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– Me gustaría mucho verte antes de marcharme -insistió ella con cariño.

Pero Charles no estaba dispuesto a ceder. Maxine no quería marcharse sabiendo que él estaba enfadado, pero Charles se mostró inflexible. A Max le pareció una actitud infantil, pero decidió dejar que se tranquilizara mientras estaba fuera. No tenía alternativa. Cuando le llamó más tarde descubrió que había apagado el teléfono. Estaba furioso y se lo hacía pagar a ella.

Aquella noche tuvieron una cena agradable con los niños. El jueves, tras otro día de locos en la consulta, Maxine volvió a llamar a Charles por la noche, antes de marcharse. Esta vez cogió el teléfono.

– Solo quería despedirme -dijo con toda la tranquilidad que pudo-. Me voy al aeropuerto.

Despegarían de Newark, donde Blake aterrizaba siempre.

– Cuídate -dijo Charles de mal humor.

– Te he mandado los números del móvil y de la BlackBerry de Blake, pero también puedes probar con el mío. Creo que funcionará -dijo, intentando aplacarle.

– No pienso llamarte a su teléfono -dijo Charles, enfadado de nuevo.

Todavía le escocía que Maxine se marchara. Pasaría un fin de semana horrible. Maxine entendía el motivo y se sentía mal, pero le habría gustado que lo superara y fuera más comprensivo. Estaba ilusionada con el viaje y con lo que le esperaba. Aquellas situaciones siempre le provocaban una descarga adicional de adrenalina, aunque también le destrozaran el corazón. Colaborar en la ayuda humanitaria cuando había catástrofes hacía que sintiera que su vida tenía más sentido. Maxine sabía que también le haría bien a Blake. Para él era la primera vez, y en parte esa era la razón de que Maxine fuera. No quería fallarle y deseaba reforzar el giro que parecía haber tomado su vida. Era imposible que Charles lo comprendiera. Daphne tenía razón. Odiaba a Blake y había estado celoso de él desde el principio.

– Intentaré llamarte -dijo Maxine para tranquilizarlo-. Le he dejado tus teléfonos a Zellie por si acaso.

Dio por hecho que se quedaría en la ciudad, ya que ella no estaba.

– La verdad es que pensaba irme a Vermont -contestó Charles.

Estaba precioso en junio. A Maxine le habría gustado que Charles tuviera una relación con sus hijos que le permitiera verlos sin ella; iba a ser su padrastro dentro de dos meses. Pero no la tenía. También sabía, que en su ausencia, sus hijos tampoco querrían verle a él. Era una lástima. Faltaba mucho trecho antes de que ambos bandos estuvieran cómodos el uno con el otro. La necesitaban a ella para hacer de puente.

– Sé prudente. Los escenarios de una catástrofe pueden ser peligrosos. Y se trata del norte de África, no de Ohio -la advirtió, antes de colgar.

– Lo haré, no te preocupes. -Sonrió-. Te quiero Charles. Estaré de vuelta el lunes.

Al colgar estaba triste. Aquello había abierto una brecha entre ellos. Esperaba que no fuera más que eso, y lamentaba no haberle visto antes de marcharse. Su negativa le parecía infantil y mezquina. Cuando fue a dar un beso de despedida a sus hijos pensó para sí misma que al final, por muy adultos que fingieran ser, todos los hombres eran unos niños.

Capítulo 17

El avión de Blake despegó del aeropuerto de Newark el jueves poco después de las ocho. Maxine se acomodó en uno de los confortables asientos, aunque pensaba usar uno de los dos dormitorios para aprovechar la noche y dormir. Las habitaciones tenían camas dobles, sábanas preciosas y edredones y mantas blandas además de mullidas almohadas. Uno de los dos ayudantes de vuelo le llevó un piscolabis y poco después una cena ligera compuesta de salmón ahumado y una tortilla. El sobrecargo le informó de la ruta de vuelo, que duraría siete horas y media. Llegarían a las siete de la mañana, hora local, y un coche con chófer la estaría esperando para llevarla al pueblo donde Blake y otros miembros de los equipos de rescate habían montado el campamento. La Cruz Roja también estaba instalada allí.

