es lo mismo -se apresuró a replicar ella-. Yo no busco supervivientes, ni conduzco ambulancias, ni curo heridos. Yo aconsejo a las autoridades sobre cómo tratar los traumas infantiles. Esto es exactamente lo que necesitan. Solo estaré tres días. Me mandará su avión.

– ¿Vas a quedarte con él? -preguntó Charles, con desconfianza.

Se comportaba como si Maxine hubiera dicho que se iba de crucero con su ex marido. En realidad lo había hecho en más de una ocasión con los niños, pero Blake era inofensivo. Tenían hijos en común, y para ella aquello lo justificaba casi todo. En todo caso, esto era distinto, tanto si Charles lo entendía como si no. Se trataba únicamente de trabajo. Nada más.

– Supongo que no me quedaré en ninguna parte, si se parece a otros terremotos que he visto. Estaré acampada en un camión, y dormiré de pie. Probablemente, una vez allí, ni siquiera veré mucho a Blake.

Le parecía absurdo que Charles se sintiera celoso por algo tan evidente e inofensivo como aquello.

– Creo que no deberías ir -dijo él con firmeza.

Estaba furioso.

– Esta no es la cuestión y lamento que te lo tomes así -replicó Maxine fríamente-. No debes preocuparte por nada, Charles -añadió intentando ser amable y comprensiva.

Estaba celoso, y tenía su encanto, pero aquella era la especialidad de Maxine y el tipo de trabajo que se dedicaba a realizar en todo el mundo.

– Te quiero. Pero me apetece ir y echar una mano. Solo es una coincidencia que la persona que me lo ha pedido sea Blake. Podría haberme llamado cualquiera de los organismos que trabajan sobre el terreno.

– Pero no lo han hecho. Te lo ha pedido él. Y no entiendo por qué vas. Por el amor de Dios, cuando su hijo estuvo en el hospital tardaste una semana en localizarle.

– Porque estaba en Marruecos y había habido un terremoto -exclamó ella con exasperación.

Aquella discusión le parecía cada vez más estúpida.

– Sí, claro, ¿y dónde ha estado el resto de la vida de sus hijos? En fiestas, en yates y persiguiendo mujeres. Tú misma me has dicho que nunca puedes localizarle, y no hace falta que haya habido un terremoto. Es un imbécil, Max. Y tú recorrerás medio mundo para hacerle quedar bien mientras rescata a un puñado de supervivientes del terremoto. No me vengas con cuentos. Que se apañe. No quiero que vayas.

– Por favor, no te pongas así -insistió Maxine con los dientes apretados-. No me estoy escapando para pasar un fin de semana de lujuria con mi ex marido. Voy a asesorarle para que inicie un programa para miles de niños que han quedado huérfanos, están heridos y quedarán traumatizados el resto de su vida si alguien no interviene cuanto antes. Puede que no sirva para mucho, dependerá de cómo lo apliquen y de los fondos de que dispongan, pero algo se puede hacer. Y ese es mi único interés, no Blake; solo ayudar a los niños, a cuantos más mejor.

Fue muy clara, pero él no se lo tragaba. Ni por un segundo.

– No sabía que me casaba con la madre Teresa de Calcuta -espetó, más enfadado todavía que antes.

Maxine se sintió frustrada y disgustada. Lo último que deseaba era pelearse con Charles. Era absurdo y solo haría que complicarle la vida. Se había comprometido con Blake, y pensaba ir. Era lo que deseaba hacer, tanto si le gustaba a Charles como si no. No era de su propiedad, y debía respetar su trabajo, incluso su relación con Blake, tal como era. Charles era el hombre que amaba su futuro. Blake era el pasado y el padre de sus hijos.

– Te casas con una psiquiatra especializada en el suicidio en adolescentes, con una subespecialidad en traumas infantiles y adolescentes. Creo que está bastante claro. El terremoto en Marruecos entra dentro de mis competencias. Lo único que te preocupa es Blake. ¿Podemos comportarnos como personas adultas? Yo no te montaría una escena si lo hicieras tú. ¿Por qué no puedes ser razonable?

