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– Gracias -susurró mirando a Maxine.

– Veremos cómo nos organizamos -dijo Maxine débilmente. La respuesta de los niños había sido inmediata, pero faltaba ver cómo reaccionaría Charles-. Lo único que podemos hacer es intentarlo, y esperar que funcione. Si no es así, ya hablaremos. ¿Cuánto trabajo puede dar un bebé?

Zelda la abrazó con tanta fuerza que Maxine no podía respirar.

– Gracias, gracias -dijo, sin parar de llorar-. Es lo que siempre había querido. Un bebé.

– ¿Estás segura? -insistió Maxine, con seriedad-. Todavía podrías esperar a tener un bebé con menos riesgo.

– No quiero esperar -contestó ella en tono decidido-. Le quiero.

– Podría ser un error.

– No lo será.

Había tomado una decisión y Maxine vio que no conseguiría disuadirla.

– Mañana compraré una cuna y algunas otras cosas.

Maxine había regalado la cuna de Sam hacía años, así que no podía ofrecérsela. Era asombroso pensar que tendrían un bebé en casa en unos pocos días. Maxine miró alrededor y vio que Charles se había ido. Le encontró en el salón, echando humo, y cuando miró a Maxine, sus ojos la fulminaron.

– ¿Estás loca? -gritó-. ¿Has perdido la cabeza? ¿Vas a meter a un bebé drogodependiente en tu casa? Porque sabes perfectamente que eso es lo que es. Nadie en su sano juicio querría a un bebé con esos antecedentes, pero esta pobre mujer está tan desesperada que se quedaría con lo que fuera. ¡Y ahora vivirá con vosotros! ¡Conmigo! -añadió-. ¿Cómo te atreves a tomar una decisión así sin consultármelo?

Temblaba de rabia, aunque Maxine no podía culparlo. Ella tampoco estaba feliz, pero quería a Zellie; en cambio Charles, no. Apenas la conocía. No entendía lo que representaba para ellos. Para él, solo era una niñera. Para Max y los niños era de la familia.

– Siento no habértelo consultado, Charles. Lo juro, se me ha escapado. Estaba tan conmovida por lo que ha dicho, me daba tanta pena… No puedo pedirle que se vaya a toda prisa, después de doce años, y mis hijos se disgustarían mucho. Lo mismo que yo.

– Entonces debería haberte contado lo que estaba haciendo. ¡Esto es indignante! Deberías despedirla -espetó él fríamente.

– La queremos -dijo Maxine suavemente-. Mis hijos han crecido con ella. Y ella también les quiere. Si no nos las arreglamos, siempre podemos decirle que se vaya. Pero nuestra boda, tu presencia en esta casa van a ser muchos cambios para los niños… Charles, no quiero que se vaya.

Maxine tenía lágrimas en los ojos; los de Charles estaban gélidos y duros como una piedra.

– ¿Y qué se supone que debo hacer? ¿Vivir con un bebé drogodependiente? ¿Cambiar pañales? Esto no es justo.

Tampoco lo era para ella. Pero debía pensar en lo mejor para sus hijos. Necesitaban demasiado a Zellie para perderla ahora, con bebé o sin él.

– Lo más probable es que apenas le veas -lo tranquilizó Maxine-. La habitación de Zellie está en la otra punta del piso. El bebé permanecerá en su habitación casi siempre durante los primeros meses.

– ¿Y luego qué? ¿Dormirá con nosotros, como Sam? -Era la primera vez que hacía un comentario despreciativo de sus hijos, y no le gustó, pero Charles estaba enfadado-. Cada día hay un maldito drama en tu vida, ¿verdad? Un día te vas corriendo a África con tu ex marido, al siguiente nos regala la fiesta y ahora permites a la niñera que traiga a su bebé adoptado y drogodependiente a casa. ¿Y esperas que yo cargue con todo eso? Debo de estar loco -dijo, y la miró fuera de sí-. No, tú estás loca.

Furioso, la señaló con un dedo y salió dando un portazo.

– ¿Era Charles? -preguntó Zelda, nerviosa, cuando Maxine entró en la cocina con expresión apesadumbrada.

Todos habían oído el portazo. Maxine asintió a modo de respuesta, sin hacer comentarios.

– No tiene por qué hacerlo, Max -dijo Zelda-. Puedo marcharme.

