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– Sí, en serio -insistió Blake, con una mirada penetrante.

Maxine se asombró de lo que vio en sus ojos. Blake había crecido. Por fin era un adulto. No había rastro del Peter Pan o del truhán.

– Es una idea fantástica -dijo con admiración.

Él también parecía entusiasmado. Maxine vio una luz en sus ojos que no había visto nunca. Estaba muy orgullosa de él.

– ¿Me asesorarías para tratarlos como víctimas de un trauma? Una versión en pequeño de uno de tus estudios. Quiero ayudarlos tanto como pueda. Psiquiatras, médicos, educación.

– Claro -aceptó Maxine encantada.

Era un proyecto fabuloso. Estaba demasiado conmovida para decirle lo impresionada que estaba. Necesitaría tiempo y varias visitas para evaluar la situación con calma.

Aquella noche durmieron otra vez en el jeep, y al día siguiente Maxine hizo la ronda con él. Los niños que vieron eran adorables y estaban tan necesitados que la idea de convertir la casa de Blake en un orfanato parecía aún más admirable. En los siguientes meses, habría mucho trabajo que hacer. Blake ya había llamado a su arquitecto y estaba organizando reuniones con organismos del gobierno para llevar a cabo su plan.

Maxine pasó la última hora de su estancia en el campamento en la tienda médica. Tenía la sensación de haber hecho muy poco, pero siempre le ocurría en aquellas situaciones. Blake la acompañó al jeep al acabar el día. Estaba exhausto. Tenía demasiadas cosas en la cabeza.

– ¿Cuándo volverás a casa? -preguntó Maxine con expresión preocupada.

– No lo sé. Cuando ya no me necesiten. Unas semanas, un mes. Tengo que organizar muchas cosas ahora mismo.

Necesitarían su ayuda durante bastante tiempo, pero un día lo peor de la crisis habría pasado y él regresaría a Londres, donde Arabella le esperaba pacientemente. Estaba tan ocupado que apenas había tenido tiempo de llamarla, pero cuando lo hacía ella se mostraba encantadora y adorable. Le decía que era maravilloso, que le parecía un héroe y le admiraba mucho. Como Maxine. Su trabajo y sus planes de fundar un orfanato en su palacio de Marrakech la habían impresionado enormemente.

– No olvides que tienes el barco dos semanas en julio -le recordó Blake.

Les parecía raro hablar de aquello allí. Unas vacaciones en un yate lujoso estaban totalmente fuera de lugar en aquel contexto. Le dio las gracias otra vez. En esta ocasión Charles les acompañaría, aunque fuera de mala gana, pero Maxine había hecho hincapié en que era una tradición de la familia y que los niños se disgustarían si no lo hacían. Ahora Charles formaba parte de la familia. Maxine había insistido en que todavía no quería cambiar nada en la vida de los chicos. Era demasiado pronto; además, no había suficiente espacio para todos en la casa de Vermont.

– No olvides la fiesta. Le diré a mi secretaria que te llame. Quiero montar algo fabuloso para ti y para Charles.

A Maxine le conmovió que hubiera pensado en ello, sobre todo en aquel momento. Tenía ganas de conocer a la famosa Arabella. Maxine estaba segura de que era mucho más simpática de lo que Daphne estaba dispuesta a admitir.

Antes de marcharse, Maxine abrazó a Blake y le dio las gracias por el privilegio de haber podido participar.

– ¿Bromeas? Gracias a ti por venir tres días a ayudarme.

– Estás haciendo un trabajo increíble, Blake -insistió Maxine-. Estoy muy orgullosa de ti, y los niños también lo estarán. Me muero de ganas de contarles lo que haces.

– No se lo digas todavía. Primero quiero planificarlo todo, y aún falta mucho para que se haga realidad.

Sería un trabajo ingente coordinar la construcción del orfanato y encontrar a las personas que pudieran dirigirlo. Una tarea ardua.

– Cuídate mucho y no te pongas enfermo -le recordó Maxine-. Sé prudente.

Pronto empezaría a haber epidemias de malaria, cólera y tifus.

