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– Mira antes de nada si están en los lavabos, Jack, el de damas o el de caballeros, mira en ambos, te lo ruego. Y también en el de los tullidos, suele ser el más vacío. Encuéntrala, haz el favor, y tráetela aquí de vuelta. -Empleó aquellas fórmulas de cortesía que en él yo ya sabía temibles, un mal presagio, solían ser el preludio de algún cabreo o disgusto si uno no rectificaba o cumplía. Constituían una de sus escasas señales interpretables, para mí lo eran al menos-. No te entretengas ni esperes. Tráetela. -Creo que fue eso lo que dijo en inglés, ‘Don 't linger or delay’ o tal vez no y fue otra cosa, tal vez 'laiter' o 'dally’ es improbable. De lo que estoy seguro es de que no salió de sus labios la expresión 'Date prisa'. Él tenía tanta conciencia de lo fácil y de lo dificultoso en las lenguas como yo pueda tenerla, y esas eran palabras demasiado reconocibles, 'Date prisa'. Él sabía que Manoia podría haberlas entendido siempre, aun masculladas y en medio del ruido, o con la boca oculta y negra.

Oh sí, uno no es nunca lo que es -no del todo, no exactamente- cuando está solo y vive en el extranjero y habla sin cesar una lengua que no es la propia o la del principio. Por mucho que se prolongue el tiempo de ausencia, y su término no se vislumbre porque no fue fijado desde el comienzo o se ha diluido y no está ya previsto, y además no haya razones para pensar que algún día pueda haber o divisarse ese término y el consiguiente regreso (el regreso al antes que no habrá esperado), y así la palabra 'ausencia' pierda sentido y arraigo y fuerza cada hora que pasa y que se pasa lejos -y entonces también los pierde esta misma otra palabra, 'lejos'-, ese tiempo de nuestra ausencia se nos va acumulando como un extraño paréntesis que en el fondo no cuenta ni nos alberga más que como conmutables fantasmas sin huella, y del que por tanto tampoco hemos de rendir cuentas a nadie, ni siquiera a nosotros mismos (o al menos no detalladas, nunca completas). Uno se siente hasta cierto punto irresponsable de lo que haga o presencie, como si todo perteneciera a una existencia provisional, paralela, ajena o prestada, ficticia o casi soñada -o quizá es teórica como mi vida entera, según el informe sin firma del viejo fichero que me concernía-; como si todo pudiera ser relegado a la esfera de lo imaginado tan sólo y jamás ocurrido, y desde luego de lo involuntario; todo echado a la bolsa de las figuraciones y de las sospechas e hipótesis, y aun a la de los meros y desatinados sueños, acerca de los cuales ha habido un insólito y casi permanente y universal consenso a lo largo de todos los siglos de que hay memoria, conjeturada o histórica, fabulada o cierta: no dependen de la intención del que sueña, y éste nunca es culpable de su contenido.

'Qué le voy a hacer, yo no los elijo y además no puedo evitarlos', se dice uno tras cada sueño turbio que el hombre despierto siente luego como indebido o ilícito y que más valdría no haber tenido, o al menos no recordarlo. 'No, yo no quería que apareciera ese deseo anómalo o ese remordimiento infundado', piensa uno, 'esa tentación o ese pánico, esa amenaza ignorada o esa maldición sorprendente, esa aversión o esa añoranza que ahora pesan todas las noches como plomo sobre mi alma, esa asquerosidad o esa violencia que yo mismo causo, esos rostros ya muertos y para siempre configurados que pactaron conmigo no tener más mañana (sí, ese es nuestro pacto con los que se callan) y que ahora vienen a susurrarme palabras temibles e inesperadas y quién sabe si aún impropias de ellos o ya no tanto, mientras yo estoy dormido y he abandonado la guardia: he dejado sobre la hierba mi escudo y mi lanza.' La idea que surgió de lo onírico queda a menudo descartada o invalidada por eso mismo, por su procedencia titubeante y oscura, por su nublado origen en la humareda, pero no siempre desaparece al retornar la conciencia, sino que ésta la recoge y aun la nutre a veces, y así convive también con lo que no engendró ella; lo admite en su seno entonces y en él lo cría y le da figura e incluso nombre, y lo incorpora a su mundo controlado y diurno aunque sea rebajándolo de categoría, atribuyéndole un carácter venial y mirándolo con paternalismo, como si a todo sueño superviviente en la luz hubiera de acompañarlo por fuerza el comentario irónico de Sir Peter Wheeler cuando se retiró por fin, escaleras arriba y hacia la izquierda, la noche de sábado de su cena fría: 'Qué tontería', dijo; y añadió, repitiendo en tono de burla mis anteriores palabras: 'Una gran idea'. Pero con toda esa condescendencia hacia las tonterías, yo he aprendido a temer no sólo cuanto pasa por el pensamiento, sino lo que el pensamiento aún ignora, porque he visto casi siempre que todo estaba ya ahí, en algún sitio, antes de llegar a él, o de atravesarlo. He aprendido a temer, por tanto, no sólo lo que se concibe, la idea, sino lo que la antecede o le es previo.

De forma parecida a la de los simulacros y ensueños se percibe y se vive ese tiempo entre paréntesis de nuestra ausencia, y cuanto en él va envuelto: nuestras hazañas o crímenes y todos los actos propios y ajenos; no sólo los que cometemos o padecemos, también los que presenciamos o provocamos, sin querer o queriendo; y en él nada es nunca demasiado serio, eso creemos. Qué gran acierto el del gran dramaturgo que acuñó falsa moneda, el del poeta espía y blasfemo Marlowe del que poco se sabe en su muerte oscura, que fue violenta y es legendaria y se ha reconstruido numerosas veces con exactitud imposible, luego más bien se ha imaginado, con la vista vuelta hacia la negra espalda: fue a morir apuñalado en una taberna sin haber cumplido los treinta, a manos de un tal Ingram Frizer según se ha averiguado tardíamente, que fue más rápido o sañudo o hábil con el cuchillo un 30 de mayo de hace más de cuatrocientos años, en Deptford, cerca del río Támesis, que es como se conoce al Isis en todo lugar y tiempo menos a su paso por Oxford, esa ciudad extranjera que hace siglos pareció o fue la mía y en la que así es llamado, río Isis, luego lo es también por mi memoria, río Isis. Qué gran acierto, el del gran poeta traicionero y de mano larga que no rehuyó pendencia y que había viajado fuera y sabía por experiencia de qué se hablaba, cuando hizo decir a algún personaje de sus tragedias: 'Thou hast committed fornication: but that was in another country, and besides, the wench is dead'. O bien, lo mismo (y aquí no hay duda de que 'country' no es 'patria'): 'Has incurrido en fornicación: pero eso fue en otro país, y además, la moza ha muerto'.