Ahora sí se quedó callado más rato, con la mirada anciana de recordar, como si en verdad hubiera vuelto al desaparecido Café Roma de la calle Serrano, o allí a Ronda donde no había estado, quiero decir no en septiembre del 36, cuando debieron de torear y descabellar a su amigo. Fue el 16 de ese mes, lo comprobé más tarde, cuando cayó esa ciudad 'heroica y fantástica' con su enorme precipicio o tajo, cayó a manos del General Varela de los sempiternos guantes blancos -o quizá era Coronel entonces: dormía con sus medallas puestas, se contaba-, un hombre mucho más sanguinario que el jefe de los Camisas Negras, el italiano Coronel Roatta que avanzó sobre Málaga y se apodó 'Mancini', como mi músico protector, siguiendo la pauta de perder o renunciar al nombre de tantos que pasaron por aquella Guerra; pero no menos, en todo caso, que quien se adueñó y mandó en Málaga una vez tomada, Duque de Sevilla su inoportuno título: ay estos españoles que despedazan siempre, silenciosos unos y locuaces otros; ay 'estos hombres, de ira llenos', tantos son y tantas veces.
Allí en Ronda se había demorado el poeta Rilke un par de meses de veinticuatro años antes, a finales del 12, a comienzos del 13, cuando ni siquiera Wheeler había llegado aún al mundo, en las antípodas y como Peter Rylands. Y hay de él, del poeta, una estatua muy negra de cuerpo entero en el jardín de un hotel desde cuya balconada en alto se ven muy anchos campos amenos, tal vez fue en uno de ellos donde tuvo lugar aquella breve corrida de un hombre uno: aunque improbable, no sería imposible, porque al alba no habría nadie asomado a contemplar los campos, o estaría ocupado el recinto por las victoriosas tropas que no objetarían a la faena, si la divisó algún centinela: tal vez había entre ellas requetés carlistas a los que Varela había adiestrado de pueblo en pueblo en Navarra, con disfraz de cura y sobrenombre chusco, 'Tío Pepe'; y sin duda legionarios y moros, grotesca como 'cruzada' aquella -su término predilecto- de voluntarios católicos fanáticos y mercenarios musulmanes aniquilando juntos, y arrasando el país laico. Ese hotel es el Reina Victoria si no me confundo, que 'el diablo ha sugerido construir aquí a los ingleses', así dijo Rilke, y también se visita la habitación en que se alojó, una especie de museíto o panteón minúsculo, decorado con un retrato y unos pocos muebles, algunos libros viejos, unas notas manuscritas suyas en la lengua alemana de que se valía, quizá un busto (hace años que la vi, no estoy seguro). Puede que allí empezara a concebir estos versos, o mejor será decir estos fragmentos, que son de los que yo me acuerdo: 'Ciertamente es extraño no poder habitar más la tierra, dejar para siempre de practicar unas costumbres apenas aprendidas; no ser más lo que se era, y tener que desprenderse aun del propio nombre. Extraño no seguir deseando los deseos. Extraño ver todo aquello que nos concernía como flotando suelto en el espacio. Y penosa la tarea de estar muerto…'. Quién sabe si Emilio Marés no pensó eso, aun sin las palabras.