Выбрать главу

– La izquierda ha sido siempre sólo un decir, en todas partes, esa a la que os referís todavía los españoles y los italianos y los franceses, y los hispanoamericanos, como si existiera o hubiera existido nunca fuera de lo imaginario y lo especulativo. Ya tendríais que haberlo visto en los años treinta, si no antes. Una mera figuración colectiva. Disfraces, retórica, uniformes más austeros y más engañosos por ello, facetas o modalidades más solemnes de lo mismo, siempre odioso y siempre injusto, e invulnerable, lo mismo. Prefiero que a los hijos de puta se les note que lo son desde el principio en la cara, al menos uno sabe a qué atenerse y no hay que convencer a nadie, es mucho esfuerzo añadido. Todos aplastan, parece mentira que no se sepa ab ovo, poco importa que varíe la causa, la causa pública, o los motivos propagandísticos. Los farsantes y los ingenuos trascendentales los llaman motivos históricos o ideológicos, yo no los llamaría así nunca, es muy ridículo. Parece mentira que se crea aún que hay salvedades, porque no hay ninguna, no a la larga, jamás las ha habido. Búscalas, piensa. La izquierda como salvedad, qué tontería. Cuánto desperdicio.

– Lanzó una gran bocanada de humo a modo de punto y aparte y como para pasar a otro asunto, y así lo hizo-: En cuanto a Rafita, según lo llama su pobre padre, no creo que ya debas quejarte más ni guardarle rencor alguno, sería encarnizamiento tras haberlo enviado hace un rato a una muerte segura en la carretera (tal vez ya se haya producido) -e hizo ademán de ir a mirar el reloj, no llegó ni a descubrírselo bajo la manga-, condenando además de paso, posiblemente, al alcalde Pennick y a su sometida esposa, tampoco será irreparable su pérdida para nadie, supongo, en lo público ni en lo privado. Es hijo de un viejo amigo, aunque bastante más joven que yo, no menos de diez años. Estuvo durante la Guerra en Londres, ayudó en malos momentos. Más adelante entró en el cuerpo diplomático e hizo por conseguir la Embajada, sin éxito. Quiero decir la de aquí, se ha pasado media vida peregrinando por África y parte de Oceanía, hasta que lo jubilaron. Me ha pedido que distraiga a Rafita de vez en cuando, que lo oriente un poco y le eche una mano si le hace falta. Ya sabes, cosas de los padres, que no acaban de ver nunca a sus hijos crecidos ni como a las malas personas en que se convierten a veces, si es que no lo eran desde la cuna visiblemente y ellos todavía no han querido enterarse. -'Ni como a los capullos', pensé sin interrumpir a Peter-. Puedes suponer que no soy el más indicado hoy en día para entretener, guiar ni auxiliar a nadie, pero si doy una cena… La verdad, creí que no vendría. Por lo que sé, está muy acompañado en Londres. Lamento que te haya tocado cargar con él más de la cuenta, la colaboración de Lord Rymer ha sido exigua, entiendo, confiaba más en las afinidades de ambos. Y desde luego a Rafita lo imaginaba más autosuficiente en inglés, lleva aquí casi dos años y habría jurado que además lo aprendió de niño, el de su padre es muy bueno, aunque con acento, pero nada que ver, ni por asomo la atrocidad de su vástago. Claro que Pablo, el padre, no bebe apenas, y este Rafita es como una petaca pero con más cabida, qué bruto, una botella rellenable. El padre es una persona estupenda, el muchacho le ha salido imbécil. Pasa, ¿no?, tantas o tan pocas veces como a la inversa. Y sin embargo el idiota llegará más lejos. -'Le ha salido un completo capullo', pensé de nuevo sin decirlo, 'y llegará a ministro.' Wheeler despidió más humo, ahora con dos o tres aros y por lo tanto con pausa, como si ese asunto tampoco le interesara mucho y las explicaciones dadas hubieran sido más que suficiente para zanjarlo y abandonarlo. Yo saqué mis cigarrillos, él me agitó a distancia, ofreciéndomela, la caja grande de sus lujosas cerillas, yo le mostré mi mechero indicándole que tenía ya fuego, encendí el pitillo. La manera en que me hizo a continuación su pregunta me llevó a pensar que le urgía hacérmela por algún motivo o que le escocía desde hacía ya un rato en la lengua, no era mero pasatiempo ni pertenecía al vaivén casual de una charla, a los comentarios posteriores que se propician o imponen siempre al acabar una cena o una fiesta, cuando todos se han ido o es uno el que se ha marchado con alguien. Tupra y el juez gordo y Beryl estarían hablando tal vez de nosotros, ya cerca de Londres, o de los Fahy y la viuda Wadman. De la Garza y el alcalde de Thame o Bicester o de donde fuera estarían quizá elucidando a las guarras esquivas para violencia de la alcaldesa, si aún no habían perecido todos en una curva y si el primero lograba hacerse entender en inglés dos palabras juntas (siempre podía recurrir a la mímica y soltar de paso el volante, y así más chances). Y hasta la señora Berry estaría haciendo repaso consigo misma en su cama sin conseguir dormirse, también ella había recibido invitados y había sido anfitriona ancilarmente, tampoco querría que concluyera del todo su noche larga-. Dime, ¿qué te ha parecido Beryl? ¿Qué efecto te ha causado? ¿Qué impresión te ha hecho?

– ¿Beryl? -respondí algo descentrado, no había imaginado que me fuera a preguntar por ella, más bien por su anunciado amigo Bertram, si es que era en verdad amigo-. Bueno, apenas hemos hablado, parece hacer caso muy pasajero a casi todo el mundo, no se la veía disfrutar gran cosa, como si estuviera por compromiso. Pero muy buenas piernas, lo sabe y lo explota. De cara le sobran dentadura y quijada, aun así resulta bastante guapa. Su olor es su mayor atractivo y su mejor baza: un olor infrecuente, agradable, muy sexuado.

Wheeler me lanzó una mirada que era mezcla de reconvención y zumba, divertidos sus ojos en todo caso. Blandió su bastón un poco, sin llegar a alzarlo, le bastó con agarrarlo del mango. A veces me trataba como a un alumno, nunca lo había sido, en cierto sentido lo era. Era un discípulo, un aprendiz de su visión y su estilo, como también de los de Toby en su día. Pero con Wheeler bromeaba más. O no, y es sólo que lo que cede y no vuelve más que en rememoraciones se atenúa mucho y parece menos, había bromeado con ambos, como con Cromer-Blake, otro colega de mi época en Oxford, más de mi edad y de inteligencia sobresaliente, y sin embargo no había llegado muy lejos, muerto de sida cuatro meses después del fin de mi estancia y mi marcha, sin que nadie de la congregación oxoniense dijera entonces (ni apenas luego, gente para lo trivial chismosa, discreta para lo grave) que su mal era ese. Yo lo vi enfermo y recuperado y más enfermo, sin jamás preguntarle el origen. Y también había bromeado siempre mucho con Luisa, quizá sea mi principal y decepcionante manera de manifestar el afecto. Los problemas surgen cuando hay más que afecto, eso creo.

– Oh vamos, te lo tengo advertido, estás muy solo ahí en Londres. Francamente, no me refería a eso. Francamente: nunca me habría atrevido ni a preguntarme si los humores animales de Beryl te habían o no estimulado, sabrás disculpar mí falta de curiosidad sobre esa clase de avatares tuyos. Quería decir respecto de Tupra, qué impresión te ha causado con relación a él, en su actual relación con él. Es lo que me interesa saber, no si te han excitado sus -se paró un instante- segregaciones. Yo no sé por quién me has tomado.