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Me fijé en Wheeler, que había abierto los ojos mucho y la boca un poco, un gesto de suficiente sorpresa como para asociarlo a esa expresión, 'quedarse sin habla'. O era más bien una cara de no comprender del todo, como si la ocasional lentitud de sus años estuviera procesando mi pregunta o noticia con desconcierto y aun dificultades; como si estuviera pensando: '¿He oído bien, ha dicho sangre? ¿Le habrá fallado la pronunciación o sí lo ha dicho, mancha de sangre? Aunque sea extranjero a él no suele fallarle, salvo en palabras caprichosas o poco frecuentes que quizá nunca ha oído y sólo ha visto escritas, pero en esos casos es consciente de su inseguridad, y vacila y pregunta antes de soltarlas. Habré sido yo, que me he despistado y no he entendido'. Parecía pensar algo así pero no podía pensarlo, porque la señora Berry había repetido en el acto 'A bloodstain?', y sobre su pronunciación no había dudas.

'No se apure, Mrs Berry, no fue molestia, todavía no tenía sueño', le contesté. 'Sólo que no me explico de dónde pudo salir. Creí que era mía, que me había hecho algún corte inadvertidamente, pero me palpé entero y no. ¿Así que no tienen idea?', insistí con la voz algo retraída.

La señora Berry miró a Wheeler con perplejidad, como si con los ojos le preguntara ella también a él, o se me ocurrió que acaso era de consulta, la mirada, o hasta de preocupación por mí, que aseguraba haber quitado en mitad de la noche una mancha improbable y rara. Pero Peter seguía callado, muy abiertos sus ojos metálicos o minerales (como calcedonias a aquella luz del día) y sus labios aún separados (pero ya no tanto como para decir boquiabierto).

'No realmente', respondió ella. 'Quizá se cortó algún invitado que subió al cuarto de baño del primer piso, vi a varios subir a lo largo de la velada… ¿Dónde fue, exactamente?'

Me puse en pie y ella también ('Se lo enseño'), la conduje hasta la escalera, subí el primer tramo a zancadas y ella conmigo, detrás, sin saltarse escalones.

'Aquí', dije, y señalé el lugar aproximado. No podía ser el exacto porque la memoria espacial es imprecisa si no se ha establecido una referencia invariable y allí no quedaba rastro, ni siquiera de mis frotamientos, se veía todo uniforme, liso, había limpiado a conciencia y con gran esmero, habría sido yo un buen criado en otra vida, o una cumplidora fregona, no sé si ilustre. 'Ocupaba más o menos esto', añadí, 'pulgada y media, quizá dos, de diámetro. Y no había reguero, eso es curioso, sólo la mancha. Como una huella aislada.'

La señora Berry se inclinó para mirar más de cerca el suelo. Yo ya estaba agachado y daba golpecitos sobre la tarima con los cinco dedos en posición de garra, como si llamara así a la madera, pero nada había que invocar y nada brotaría de ella. 'Lo sabía', pensé fugazmente, 'tenía que haber dejado algo de cerco, no en balde se resistió a borrarse.' Peter había abandonado también la mesa, con más parsimonia, y nos había seguido hasta el pie de la escalera, él no subía. Estaba allí con las manos apoyadas en su bastón como si éste fuera una espada hincada en la tierra en temporal descanso, mirando hacia arriba, mirándonos con esa mirada que a menudo se les pone a los viejos aunque estén acompañados y hablando animadamente, son ojos mates de dilatado iris que alcanzan muy lejos en dirección al pasado, como si en verdad vieran sus dueños físicamente con ellos, quiero decir ver los recuerdos, a veces la tienen hasta los viejos ya ciegos como el poeta Milton en su sueño, y no es una mirada ausente sino concentrada, sólo que en algo a muy larga distancia. Y además Wheeler no estaba hablando.

'¿Tanto? No se ve nada', dijo la señora Berry. En efecto, la madera pulida, brillante, encerada, como si nunca hubiera sufrido. '¿Con qué la limpió, esa mancha?'

'Cogí algodón y alcohol del cuarto de baño de abajo. Lo hice poco a poco, con cuidado. No quería ensuciarle ningún paño, ni que quedara marca.'