– No, no puedes -sentenció Maxine, pasándole un brazo por los hombros-. Te queremos. Intentaremos arreglárnoslas. Solo espero que tu bebé esté bien y sano -dijo sinceramente-. Es lo único que importa. Charles se acostumbrará. Todos nos acostumbraremos. Ahora mismo todo es muy nuevo para él -concluyó.

Se echó a reír. ¿Qué más podía pasar?

Capítulo 19

Charles y Maxine fueron a Southampton aquel fin de semana, como tenían previsto. Se reunieron con el restaurador que habían contratado para la boda, pasearon por la playa cogidos de la mano, hicieron el amor varias veces y, al final, Charles acabó recuperando la calma. Maxine le había prometido que si el bebé de Zelda era demasiado para ellos, le pediría que se fuera. Cuando volvieron a casa todo parecía ir bien entre ellos. Charles necesitaba pasar un tiempo a solas con ella y tener toda su atención. Después del fin de semana con Maxine, había renacido como una flor bajo la lluvia.

– Cuando tenemos tiempo para estar juntos, como ahora -dijo él, conduciendo-, todo parece normal otra vez. Pero cuando me veo atrapado en el manicomio de tu casa y tu vida de culebrón, me vuelvo loco.

Maxine se ofendió.

– Mi casa no es un manicomio, Charles. Y nuestra vida no es un culebrón. Soy una madre trabajadora, sola y con tres hijos, y suceden cosas. A todo el mundo le suceden cosas -dijo.

El la miró como si hubiera perdido la cabeza.

– ¿Cuántas personas conoces cuyas niñeras lleven un bebé drogodependiente a casa, avisando con tres días de antelación? Lo siento, pero a mí no me parece normal.

– Lo reconozco -dijo ella sonriendo-, es un poco exagerado. Pero estas cosas pasan. Zelda es importante para nosotros, sobre todo ahora.

– No digas tonterías -replicó él-. Estaríamos perfectamente sin ella.

– Lo dudo; al menos yo no lo estaría. Dependo de ella más de lo que puedas imaginar. No puedo hacerlo todo sola.

– Ahora me tienes a mí -dijo él, seguro de sí mismo.

Maxine se echó a reír.

– Claro, seguro que pones lavadoras, planchas, tienes la cena preparada en la mesa cada noche, organizas las actividades de los niños, ideas juegos para sus amigos, los llevas a la escuela, preparas meriendas, almuerzos, supervisas fiestas y les cuidas cuando están enfermos.

Captó el mensaje, pero no estaba de acuerdo con Maxine ni lo estaría nunca.

– Estoy seguro de que podrían ser mucho más independientes si les dejaras. No sé por qué no pueden hacer muchas de esas cosas por sí mismos.

Tenía gracia viniendo de un hombre que no había tenido hijos y apenas había tenido relación con niños hasta entonces. Los había evitado toda la vida. Tenía las ideas pretenciosas y poco realistas de las personas que no han tenido hijos y ya no se acuerdan de cuando eran niños.

– Además, ya sabes cuál es mi solución a todo esto -le recordó-. Un internado. No tendrías ninguno de esos problemas, ni a una mujer con un bebé problemático viviendo en casa.

– No estoy de acuerdo contigo, Charles -dijo Maxine con contundencia-. No mandaré nunca a mis hijos a un internado hasta que vayan a la universidad. -Deseaba dejar claro este punto-. Y Zellie no adopta a un «bebé drogodependiente». No lo sabes seguro. Que sea un bebé «de riesgo» no significa que tenga que ser adicto.

– Podría serlo -insistió él.

Pero le había quedado claro el punto de vista de Maxine 266sobre el internado para los niños. Maxine no dejaría que sus hijos se marcharan, ni los mandaría a ninguna parte. Si no la amara tanto, habría insistido. Y si ella no le amara a él, no habría tolerado que dijera esas cosas. Se lo tomaba como una de sus rarezas. Charles había disfrutado con su fin de semana tranquilo y sin niños. Maxine, en cambio, había disfrutado pero había echado de menos a sus hijos. Sabía que, al no tener hijos propios, era algo que Charles no entendería nunca, pero no le dio importancia.

El domingo por la noche estaban cenando comida china con los niños en la cocina, cuando llegó Zellie corriendo.