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Se la quedaron mirando un buen rato, atónitos. Maxine se planteó un instante si habría ido a un banco de esperma y estaría embarazada. Le parecía muy posible.

– ¿Estás embarazada? -preguntó Maxine con voz ahogada.

Los niños no dijeron nada. Charles tampoco.

– No. Ojalá lo estuviera -contestó Zelda con tristeza-. Sería maravilloso. Lo pensé, pero la última vez que hablé con usted, le dije que siempre he querido a los hijos de los demás. No es un problema para mí. Así que ¿para qué pasar por las náuseas matinales y engordar? Además, así puedo seguir trabajando. Debo hacerlo. Los hijos no salen baratos -dijo, y les sonrió-. Fui a ver a un abogado de adopciones. Le he visto cuatro veces. Vino una asistenta social a inspeccionar la casa. Me han hecho un examen físico y he aprobado.

Y en todo ese tiempo no le había dicho una sola palabra a Maxine.

– ¿Cuándo tienes pensado hacerlo? -preguntó Maxine, conteniendo la respiración.

En ese momento, no se veía con ánimos de que hubiera un bebé en la casa. Tal vez nunca. Sobre todo ahora que Charles se mudaría con ellos.

– Podría tardar dos años -dijo Zelda, y Maxine volvió a respirar-, si quiero el bebé ideal.

– ¿El bebé ideal? -preguntó Maxine, confusa.

Seguía siendo la única que hablaba. Los demás se habían quedado mudos.

– Blanco, con ojos azules, sano, con padres licenciados en Harvard que hayan decidido que un bebé no encaja en su estilo de vida. Nada de alcohol ni drogas, y de clase media alta. Pero eso puede tardar mucho. Generalmente, hoy en día, ese tipo de chicas no se quedan embarazadas; o abortan o se quedan con sus hijos. Los bebés como el que yo quiero escasean. Conseguirlo en dos años es ser optimista, sobre todo para una mujer de mediana edad, soltera y de clase trabajadora. Los bebés ideales van a las personas como ustedes.

Miró a Maxine y a Charles. Max vio que este se estremecía y meneaba la cabeza.

– No, gracias -dijo con una sonrisa-. Para mí no. Ni para nosotros.

Sonrió a Maxine. No le importaba en absoluto que Zelda hubiera decidido adoptar un bebé al cabo de dos años, tanto si era el ideal como si no. No era su problema. Se sentía aliviado.

– ¿Así que calculas que tendrás un bebé dentro de dos años, Zellie? -preguntó Maxine esperanzada.

Para entonces, Sam tendría ocho años y Jack y Daphne estarían en el instituto con catorce y quince años; ya buscaría una solución cuando llegara el momento.

– No. No creo que tenga ninguna posibilidad con un bebé así. Pensé en la adopción internacional, y lo he investigado, pero hay demasiados imponderables y es demasiado caro para mí. También podría irme a Rusia o a China tres meses, a esperar que me dieran un niño de tres años de un orfanato, que podría tener todo tipo de dolencias que solo se descubrirían más tarde. Ni siquiera te dejan elegirlo, lo eligen ellos, y la mayoría tienen tres o cuatro años. Yo quiero un bebé, un recién nacido si es posible, que nadie haya echado a perder.

– Excepto en la matriz -la advirtió Maxine-. Debes ser prudente, Zellie, y asegurarte de que la madre no consumió drogas o alcohol durante el embarazo.

Zelda apartó la mirada un momento.

– Ahí es donde quería ir a parar -dijo Zelda, mirándola otra vez-. Mi única posibilidad es con un bebé de riesgo. No hablo de uno con necesidades especiales, como una espina bífida o síndrome de Down. No me veo capacitada para eso. Pero sí con un bebé relativamente normal de una chica que habría tomado algunas drogas o algunas cervezas durante el embarazo.

No parecía asustada ante esa perspectiva, pero su jefa sí lo estaba. Y mucho.

– Creo que es un gran error -dijo Maxine con firmeza-. No tienes ni idea de los problemas con los que podrías encontrarte, sobre todo si la madre tomó drogas. Veo las consecuencias de ello en mi consulta cada día. Muchos de los niños que visito fueron adoptados y tenían padres biológicos adictos. Esas cosas son genéticas y tienen efectos que pueden ser terribles más adelante.