'Lo consiguió usted, Jack, desde luego', observó la señora Berry con aprobación y mirando fijamente el vacío suelo, pero me pareció percibir un leve dejo de ironía en la frase. Empezaba a no creerme, era posible. '¿Está seguro de que era sangre, Jack? ¿No pudo ser licor o vino, se le derramó a alguien? ¿O el jugo del roast beef, una rodaja resbaló de algún plato? Me temo que Lord Rymer no fue el único titubeante a lo largo de la velada. La carne estaba très saignante, y además algunos se sirvieron salsa. ¿No pudo confundir el jugo, la salsa? Eso explicaría que no hubiera reguero, cae un trozo de carne y sólo deja su mancha. No gotea.' Pensé entonces: 'Cree que estaba borracho, y que fueron imaginaciones; aunque es verdad que un filete crudo cae a plomo, plaf; pero no eran filetes, sino rodajas'. Y al instante recordé que ni siquiera podía recuperar los algodones ensangrentados para mostrárselos, los había arrojado al retrete, no a la basura, y había tirado de la cadena, naturalmente; también habría sido raro que me hubiera empeñado hasta el punto de ir a rebuscar en el cubo, mejor que no pudiera hacer eso, me habrían tomado por un insensato, un obsesivo.

'No la probé, si se refiere a eso, Mrs Berry', dije, y debió de haber decepción en mi tono, u orgullo herido. 'Pero conozco la sangre, créame. Sé distinguirla.'

'Bueno, es muy extraño, entonces.' Así respondió la señora Berry, como dando por terminados la inspección y el caso entero; sonó como si me hubiera dicho: 'No insista, Jack, ¿qué más quiere que hagamos? Yo no sé nada y no lo he visto, y tampoco Peter. Y es improbable que a mí se me escape una mancha así, más aún en el camino que conduce a mi cuarto. ¿No lo entiende, lo difícil que es eso?'.

Separé los dedos de la tarima, me incorporé, me volví más hacia Wheeler, lo miré desde la altura. No había pronunciado una sola palabra, pero no me pareció que esta vez se tratara de un nuevo atasco oral como los que había padecido un rato antes en el jardín, tras los raseados del helicóptero, y la noche anterior, cuando nos quedamos solos y el muy necio vocablo 'cojín' no le salía. No me pareció que tuviera una presciencia de nada, su mirada anciana no miraba ahora hacia lo venidero incierto y por lo tanto vacío y liso como la madera, era seguro, sino que en su asombro alcanzaba lejos, más allá de nuestras cabezas en cuya dirección iba su vista pero a las que no enfocaba o no del todo, y los ojos tan abiertos le conferían una contradictoria expresión, casi de niño que descubre o ve algo por vez primera, algo que no lo asusta ni le repele ni tampoco lo atrae, sino que le produce pasmo, o algún saber intuitivo, o bien una especie de encantamiento. Miraba algo que era rugoso, con dibujo o figura a diferencia del suelo, pero no me quedó muy claro que su trazo fuera distinguible y firme ni que perteneciera al pasado. Era como si contemplara el limbo, el envidiable lugar, el único libre de juicios y cómputos en aquel último día, según las antiguas especulaciones, y al que el juez se retiraría a ratos para estar tranquilo y tomarse un respiro de las atrocidades y las perfecciones, de las disculpas estrafalarias y las desmedidas aspiraciones, y quizá algún piscolabis con el que reponer fuerzas y aguante para las sesiones interminables, y aun darle a su divina petaca un chupito, un viaje con el que entonarse, antes de volver a la gran sala de baile para allí seguir oyendo más millones y millones de embrolladas y confusas y miserables y descabelladas historias.

'A usted tampoco se le ocurre nada, Peter.' Ahora le hablé sólo a él, directamente, fue confirmación más que pregunta, pero también, me di cuenta, una tentativa de hacerle expresar algo verbal sobre aquella sangre o no sangre que yo había visto o no visto, algo con su propia voz y no a través de la señora Berry, que se había adueñado de las conjeturas y de las respuestas. En realidad no había nada anómalo en ello, era lo lógico, el mantenimiento de la casa corría a su cargo, como su pulcritud o limpieza y sus desperfectos y manchas. En inglés era la housekeeper, literalmente la que conservaba o guardaba la casa.