Maxine dio las gracias al sobrecargo por la información, tomó la cena y se fue a la cama a las nueve. Sabía que necesitaría acumular todo el descanso que pudiera antes de llegar, y eso era fácil en el lujoso avión de Blake. Estaba elegantemente decorado con telas y pieles beis y gris. Había mantas de cachemira en todos los asientos, sofás con fundas de moer y gruesas alfombras de lana gris en todo el avión. El dormitorio que escogió estaba decorado en suaves tonos amarillo claro y Maxine se quedó dormida en cuanto apoyó la cabeza en la almohada. Durmió como un bebé durante seis horas, y cuando se despertó, se quedó en la cama pensando en Charles. Todavía le preocupaba que estuviera tan enfadado con ella, aunque sabía que ir a Marruecos había sido la decisión correcta.

Se cepilló el pelo, se lavó los dientes, y se calzó unas botas gruesas. Hacía tiempo que no se las ponía, así que las había sacado del fondo del armario donde guardaba la ropa para situaciones como esta. Se había llevado el equipo de campaña porque sospechaba que dormiría con lo puesto los siguientes días. Estaba bastante ilusionada con la expectativa del trabajo y esperaba ser útil y poder echar una mano a Blake.

Cuando salió del dormitorio, sintiéndose fresca y descansada, el ayudante de vuelo le sirvió el desayuno. Había cruasanes y brioches recién hechos, yogur y una cesta de fruta. Después de comer leyó un poco, e iniciaron el descenso. Maxine se había puesto una insignia en la solapa que la identificaría como médico en el lugar del desastre. En cuanto aterrizara estaba dispuesta a entrar en acción, con los cabellos recogidos en una trenza y una vieja camisa caqui bajo un jersey grueso. También llevaba camisetas y un anorak. Jack había consultado el parte meteorológico en línea mientras hacía las maletas. Una cantimplora, que llenó con Evian antes de bajar del avión, unos guantes de trabajo sujetos al cinturón, y mascarillas y guantes de goma en los bolsillos completaban su equipo. Estaba preparada.

Tal y como había prometido Blake, un jeep y un conductor la esperaban cuando el avión aterrizó. Maxine llevaba encima una bolsa en bandolera con ropa interior de recambio, por si había alguna ducha donde asearse, y medicinas por si se encontraba mal. Llevaba mascarillas por si el hedor de los cadáveres era insoportable o si se detectaban enfermedades infecciosas. También había cogido toallitas impregnadas de alcohol. Había intentado pensar en todo antes de marcharse. Las situaciones como esa siempre parecían una operación militar, incluso cuando el caos era absoluto. No llevaba ninguna joya, solo un reloj. El anillo de compromiso lo había dejado en Nueva York. Al subir al jeep que la esperaba era la viva imagen de la profesionalidad. El francés de Maxine era rudimentario, pero pudo comunicarse con el chófer por el camino. Este la informó de que había muerto mucha gente, miles de personas, y que había muchos heridos. Le habló de cadáveres en la calle, esperando a ser enterrados, lo que para Maxine significaba enfermedades y epidemias en un futuro inmediato. No era necesario ser médico para imaginarlo, y su chófer también lo sabía.

Desde Marrakech, el trayecto hasta Imlil era de tres horas. Primero, dos horas hasta una ciudad llamada Asni, en las montañas del Atlas, y casi otra hora hasta Imlil por carreteras en mal estado. Cerca de Imlil hacía más frío que en Marrakech, y el paisaje era más verde. Se veían pueblecitos con casas de adobe, cabras, ovejas y gallinas en los caminos, hombres montados en muías, y mujeres y niños cargando leña sobre la cabeza. Algunas cabañas estaban dañadas y había señales del terremoto entre Asni e Imlil. La mayoría de los caminos entre los pueblos estaban destruidos. Camiones con las cajas al descubierto transportaban personas de un pueblo a otro.