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'Y todavía no ha cambiado', le dije a Luisa. 'Desearía que no lo hiciera, pero también a veces que sí. Lleva las de perder, tal como va el mundo. Creí que aprendería a guardarse más en cuanto fuera al colegio y probase allí la amenaza, pero ya van años y no parece. A veces me pregunto si no estaré siendo mal padre por no adiestrarlo, por no enseñarle lo que le conviene: tretas, argucias, intimidaciones, cautelas, quejas; y más egoísmo. Uno debería preparar a sus hijos, pienso. Pero no es fácil inculcarles lo conveniente, si eso a uno no le gusta. Y él es mejor que yo, por ahora.'

'Quizá fuera labor baldía en su caso, eso además', contestó Luisa. Y se levantó como con prisa. 'Voy a bajar a la calle antes de que se vayan', dijo. Por algo no se había quitado la gabardina ni había vaciado las bolsas, sabía que aún no estaba de vuelta. 'A esa chica suelo echarle unas monedas al entrar, tiene una caja, hoy también se las he echado. Pero al salir me ha pedido una cosa, es la primera vez que me ha pedido algo, quiero decir con palabras, en un español escaso y raro, no es un acento reconocible y mezcló alguna expresión italiana. Me pidió que le comprara toallitas para niños, de esas empapadas, muy cómodas para limpiarlos, que salen en tiras de un bote, bueno. Le dije que no, que se las comprara ella, que ya le había dado dinero antes. Y me contestó: "No, dinero no, el dinero no". Me he quedado dándole vueltas y creo que acabo de entenderlo. Ella recaudará para su marido, o para unos hermanos, o un padre, no sé, para sus hombres. Todo lo que sea dinero no se atreverá a tocarlo sin permiso de ellos, no podrá decidir por su cuenta un solo gasto, deberá entregárselo y luego ellos cubrirán necesidades como les parezca, quizá atendiendo primero a lo suyo. Esas toallitas las juzgarán superfluas, un lujo, no le darán para eso y que se aguante. Pero yo sé bien que no lo son, esos niños se pasan horas allí, y estarán muy escocidos si ella no puede limpiarlos a tiempo. Así que casi voy a comprárselas. No había caído antes, ella no dispone de lo que gana, ni un céntimo, por eso me ha pedido la cosa misma y el dinero no le valía. En seguida vuelvo.'

Cuando regresó al cabo de un rato se quitó la gabardina. Yo había vaciado las bolsas, en el entretanto, cada cosa ya en su sitio.

'¿Has llegado a tiempo?', le pregunté. Me había creado curiosidad suficiente.

'Sí, deben de estarse hasta la hora del cierre. He entrado, le he comprado un bote y se lo he dado. No sabes qué cara de alegría y de agradecimiento. Es muy agradecida siempre esa chica, muy sonriente, cuando le doy monedas. Pero esta vez era distinto, era algo para ella, para su uso y para los niños, no era parte de la recaudación común, el dinero es todo igual y mezclado no se distingue. Y el nifiito mayor se ha puesto también muy contento, al verla a ella contenta. Con una cara… celebratoria, aunque la razón no pudiera entenderla. Qué gracioso es, qué vivo, está al tanto de todo. Si no le va demasiado mal, será un gran optimista. Ojalá tenga algo de suerte.'

Yo sabía que Luisa ya estaba envuelta por aquella petición, atendida tardíamente y con deliberación por tanto. No enredada ni anudada, pero sí envuelta. Cada vez que volviera al supermercado y viera a la joven húngara y a su pequeño optimista, pensaría que se le habrían ya acabado las toallitas del bote, mientras que aún no se acababa la suciedad de sus niños -larga larga-. Y si no la encontraba, entonces se preguntaría por ella, por ellos, sin tanto como preocuparse ni indagar, eso aún menos (no es Luisa una exhibicionista, ni siquiera ante sí misma, ni se mete en las vidas ajenas). Pero yo lo sabía porque a partir de entonces yo mismo me pregunté a veces por ellos, sin haberlos visto nunca, y esperaba a que mi mujer me contara, si había algo que contarse al respecto, algún otro día.