– Porque no entiendo la relación que mantienes con él; creo que es enfermiza. No habéis cortado el vínculo y, aunque seas psiquiatra, doctora Williams, creo que tu vínculo con tu ex marido es retorcido. Es mi opinión.

– Gracias por tu opinión, Charles. La tendré en cuenta cuando llegue el momento. Ahora llego tarde a la consulta y después me iré a Marruecos tres días. Me he comprometido y me apetece. Te agradecería que fueras más maduro con esto y confiaras en mí en lo que concierne a Blake. No pienso tener relaciones sexuales con él entre los escombros.

Había levantado la voz, lo mismo que él. Se estaban peleando. Por Blake. ¡Qué locura!

– No me importa lo que hagas con él, Maxine. Pero debo decirte algo: no toleraré este tipo de cosas una vez casados. Si quieres correr tras los terremotos, los tsunamis o lo que sea por todo el mundo, adelante. Pero no lo harás con tu ex marido; no lo aceptaré. Creo que solo es una excusa para hacerte ir a su lado y poder estar contigo. No creo que tenga nada que ver con los huérfanos de Marruecos ni nada por el estilo. Este tipo no es suficiente ser humano para que le importe nadie aparte de él mismo; tú misma me lo has dicho. Esto es una excusa y tú lo sabes.

– Charles, te equivocas -replicó Maxine con calma-. Es la primera vez que le veo hacer algo así, pero debo respetarlo. Y me gustaría ayudarle si puedo. Pero no te equivoques, no le estoy ayudando a él. Lo hago por esos niños. Por favor, intenta entenderlo.

El no contestó. Se quedaron en silencio, furiosos. A Maxine le molestaba que él sintiera tanta hostilidad hacia Blake. Si no lo superaba, la situación sería difícil para ella y para los niños en el futuro. Esperaba que lo entendiera pronto. Mientras tanto, pensaba ir a Marruecos. Era una mujer de palabra. Con un poco de suerte, Charles se calmaría. Colgaron sin haber solucionado nada.

Angustiada por la discusión, Maxine se quedó un momento contemplando el teléfono. Se sobresaltó al oír una voz detrás de ella. En el calor de la pelea con Charles, no había oído entrar a Daphne.

– Es un imbécil -dijo la niña, con una voz de ultratumba-. No puedo creer que vayas a casarte con él, mamá. Y odia a papá.

Maxine no estaba de acuerdo, pero entendía que su hija lo viera de ese modo.

– No comprende la relación que tengo con vuestro padre. El nunca habla con su ex esposa. No tienen hijos.

Pero con Blake había algo más que eso. A su manera, seguían queriéndose, aunque el amor se hubiera transformado en un vínculo familiar que ella no quería perder. No deseaba pelearse con Charles por ello. Quería que lo entendiera, pero él era incapaz.

– ¿Vas a ir a Marruecos o no? -preguntó Daphne, con preocupación.

Creía que su madre debía ir a ayudar a su padre y a todos esos niños.

– Sí. Espero que Charles se calme con este asunto.

– ¿A quién le importa? -soltó Daphne, llenando un cuenco con cereales, mientras Zellie empezaba a preparar panqueques.

– A mí -contestó Maxine sinceramente-. Le quiero.

Esperaba que algún día sus hijos también le quisieran. Era comprensible que los niños se volvieran contra un padrastro, sobre todo a esta edad. No era nada del otro mundo, pero resultaba muy difícil vivir así.

Maxine llegó media hora tarde a la consulta, y siguió retrasada todo el día. No tuvo tiempo de volver a llamar a Charles. Estaba demasiado ocupada visitando pacientes y anulando todas las citas que podía del viernes. Le llamó en cuanto llegó a casa, pero se le cayó el alma a los pies al ver que seguía enfadado. Intentó tranquilizarlo, y le pidió que fuera a cenar. La sorprendió diciendo que ya se verían a su regreso. La castigaba por el viaje que Blake había organizado, y no quería verla antes de irse.