Se me ocurrió que al decir esta última frase se estaba acordando de Del Real, el amigo traidor cuyo venidero rostro, el del 39, él no había sabido prever en todos los demás años treinta.
'¿Y alguna vez coincidiste con el escritor luego, en persona?' le pregunté.
'Muy tardíamente, treinta y tantos o cuarenta años después, en un par de actos públicos a los que ambos estábamos invitados. La primera vez iba con su mujer, así que le di la mano para que ella no padeciera ni se inquietara, y hablamos los tres, nada, cuatro frases sociales. La segunda vez estaba solo, o bueno, con uno de sus habituales séquitos, ese hombre no daba un paso desacompañado. Me vio, y me rehuyó, y rehuyó mi mirada. No que yo lo buscara, me librase el cielo. Pero por si acaso. Eso lo nota uno. El siempre supo quién era yo. Quiero decir, no sólo a qué me dedicaba, o que mantenía con su mujer una educada relación de gran estima recíproca. Sino que se quedó con mi nombre ya aquella mañana, en el café, y desde entonces tenía presente que yo había oído su cuento. Tuvo que arrepentirse un montón de veces de haberse ido de la lengua durante aquel aperitivo, de su autocomplacencia. Por eso creo que quizá fue la última vez que lo reveló a nadie. Su repulsiva contribución a la lidia. La reacción de Antigüedad, sobre todo, debió de servirle de aviso. Y el silencio que se hizo. Así que no te extrañará que yo no se lo contase a vuestra madre, aunque ganas no me faltaron, más que nada por compartir el abatimiento con que regresé a casa aquel día, ya te digo, cuando de hecho había conseguido dos traducciones. Ella también había tratado a Marés en la Universidad y le tenía mucha simpatía, como casi todo el mundo, era uno de esos hombres que iluminan una reunión, y la hacen más optimista y valedera. Para qué traerle más desolación, para qué sobrecogerla con algo nuevo que no podía cambiarse y contra lo que no habría alivio ni desde luego resarcimiento. Y encima a ella le gustaban los toros, bastante más de lo que sabéis vosotros, había heredado la afición de su padre pero prefería no transmitírosla mucho. Más de una tarde os decíamos que íbamos al teatro o al cine y en realidad íbamos a la plaza.' Y a mi padre se le escapó una divertida y breve risa, al recordar y confesar aquel pequeño e inocuo engaño a los hijos. 'No era cuestión de arruinárselos, y eso es lo que habría pasado, probablemente. A mí mismo, que los disfrutaba menos, que me eran más indiferentes, me costó tiempo y esfuerzo que la muerte de Marés contada no me los viciase, de arriba abajo: al principio me acordaba de él en cada corrida y se me oscurecía todo, se me deslizaba su sombra en cada tercio. No sé. De la misma manera que en esa esquina de Alcalá con Velázquez siempre pienso en aquel niñito que la miliciana estrelló contra la pared de su cuarto, según ella dijo.' Mi padre se había fatigado, se lo noté al iniciar una nueva pausa; cerró los ojos como si le dolieran de haber mirado tan lejos, durante demasiado rato. Pero aún no era la hora del almuerzo, miré el reloj, faltaban unos veinte minutos para que entrase a avisarnos la mujer que le cocinaba o apareciese mi hermana, había anunciado que se pasaría para acompañarnos si acababa unas gestiones a tiempo. Y él no había vuelto aún al tejido, así que al poco decidió continuar hablando, aunque sin abrir los ojos inmediatamente. 'Vi muchas cosas, vimos cosas tal vez peores', dijo utilizando un plural ambiguo, o alternándolo con el singular inequívoco. 'Muchos muertos simultáneos, conocidos y desconocidos juntos, de golpe en los bombardeos, y entonces no le da tiempo a uno a concentrarse en ninguno de ellos ni siquiera un segundo, suele predominar una sensación de absoluto acabamiento, de rendición general, de exterminio que se cumple, es la que se tiene entonces, y se le mezclan los impulsos contrarios de sobrevivir a toda costa, saltar por encima de los cadáveres, buscar refugio, ponerse a salvo, y de quedarse con ellos, quiero decir unirse a ellos, acostarse a su lado, formar parte del montón inerte y terminar de una vez: hay casi envidia. Es extraño, pero aun en medio del estruendo y los derrumbes y el caos, en medio de las propias carreras para auxiliar a un herido o intentar uno cubrirse, se los distingue en el acto como ya inservibles. No dañinos para nadie, y también ya descansados y apaciguados, es visto y no visto. Bueno, lo más probable era que si uno seguía el segundo impulso obtuviera sin proponérselo el efecto del primero, porque la siguiente bomba no caía nunca donde las anteriores: los sitiadores no despilfarraban, puede que no hubiera lugar tan seguro como