– Lo haré. Te quiero, Max. Cuídate y dales un beso a los niños.

– De tu parte. Yo también te quiero -contestó ella.

Le abrazó por última vez y él se quedó saludando con la mano mientras el jeep se alejaba.

Era de noche cuando Maxine llegó al avión. La tripulación la estaba esperando, con una comida exquisita preparada. Después de lo que había visto, Maxine no fue capaz de tocarla. Se quedó un buen rato contemplando la noche. Una luna brillante asomaba por la punta del ala, y el cielo estaba repleto de estrellas. Todo lo que había visto y hecho durante aquellos tres días le parecía irreal. Reflexionó sobre ello, y sobre Blake y lo que estaba haciendo, mientras el avión volaba a Nueva York. Por fin se durmió en el asiento y no se despertó hasta que aterrizaron en Newark a las cinco. Los días que había pasado en Marruecos le parecían más que nunca un sueño.

Capítulo 18

Maxine llegó a casa a las siete. Los niños todavía dormían y Zelda estaba en su habitación. Maxine se duchó y se fue a la consulta. Como había dormido bien en el avión se sentía descansada, aunque tenía mucho en lo que pensar y que digerir acerca del viaje. Era una mañana preciosa de junio, así que decidió ir andando a la consulta; llegó poco después de las ocho. Tenía una hora antes de que llegara el primer paciente, por lo que aprovechó para llamar a Charles y decirle que había llegado sana y salva. El respondió al segundo tono.

– Hola, soy yo -dijo Maxine con afecto, esperando que estuviera más calmado.

– ¿Y quién es yo? -respondió él de mal humor.

Maxine le había llamado tres veces desde Marruecos, pero no había podido comunicarse con él, así que había dejado mensajes en el contestador de su casa. No le importó demasiado no hablar con él, ya que no quería pelearse a larga distancia. En Vermont tampoco había respondido, y allí no había contestador para dejar un mensaje. Tenía la esperanza de que se hubiera ablandado en los cuatro días que había estado fuera.

– La futura señora West -bromeó Maxine-. O al menos eso espero.

– ¿Cómo ha ido?

Parecía más tranquilo. Lo sabría cuando le viera y pudiera interpretar la expresión de su mirada.

– Asombroso, terrible, angustioso. Como son siempre estas cosas. Los niños están sufriendo mucho, pero los adultos también. -Prefirió no contarle el plan de Blake de abrir un orfanato, así sin más. Le pareció que sería excederse. Habló de los daños del terremoto en términos más generales-. Como siempre, la Cruz Roja está haciendo un gran trabajo.

Lo mismo que Blake, pero no lo dijo. Quería ser cauta y no irritar a Charles inútilmente.

– ¿Estás agotada? -preguntó, comprensivo.

Debía de estarlo. Había recorrido medio mundo en tres días, y estaba seguro de que las condiciones de vida habían sido miserables y la visita penosa. Seguía enfadado por el motivo y el origen de su marcha, pero estaba orgulloso de ella por lo que había hecho, aunque no tenía intención de reconocerlo.

– La verdad es que no. He dormido en el avión.

Entonces él recordó con una punzada de irritación que Maxine había viajado en el avión privado de Blake.

– ¿Quieres que salgamos a cenar esta noche, o tendrás jet lag?

– Me encantaría -dijo ella sin pensárselo.

Estaba claro que era una oferta de paz y a ella le apetecía mucho verle.

– ¿En nuestra guarida?

Se refería a La Grenouille, por supuesto.

– ¿Qué te parece el Café Boulud? No es tan formal y está más cerca de casa.

Sabía que más tarde estaría cansada, después de un día en la consulta y del largo viaje. Y estaba deseando ver a sus hijos.

– Te recogeré a las ocho -dijo Charles rápidamente, y añadió-: Te he echado de menos, Max. Me alegro de que estés en casa. Estaba preocupado por ti.

Había pensado en ella todo el fin de semana en Vermont.

– He estado muy bien.

Con un suspiro, Charles añadió: