Se quedó callado, mirando hacia el apacible río con el que yo me había familiarizado muchos años antes en casa de su hermano Rylands, como si aún viera allí a su prisionero 'Carbuncle' mezclándose con el gentío en el muelle lejano. Le había visto esa mirada a mi padre, más de una vez, y también a él cuando nos había seguido con paso parsimonioso a la señora Berry y a mí hasta el pie de la escalera para mirar hacia el punto que yo señalaba en lo alto del primer tramo, donde había encontrado la mancha de sangre durante mi noche de fiebre en su casa, tras quedarme solo consultando libros: unos ojos muy abiertos que le conferían una expresión contradictoria, casi de niño que descubre o ve algo por primera vez, algo que no lo asusta ni le repele ni tampoco lo atrae, sino que le produce pasmo, o algún saber intuitivo, o bien una especie de encantamiento.