tumbado junto a los ya muertos. Pero fíjate, mira. Te he contado ahora dos cosas que yo no vi, que no vimos, sino que me fueron relatadas o más bien capté sin querer, en ninguno de los dos casos las palabras me iban dirigidas, no personalmente, o no a mí exclusivamente; y sin embargo se me han quedado en la memoria tanto como lo que vimos o quizá más, es más fácil que uno se prohiba la evocación de una imagen insoportable que la de la narración de unos hechos por aborrecibles que sean, justamente porque toda narración aparenta ser más tolerable. Y lo es, en un sentido: lo que uno ve está ocurriendo; lo que escucha ya ha ocurrido; sea lo que sea, sabe que ha terminado, o si no nadie podría contarlo. Yo creo que mi recuerdo tan afilado de esas dos historias, de esos crímenes, se debe a que se las oí contar a quienes los habían cometido. No a un testigo, ni tampoco a una víctima que hubiera sobrevivido, cuyo tono habría sido de reproche y queja justificados, pero por eso mismo de veracidad más dudosa, siempre cabe sospechar de exageración en la descripción de un sufrimiento, porque quien lo ha padecido tiende a presentarlo como una virtud o un mérito, un sacrificio noble, cuando a veces no hay nada de eso y es tan sólo mala suerte. En ambos relatores hubo ostentación y ninguna vacilación. No sé, sí, hubo alardeo. Pero para mí era como si se acusaran y además sin estar obligados, el escritor falangista y la mujer del tranvía. O así lo registraron mis oídos, que no se divirtieron, ni admiraron las crueldades narradas, sino que se horrorizaron y se asquearon; y las condenó mi juicio, pasivamente.' ('Con la lengua callando', pensé.) 'Eso te da una idea de cómo se vivió la violencia por parte de muchos; de cómo la gente más superficial y más simple -no necesariamente la más primitiva ni la más inculta- se habitúa a ella y entonces no le ve límite o no se lo pone; y te da una idea de cuánta había. Tanta, y tan descontada, como para que pudieran airearla con toda tranquilidad, con chulería, quienes la ejercían más brutal y gratuitamente, con más insensatez y más odio de balde. Ya me dirás qué necesidad había de desparramarle los sesos a un niño de pecho; qué necesidad había de banderillear y picar a un condenado, y después mutilarlo. Pero también los hubo que no nos acostumbramos nunca, uno no se acostumbra a eso si no le pierde la perspectiva, si no entra en la holgazanería del "Qué más da, ya puestos…", como le dijo aquel tipo al escritor cuando le preguntó por el rabo y la otra oreja. Si lo concreto no se le hace abstracto, que es lo que hoy les pasa a tantos, empezando por los terroristas y siguiendo por los gobernantes: ellos no se dan cuenta de la parte concreta de lo que ponen en marcha, ni por supuesto quieren dársela. No sé. La mayoría de la gente de estas sociedades nuestras ha visto demasiada violencia, ficticia o real, en las pantallas. Y se confunde, la toma por un mal menor, por no gran cosa. Pero es que ninguna es verdadera ahí, en la imagen plana, por terrible que sea lo que a uno lleguen a mostrarle. Ni siquiera la de las noticias. "Sí, qué horror, eso ha pasado en la realidad", se piensa; "pero no es aquí, no es en mi cuarto." Si fuera en nuestros salones, qué distinto sería: notarlo, respirarlo, olerlo, siempre hay olor, huele siempre. Qué estremecimiento y qué pánico. A la gente le sería insoportable, sentiría el miedo encima, el propio o el ajeno, el efecto y la conmoción son parecidos, y además nada se contagia tanto. La gente huiría, para ponerse a resguardo. Mira. Basta con que alguien le dé un empujón violento a otro en un bar, o en la calle, en el metro, con que dos automovilistas broncos se zarandeen o se enganchen, para que quienes se encuentren cerca tiemblen de la impresión y la incertidumbre, para que se tensen y se les dispare una alarma, a menudo incontrolable, tanto física como mental, a la mayoría le ocurre. No digamos si se produce un tumulto. Y si tú das un puñetazo con todas tus ganas, es probable que hagas bastante daño, pero también que se te quede la mano hecha cisco y se te inflame durante unos días. Con un solo puñetazo. No es broma.' ('Así es', pensé, pero no se lo dije para no preocuparlo; 'a mí me sucedió una vez, luego casi ni podía moverla.') 'Quien ha vivido la violencia a diario durante una época de su vida no jugará nunca con ella, ni se la tomará a la ligera. La administrará, no ya con cuidado, con cautela extrema, sino con tacañería, con enorme avaricia. No se la permitirá, siempre que pueda ahorrársela, y eso casi siempre es posible. Aunque también la aguantará mejor, si vuelve.' Volvió a abrir entonces los ojos claros, mi padre, y se los vi otra vez serenos, se le habían ido afligiendo con los recuerdos. 