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Se detuvo un instante, pero esta vez no recordaba con particular intensidad ni viveza, sino que pensaba, o vacilaba, o incluso se mordía la lengua. Se había frenado.

'No puede parecerme nada', aproveché para decirle, 'si no sé de quién se trata ni me cuentas la historia. ¿Qué relato fue ese? ¿Quién era?'

'Acabas de reprocharme que te haya contado lo de aquel tranvía', me contestó, y creí notarlo una pizca ofendido. 'No sé si debo seguir hablando.' Y sonó como si me pidiera permiso. Sonó extraño.

'No exactamente. No era ningún reproche, qué absurdo. Eso sería como reprochar a los historiadores que escriban lo que averiguan o lo que conocen de primera mano. Nos pasamos la vida ampliando el catálogo de horrores habidos, no cesan de descubrirse, de salir a la superficie. Que yo te lo oiga contar a ti no me puede hacer el mismo efecto que te hizo a ti oírselo a aquella mujer. Lo contaba quien lo había hecho, y con alardeo. Y entonces acababa de suceder. Aún estaba sucediendo, aquí y en todas partes, es muy distinto. No te preocupes. Puedes contarme cualquier cosa, ninguna será peor que muchas de las que leo, o que las que vemos en la televisión todos los días. No te me conviertas tú ahora de repente en padre ñoño, a estas alturas. Sólo faltaría eso. Y además, tendría que denunciarte. Acusarte de desamparo y, cómo has dicho, de omisión de ayuda.'

Se rió un poco, le hizo gracia que desarmara sus improvisados reparos con sus propios argumentos y términos, acababa de utilizarlos. Pero no pudo dejar de dedicarme un plural, antes de proseguir: incluirnos a los cuatro hermanos era también una manera de moderar la reprensión a uno solo.

'Mira que sois majaderos a veces', dijo. Y luego ya volvió a singularizarme. 'Bueno. No te voy a decir quién fue, su nombre. No puedo estar seguro de que si lo sabes tú vayas a callártelo, como he hecho yo siempre. Desde tu punto de vista no tendrías por qué. No te sentirías obligado, ni aunque yo te lo pidiera, y prefiero no arriesgarme, Jacobo. No es por consideración hacia él, porque lo único que le he tenido ha sido desprecio y rencor desde que le oí contar aquello. O bueno, más que eso: asco, y una tremenda aversión. Ansias de venganza supongo que no, más que nada por lo mucho que consumen las ansias de lo que no puede cumplirse, yo era un represaliado y él un vencedor con influencias, imagínate. Pero mira que durante cincuenta años no paró de publicar libros, y de recibir premios y ser jaleado y salir en la prensa y en la televisión, y yo creo que durante la mitad de ellos o más no le leí ni una línea, y pasé rápidamente la página de cualquier periódico en la que apareciera una entrevista con él, o una reseña de una obra suya, no podía soportar ver su cara ni su nombre impreso. Más tarde sí: me entró la curiosidad de ver de qué era capaz, hasta dónde podía llegar en la biografía-ficción que empezó a fabricarse públicamente, sin el menor sonrojo. Y, sobre todo, sucedió que por azar, por trabajo, conocí a su mujer y la traté. Ella era una persona buenísima, y muy alegre, que sin lugar a dudas ignoraba los aspectos más repulsivos de su marido, o los hechos más repulsivos de su actuación en la Guerra. Era bastante más joven que él, diez o doce años, debieron de casarse hacia 1950, él ya un poco tardíamente para la época, con los treinta y cinco cumplidos o más. Y ella no sólo era buenísima, y alegre, y competente, sino que en una ocasión se portó muy bien con nosotros, y con vuestra madre en particular. No viene al caso. Pero yo le guardo una enorme gratitud, y mi consideración ha sido siempre hacia ella, no hacia él.'

'¿Vive aún? ¿Viven aún?', le pregunté.

'No. Él murió hace unos años, y ella lo siguió no mucho después.'

'¿Y entonces?' Lo que quería decir era '¿A qué viene entonces mantener la consideración y el silencio?', y mi padre lo entendió.

'Andan por ahí las hijas, eran dos niñas muy monas, muy graciosas, las vi una vez o dos. Y también eran las hijas de ella, lo son, no sólo del hombre importante. Bueno, importante mientras vivió y pudo defender su sitio, y bien que se valió de todos los medios. Pero han pasado muy pocos años y ya apenas si se habla de él, y su recuerdo menguará todavía más, una figura inflada. Pero yo no les daría un disgusto así a las hijas de ella, a las que quería casi tanto como al marido infame, se desvivía por ellas y sobre todo por él, uno de esos amores fijos que no disminuyen ni se ven cuestionados, ni por el tiempo ni por las infidelidades, están por encima de eso (infidelidades veniales, él también la quería mucho a su modo egoísta y frivolo y no habría podido estar sin ella; hasta en eso tuvo suerte, en morirse antes). No, yo nunca les traería tal vergüenza a sus niñas. Y aunque no hubieran existido. Tampoco se la traería póstumamente a alguien tan afectuoso y compasivo. Me parece que para vuestra generación y las más nuevas no importa mucho el buen o el mal nombre de los muertos, pero para nosotros sí. Por lo demás, seguramente alguien acabará divulgándolo un día, al tratarse de un personaje público, y vete a saber, a lo mejor a todo el mundo le trae sin cuidado entonces y no se ve como ignominia, ni como mancha siquiera, y sus apologistas lo pasan por alto como si fuera algo anecdótico: este país no es sólo superficial, es arbitrario y muy parcial, y cuando otorga a alguien bula rara vez se la retira. Pero no seré yo quien lo cuente, ni se sabrá por una imprudencia mía contigo, no será por descuido mío ni a través de mí. Aunque la mayoría ya habrán muerto, cuando yo se lo oí relatar estábamos presentes cinco, y seguro que no fue esa la única vez que lo soltó tan ancho, así que la historia la conocerán unos cuantos (lo mismo quedamos ya pocos vivos). Pero no me extrañaría nada que sí hubiera sido la última, esa vez, y que a partir de aquel aperitivo procurara callársela, y hasta iniciara el proceso de la minuciosa ocultación posterior. Es muy probable.'