Dejó de sonar la música, y a los pocos segundos oí los pasos de la señora Berry bajando la escalera. 'Ya está, se acabó', pensé. 'Yo me quedaré sin saber cómo se mató Valerie y por qué lo vio Peter, aunque tenga en principio más tiempo, y no apenas nada. Y cómo no lo impidió, si llegó a verlo.' Y añadí para mis adentros: 'Pero tampoco podré quejarme. Hoy he averiguado mucho, y ni siquiera venía a eso'. Sin embargo la señora Berry no entró en el salón ni nos llamó para el almuerzo, sino que se fue directa a la cocina y allí la oí trajinar. Quizá dispusiéramos todavía de tiempo, si ella había de ultimar preparativos y yo me daba prisa.
– ¿Cómo se mató Valerie, Peter? -le pregunté, ahora ya sin el menor tacto-. ¿Y cómo es que usted lo vio?
Wheeler se removió en su asiento, buscó hasta encontrar una mejor postura y se llevó el pulgar cerca de la axila; se lo puso casi debajo, vuelto, como si fuera una diminuta fusta, y me dio la impresión de que sobre él cargaba todo el peso de su tórax. Era como si necesitara apoyarse en algo, aunque fuera simbólico: un pobre pulgar, por más que sus dedos fueran largos.
– Vivíamos entonces en una casa parecida a esta, sólo que toda ella más pequeña -me dijo-, de dos o tres pisos según se mirase, porque el último era muy chico, con una chambre de bonne solamente, como si dijéramos, que utilizábamos de vez en cuando para alguna visita. Estaba, está en Plantation Road, cerca de donde tú viviste. Bastante por encima de mi sueldo de entonces, desde luego, pero el dinero heredado me permitía estos privilegios, me los ha permitido siempre, Bíen, al cabo de cuatro noches agitadas y en vela casi permanente -'Sí, el pesar rondó y rondó tu cama', repetí para mis adentros-, Valerie me convenció de que me trasladara a dormir a aquel cuartito del último piso, para que descansara un poco hasta que ella se apaciguase, esperaba que no le durara muchos más días el círculo vicioso de pesadillas e insomnio, de detestarse despierta y tener pánico a dormirse, de no soportarse en el sueño ni en la vigilia. Me daba angustia dejarla sin compañía durante aquellas horas nocturnas, porque sin duda eran las peores y las más difíciles de atravesar, pero también pensé que quizá necesitaba pasarlas a solas para empezar a sobreponerse, que podía convenirle que yo no estuviera allí a su lado para hablar con ella e intentar consolarla y preguntarle, para razonarle y argumentarle, tampoco eso había servido de nada durante cuatro días con sus noches en claro, ni un avance. No sé: cuando una situación no cambia uno piensa cualquier cosa. Recuerdo que me metí en la cama intranquilo, con la puerta abierta para poder oírla si me llamaba, yo acudiría de inmediato, nos separaba sólo un piso, dos tramos breves de escalones. Pero tenía tanto agotamiento acumulado que no tardé en dormirme. Debió de ser algo invencible, porque ni siquiera apagué la luz de la mesilla ni cerré el librito que estuve leyendo, se quedó encima de la colcha. Sólo me desperté de madrugada y debía de haber permanecido muy quieto, porque fue entonces, no antes, cuando se cayó el libro al suelo, sin apenas ruido: era
Little Gidding, el último de los Cuartetos, la edición en rústica de Faber, eso no puede olvidarse, entonces aún era reciente y no había podido leerlo durante la Guerra, a Ceilán no llegaban esas cosas, ni a Costa de Oro. -Y a continuación murmuró lo que a buen seguro eran versos o trozos de versos sueltos-: 'Ash on an old man’s sleeve… This is the death of air… the constitution of silence… What we cali the beginning is ofien the end… ' todo eso, ¿no? -O bien: 'Ceniza en la manga de un viejo… Esta es la muerte del aire… la constitución del silencio… Lo que llamamos el principio a menudo es el fin…'. Y después siguió-: Así que no fue la caída del libro lo que me despertó, no sé lo que fue. Tardé unos segundos en comprender que estaba en la chambre de bonne solo, y en recordar por qué. Recogí el volumen y lo dejé en la mesilla, miré el reloj, eran casi las cuatro, apagué la luz en un gesto maquinal, no con la intención de volver