– Estoy dispuesta a aceptarlo -dijo Zelda, mirándola a los ojos-. De hecho -respiró hondo-, ya está hecho.

– ¿A qué te refieres?

Maxine frunció el ceño y Zelda siguió hablando. Ahora Charles también prestaba atención, al igual que los niños. Se podría oír caer un alfiler sobre la mesa.

– Voy a tener un bebé. La madre tiene quince años y vivió en la calle parte del embarazo. Tomó drogas durante el primer trimestre, pero ahora ya no. El padre está en la cárcel por tráfico de drogas y por robar coches. Tiene diecinueve años y no le interesan ni el bebé ni la chica, así que está dispuesto a firmar la renuncia. En realidad, ya lo ha hecho. Los padres de ella no quieren que su hija se quede con el bebé, no tienen dinero. Es una buena chica. La conocí ayer. -Maxine se acordó entonces del traje y de los zapatos de tacón que llevaba Zelda el día anterior-. Está dispuesta a darme su bebé. Solo pide que le mande fotografías una vez al año. No quiere verle, lo cual es estupendo, así no irá detrás de mí ni confundirá al bebé. Tres parejas ya lo han rechazado, de modo que es mío si lo quiero. Es un niño -dijo con lágrimas en los ojos y una sonrisa que a Maxine le partió el corazón.

No se imaginaba a sí misma deseando tanto un bebé, aceptando tanto riesgo y quedándose el hijo de otra mujer que podría estar marcado para toda la vida. Se levantó y abrazó a Zelda.

– Oh, Zellie… me parece maravilloso que quieras hacerlo. Pero no puedes quedarte con un bebé así. No tienes ni idea de lo que te espera. No puedes hacerlo.

– Sí puedo y lo haré -respondió ella con terquedad.

Maxine se dio cuenta de que estaba convencida.

– ¿Cuándo? -preguntó Charles.

Se estaba imaginando la respuesta y le parecía una perspectiva desastrosa.

Zellie respiró hondo.

– El bebé nacerá este fin de semana.

– ¿Qué dices? -Maxine casi chilló y los niños también se quedaron estupefactos-. ¿Ya? ¿Dentro de unos días? ¿Qué vas a hacer?

– Voy a quererle el resto de mi vida. Le llamaré James. Jimmy. -De repente Maxine se desesperó. No podía ser. Pero así era-. No espero que me apoyen en esto. Y lamento comunicarlo con tan poca antelación. Creí que tardaría mucho más, tal vez un año o dos. Pero me llamaron ayer para informarme de la posibilidad de quedarme este bebé y hoy he dicho que sí. Así que tenía que decírselo.

– Le hablaron del bebé ayer porque no lo quería nadie más -dijo Charles fríamente-. Es una locura.

– A mí me parece que es el destino -dijo Zellie con melancolía.

Maxine tenía ganas de llorar. Le parecía un gran error, pero ¿quién era ella para decidir sobre las vidas de los demás? Ella no lo habría hecho, pero tenía tres hijos sanos, y ¿quién sabe qué haría en la situación de Zellie? También era un gran acto de amor, aunque un poco alocado, y muy arriesgado. Era una mujer valiente.

– Si quieren que me vaya ahora, lo haré -dijo Zelda con calma-. No tengo otra opción. No puedo obligarlos a dejarme tener el bebé aquí. Si me lo permiten, y quieren que me quede, me quedaré y ya veremos cómo nos organizamos. Pero si prefieren que me vaya, me las arreglaré y me marcharé dentro de unos días. Tendré que encontrar rápidamente un lugar donde vivir, ya que el bebé podría nacer este fin de semana.

– Dios mío -exclamó Charles, y se levantó de la mesa mirando intencionadamente a Maxine.

– Zellie -dijo Maxine con calma-, encontraremos una solución.

En cuanto terminó de decirlo los tres niños se levantaron de un salto, gritando, y corrieron a abrazar a Zellie.

– ¡Vamos a tener un bebé! -gritó Sam, encantado de la vida-. ¡Es un niño!

Abrazó la cintura de Zelda y ella se echó a llorar.