Unas semanas más tarde, con la gente comprando ávidamente por la Navidad muy próxima, me contó que la madre rumana había vuelto a pedirle algo con palabras. 'Hola, carina , así la había saludado la joven, lo cual nos hizo suponer que antes de llegar a España habría errado por Italia, de donde quizá la habrían expulsado sin contemplaciones sus brutales autoridades xenófobas pseudo-lombardas, aún más lerdas y soeces que las pseudomadrileñas despreciativas nuestras. 'Si no quieres me dices no, pero yo te pido una cosa', había sido el educado preámbulo, la cortesía consiste en parte en la formulación de obviedades, que nunca están de sobra a su servicio. 'El niño quiere una torta. Yo no puedo comprarla. ¿Tú puedes comprártela? ¿Si quieres? Está ahí, derralángolo', y señaló hacia la vuelta de una esquina, donde Luisa situó al instante una pastelería fina y cara en la que también compraba. 'Si no quieres no', había insistido, como si fuera bien consciente de que tan sólo era un capricho. Que valía la pena pedir, sin embargo, pues era del hijo.

'Esta vez el niño sí que lo entendía todo', contó Luisa. 'Era la transmisión de un deseo suyo, y lo reconocía. Bueno: su cara de estar en vilo no me dejó ni dudarlo, el pobre contenía el aliento a la espera de mi Sí o mi No, con los ojos muy abiertos.' ('Igual que un reo su veredicto', pensé sin interrumpirla; 'eso sí, un reo optimista.') 'Como no sabía qué era exactamente para ella "una torta", y además parecían tenerla muy localizada y querer esa y no cualquiera, nos tuvimos que encaminar los cuatro hacia la pastelería, para que me la señalaran. Entré yo delante para que los de la tienda vieran que el grupo iba conmigo, y aun así los muchos clientes se apartaron instintivamente con asco, nos abrieron un pasillo como para evitarse un contagio, creo que ella no se dio cuenta, o estará acostumbrada y eso ya no le hace mella, pero a mí sí me la hizo. Fue el niño quien me señaló la tarta tras una vitrina, muy excitado, una bavaroise de cumpleaños, no muy grande, y asintió la chica. Le dije entonces que se volvieran ya los tres a sus escalones, aquello estaba atestado y nosotros en medio con el cochecito y todo, mientras yo aguardaba turno y me la envolvían y la pagaba. Que yo se la llevaría luego. Entre unas cosas y otras tardé un cuarto de hora o por ahí, y me eché a reír cuando al doblar la calle paquete en mano, vi al niñito con una cara de expectación tremenda y la mirada fija en la esquina, estoy segura de que no le habría quitado ojo un segundo desde que hubieran regresado a su puesto, pendiente de mi aparición con el tesoro: como si llevara corriendo mentalmente todo aquel rato, de pura impaciencia, pura ansia. Se apartó por una vez de la madre y corrió a mi encuentro, aunque ella le gritó: "¡No, Emil, no! ¡Emil, ven!". Correteaba en torno a mí, como un perrillo.' Luisa se quedó recordando, con una sonrisa, divertida por el reciente recuerdo. Luego añadió: 'Y eso es todo'.

'Y al haberla complacido, ¿no te pedirá ya cosas siempre?', le pregunté.

'No, no la veo aprovechada. He coincidido varias veces con ella desde las toallitas, y hasta hoy no había vuelto a pedirme nada, así expresamente. Un día vi a sus hombres, rondaban por allí, supongo que el marido sería uno de ellos, aunque ninguno se distinguió en su actitud hacia ella ni hacia los niños. Lo mismo eran todos hermanos, o primos, o tíos suyos, parentela, cuatro o cinco en conciliábulo rápido, allí en la vecindad de la chica pero excluyéndola, y en seguida se fueron.'

'Harán mafia, harán inspecciones, velarán por que otros mendigos no le quiten el puesto. Muchos pagan por ocupar un buen sitio, como un alquiler, hasta en el pedir hay gran competencia. Y no es nada malo, el lugar de esa joven, sin protección no lo conservaría. ¿Cómo eran los hombres?'

'Mala pinta. De ellos también yo me habría apartado, me temo, como para evitarme un contagio. Malcarados. Irritables. Mandones. Fulleros. Sucios. Eso sí, todos con móviles y con sortijas. Y algún chaleco.'

'Sí', pensé, 'la reacción de esos clientes de la pastelería: es verdad que le ha hecho mella, no va a olvidarla, la tendrá muy presente la próxima vez que entre allí sola o con nuestros niños acomodados y no mendicantes: la ha sentido en su carne. Está envuelta. Pero no es grave ni llegará a serlo. También yo lo estoy, seguramente.'