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– Tú lo has dicho. En la teoría -me concedió la joven Pérez Nuix, y descruzó las piernas y encendió un cigarrillo, uno de los míos, lo cogió sin pedírmelo como si en eso fuera española sin mezcla. No eran Rameses II, sólo Karelias del Peloponeso, nada baratos pero tampoco preciosos y el tabaco no lo regateo nunca. La carrera le avanzó un poco más con ese movimiento, pero ella siguió sin vérsela ni notarla. (O quizá no hacía caso.) (O quizá me la estaba ofreciendo: una desnudez mínima, insignificante, pero en progreso; no, no lo creía, esto último.)-. Mira, en todos los años que llevo aquí no he visto a nadie que no sea un particular cualquiera. -Aquel 'aquí' lo hube de entender como 'en esto'; por lo que yo sabía, ella llevaba la vida más o menos entera en el país de su madre-. Ni siquiera en el Ejército, donde más hay que acatar las órdenes y menos hay que tomar decisiones, una maquinaria, dicen. No lo es, nada lo es. Da lo mismo el cargo que las personas ocupen, o a quién representen, que tengan altas responsabilidades o sean unos mandados totales, que hayan sido elegidas o nombradas a dedo, de dónde les venga su autoridad poca o mucha, que su sentido del Estado sea grande o sea nulo, su lealtad da lo mismo, o su venalidad, su afición al chaqueteo. Da lo mismo que todo el dinero que pase por sus manos pertenezca al erario y que no haya suyo un maldito penique. Da lo mismo, manejarán como propias las cantidades más fabulosas, no digamos las despreciables. No quiero decir que se las queden, no todos, o no necesariamente; sino que las distribuirán a su antojo y a su conveniencia y luego buscarán las razones para ese reparto, nunca antes. ¿Sabes? Siempre hay razones a posteriori, claro que lo sabes, para cualquier acción, hasta la más gratuita o la más infame, siempre se encuentran, a veces ridiculas e inverosímiles, mal fundamentadas y que no engañan a nadie o sólo al que se las inventa. Pero en todo caso se da con ellas. Y otras veces son buenas y convincentes, impecables, en realidad es más fácil encontrarlas para los hechos que para los planes y las intenciones, los propósitos, las decisiones. Lo ya sucedido es un punto de partida muy fuerte, muy consistente: es irreversible, y eso ya es una gran pauta, una guía. Es algo a lo que atenerse. O más: a lo que ceñirse, porque ata y obliga, y así resulta que tiene uno en el bote la mitad del trabajo. Cuesta mucho menos explicar con razones lo ya pasado (o lo que es igual, averiguárselas; o tanto da, prestárselas) que justificar de antemano lo que quiere uno que pase, lo que va a procurarse. Todo el que está en política lo sabe de sobra, y en la diplomacia. Lo mismo que los wetgamblers, o los criminales cuando deciden eliminar a alguien y lo eliminan, y ya se ocuparán más tarde de las consideraciones previas y de examinar pros y contras al afrontarlos como consecuencias; pero el eliminado está eliminado, ves, y eso no hay quien lo mueva, y casi siempre hay provecho, o más que perjuicio. Y lo saben también cuantos ocupan un cargo, aunque sea el último policía del último pueblo del shire más remoto. -'La palabra "condado" no le ha salido en nuestra lengua', pensé, 'en la que hoy poco se usa.' Porque sin duda era también suya, la lengua. Y asimismo había dicho en inglés 'wet gamblers', nunca había oído yo esa expresión ni la comprendía, quizá sin equivalente real en español puesto que ella ni siquiera había intentado hallárselo: 'jugadores húmedos', literalmente; o 'tahúres mojados', me acudió al instante una anacrónica imagen de chalecos en el Mississippi-. Y todos son particulares, te lo aseguro, debajo de los uniformes y fuera de sus despachos, esto es que también dentro, cuando están a solas. -Me acordé de Rosa Klebb, la despiadada asesina de SMERSH en Desde Rusia con amor, que según esta novela podría haber matado a Andrés Nin; de su descripción leída en casa de Wheeler, aquella noche de improvisado y febril estudio junto al río de la continuidad en calma: 'Por las mañanas le costaría arrancarse de su tibia y emporcada cama. Sus hábitos privados serían desaseados, incluso sucios. No resultaría agradable asomarse al lado íntimo de su vida, cuando se relajara, ya sin el uniforme…'. Y aún hubo tiempo para que me cruzara esto por el pensamiento: 'Casi nadie es grato así, cuando se arranca o se hunde en su tibia cama, cuando se relaja o se abandona o baja la guardia; pero yo sé bien que sí lo es Luisa, y esta joven lo parece; o tal vez sea que ellas dos nunca la bajen, carrera y todo que va agrandándose'-. En mayor o menor grado todos se dejan llevar por sus impulsos, se orientan, se guían: por sus simpatías y sus antipatías, por sus miedos, sus ambiciones, sus cálculos y sus manías; por sus favoritismos y sus rencores, biográficos o sociales. Así que yo no veo esa diferencia, Jaime. Pero mira, tanto mejor para mí que tú la veas, te importará menos hacerme el favor que te he pedido. Porque este encargo procede de particulares, no del Estado, eso lo sé. Quiero decir que viene de particulares particulares.