'Excepto en la ficción, eso es distinto, aunque debería saberse mejor de lo que se suele. La exageración es divertida, incluso, la de las películas es como contemplar acrobacias, o fuegos de artificio, a mí hasta me da hilaridad, esos cuerpos despedidos, esos salpicones de sangre, se nota tanto que llevan muelles, y unas bolsas con líquido que las pinchan y estallan. Los muertos de verdad por bala no saltan, sino que se desploman y se paran. Y esa violencia sí es inocua, o debería serlo si la perspicacia general de la gente no hubiera disminuido tanto. Para alguien tan antiguo como yo, es asombroso lo tonto que se ha vuelto el mundo. Inexplicable. Qué época de declive, no os podéis hacer idea. No ya intelectual, sino simplemente del discernimiento. En fin. Todo eso no es apenas distinto de las palizas del
Quijote, o de las de aquellos Tom y Jerry que os gustaban de niños, uno sabe en el fondo que ahí nadie sale maltrecho de veras, que todos se levantan después ilesos y se van a cenar juntos, amigablemente. Bah. Tampoco hay que ponerse puritano con eso, ni melindroso, como hacen esos mismos que reducen a azucarillos los cuentos clásicos. Y en cambio con la violencia real, con esa en cambio… Ni un desliz debería tenerse. Pero mira si han variado las cosas, y las actitudes: cuando se le declaró la Guerra a Hitler, y quizá no ha habido ocasión en que se hiciera más necesaria y justificable una guerra, el propio Churchill escribió al respecto que el mero hecho de haberse llegado a aquel punto y a aquel fracaso convertía a los responsables, por honrosos que fueran sus motivos, en culpables ante la Historia. Se estaba refiriendo al Gobierno de su país y al de Francia, entiendes, y por extensión a sí mismo, aunque él bien habría querido que esa culpa y ese fracaso los hubieran alcanzado antes, cuando la situación no les era tan adversa ni habría sido tan cruento y grave librar esa posible guerra. "En esta amarga historia de juicios erróneos efectuados por personas capaces y bienintencionadas…", así dijo. Y ahora, ya ves, los mismos que se escandalizan por los batacazos de Tom y Jerry y de sus descendientes desatan guerras innecesarias, interesadas, sin ningún motivo honroso, evitando otros recursos si es que no torpedeándolos. Y a diferencia de Churchill, ni siquiera se avergüenzan de ellas. Ni siquiera las deploran. Ni por supuesto se disculpan, hoy no existe eso en el mundo… En nuestro país fueron ya los franquistas, los que crearon esa escuela. Jamás se ha disculpado ni uno, y también ellos desencadenaron una guerra innecesaria. La peor posible. Eso sí, con la colaboración inmediata de muchos de sus contrincantes… Qué exageración fue todo…' Ahora noté que mi padre pensaba en voz alta, más que hablarme, y seguramente eran pensamientos que venía teniendo desde 1936 y quién sabía si a diario, de la misma o parecida manera en que no hay día o noche en que no se le representen a uno en algún instante la idea o la imagen de los muertos más próximos, por mucho que pase el tiempo desde que se despidió uno de ellos, o ellos de uno: 'Adiós, gracias; adiós, donaires; adiós, regocijados amigos; que yo me voy muriendo, y deseando veros presto contentos en la otra vida'. Y en el pensamiento que a continuación le vino utilizó una palabra que más tarde le oí emplear también a Wheeler, al referirse a las guerras, aunque éste la había dicho en inglés, y era 'waste', si no me engaño. 'Y qué increíble desperdicio… No sé. Se recuerda y no se cree. A veces me parece mentira haber vivido todo eso. Uno no ve el porqué, sobre todo, al cabo de los años cuesta aún más verlo. Nada de lo grave parece nunca tan grave, al cabo del tiempo. No como para iniciar una guerra, desde luego, figúrate, resultan siempre desproporcionadas, cuando se las mira retrospectivamente… Ni para que nadie mate a nadie.' (Y entonces hasta nuestros juicios tan conmiserativos y agudos serán a su vez tildados de baldíos y de ingenuos, para qué hizo esto, dirán de ti, para qué tanta zozobra y la aceleración de su pulso, para qué aquel movimiento, y aquel vuelco; y de mí dirán: por qué habló o calló y guardó tantas ausencias, para qué aquel vértigo, tantas las dudas y tal tormento, para qué dio aquellos y tantos pasos. Y de los dos dirán: por qué se enfrentaron y para qué tanto esfuerzo, para qué guerrearon en lugar de mirar y de quedarse quietos, por qué no supieron verse o seguirse viendo, y a qué tanto sueño y aquel rasguño, mi dolor, mi palabra, tu fiebre, el baile, y tantas las dudas, y tal tormento.)