Me quedé callado un momento, los dos nos quedamos. Tenía presente que la joven Nuix seguía sin pedirme aún el favor, no estrictamente, no del todo, no completo. Y por tanto no me había discutido ni llevado la contraria en ningún momento, se había limitado a exponer el punto de vista de su experiencia, que parecía mucho más larga que su juventud, a qué edad habría empezado, a cuál habría dejado atrás esa juventud que conservaba tan sólo cuando permanecía en silencio o cuando reía, no desde luego cuando argumentaba o discurseaba, tampoco cuando en el edificio sin nombre interpretaba a las personas con tanto discernimiento, a mí ya me tendría desentrañado, me habría dado la vuelta. A menos que también a veces me viera como un enigma, lo mismo que quien hubiera escrito mi informe, el que me concernía. O que, al igual que yo a mí mismo, según aquel texto, me considerara 'un caso perdido' con el que no se habían de malgastar reflexiones ('Sabe que no se comprende y que no va a hacerlo', su redactor había dictaminado respecto a mí. 'Y así, no se dedica a intentarlo').

Me pregunté hasta qué punto no hablaría ahora Tupra por ella, algunos de sus razonamientos me sonaban a él, o más bien (no era que se los hubiera oído) a su manera de estar en el mundo, como si él pudiera habérselos insuflado calladamente con su cercanía de años, o su intimidad acaso. 'Así que yo no veo esa diferencia, Jaime', había dicho, por ejemplo, sin duda para no indisponerme, en lugar de 'No estoy de acuerdo contigo, Jaime', o 'Te equivocas, Jaime', o 'No lo has pensado bien, vuelve a intentarlo', o 'No tienes la menor idea'. Yo tenía varias preguntas rondándome, pero si cedía a todas no acabaríamos nunca, 'Qué sabes tú de los criminales', y 'Quiénes son los wet gamblers’, y 'Sobre quién he de mentir o callar, para complacerte', y 'Aún no me has pedido el favor, todavía ignoro en qué consiste, exactamente' y 'Cuántos años llevas aquí, a qué edad empezaste, quién fuiste o cómo eras, antes de esto', y 'Qué particulares particulares son esos, y cómo es que esta vez sabes tanto sobre este encargo, su origen, su procedencia'. En realidad podía preguntarlo todo, una cosa tras otra, dirigía la conversación, ese era mí privilegio. Ya no podría ser 'un momentito', el que ella había anunciado, en seguida todo se alarga o se enreda o todo tiende a adherirse, es como si cada acción llevara su prolongación consigo y cada frase dejara en el aire un hilo de pegamento colgando, que nunca puede cortarse sin que se pringue algo más al hacerlo. A menudo me extraño de que para todo haya respuesta o pueda siempre intentarse, no sólo para las preguntas y las incógnitas, también para las afirmaciones y los saberes, lo irrefutable y la ciencia cierta, y para los titubeos y las miradas y hasta para los gestos. Todo insiste y continúa solo, aunque opte uno por retirarse. Aquello no iba a ser un momentito en modo alguno, nada es breve sin cercenarlo. Pero de mí dependía ahora, seguramente, que se convirtiese en una noche entera con su amanecer incluido, o en la embriagada locuacidad de un doble insomnio.