a dormirme en seguida, la intranquilidad me volvió. Preferí, decidí asomarme antes a la alcoba nuestra, ver sin entrar si Valerie dormía o no, y preguntarle si necesitaba algo, si no; o si acaso me quería allí. Me puse mi bata y bajé con cuidado, para no despertarla si se había dormido, y entonces la vi donde no tenía que estar, sentada en lo alto del primer tramo de la escalera, luego de espaldas a mí. -Wheeler señaló con el dedo hacia su izquierda y hacia arriba, hacia lo alto del primer tramo de la escalera de su casa de ahora, junto al río Cherwell y no en Plantation Road-. Justo ahí, donde dices que viste una mancha de sangre. Es curioso, ¿no? La vi vestida de calle, no en camisón ni en bata, como si no se hubiera acostado en absoluto o se dispusiera a salir, y eso fue lo que más me extrañó, durante el poquísimo tiempo que me dio a extrañarme. Pero no me alarmé, la verdad es que nunca, nunca, ni en aquellos fugaces instantes ni con anterioridad, se me ocurrió sospechar, se me ocurrió temer que fuera a hacer lo que hizo, ni una sola vez. Ahí fallé. Mi don, o mi facultad, o mi capacidad, como quieras llamarlo, la que tenéis Tupra y tú y esa joven medio española, la que tuvo Toby y tantas veces he tenido yo en asuntos que no me importaban, fracasó estrepitosamente en aquella ocasión. Cómo pude no adivinarlo, cómo pude no verlo, cómo es que no tuve el más mínimo atisbo, me lo llevo preguntando desde el año 46. Cómo fui tan estúpidamente optimista, confiado, inconsciente, cómo nada me lo avisó. Mucho tiempo, ¿no? En lo que a uno más lo atañe, nunca quiere atender a los avisos, porque lo cierto es que siempre los hay. De todo. Uno nunca está dispuesto a ponerse en lo peor. -Ahora Wheeler se tapó los ojos con una mano, se la puso como una visera inclinada hacia abajo, quizá como yo me había puesto la mía en algún momento mientras miraba y no miraba los espantosos vídeos de Tupra aquella noche en que fue Reresby-. Comprendía su disgusto, su mala conciencia, incluso su horror -volvió a hablar Wheeler con la vista oculta-. Pero pensé que se le pasaría o le amainaría antes o después, como a casi todo el mundo se le pasó lo que había visto o hecho en la Guerra, lo que había perdido y lo que había sufrido. Hasta cierto punto, claro está, lo suficiente para vivir. Es una de las cosas que trae el tiempo de paz para la gente que no sigue en guerra, a algunos nos toca seguir, vigilar. Trae el olvido, al menos el superficial, o la sensación de que todo fue un sueño. Aunque se repita todas las noches y durante el día aceche: sólo un sueño malo. Pésimo. Pero lo habíamos ganado, al fin y al cabo. 'Valerie', le dije, eso fue lo único que me dio tiempo a decir. Tenía el pelo recogido. Ella no se volvió, sino que vi su nuca y su espalda estremecerse y a continuación caer toda ella con violencia hacia atrás, a la vez que sonaba el estampido. Y sólo entonces, en medio de mi desesperación y mi incredulidad, me di cuenta de que había estado sentada allí, quién sabía cuánto tiempo, con la escopeta de caza en las manos apuntándose al corazón. Tal vez había estado dudando, o aguardando el momento de mayor valor, ella que tenía tan poco. Seguramente yo fui la señal, fue mi presencia, mi voz, fue oír su nombre. -'Extraño tener que desprenderse aun del propio nombre. Extraño no seguir deseando los deseos. Extraño ver todo aquello que nos concernía como flotando suelto en el espacio. Y penosa la tarea de estar muerto… ' -. Seguramente pensó que yo le arrebataría el arma de un manotazo y que ya no habría más momentos después, no lo sé.- 'And indeed there won 't be time to wonder, "Do I dare?" and, "Do I dare?" Do I dare disturb the universe? Time to turn back and descend the stair… And in short, I am afraid…''No, no habrá ya tiempo para preguntarme si me atrevo y me atrevo, si me atrevo a turbar el universo, tiempo para darme la vuelta y descender la escalera… Y en resumen, tengo miedo… Así que será mejor no esperar-. Quedó ahí tendida. -Y Wheeler volvió a señalar hacia lo alto del primer tramo de la escalera de su casa de ahora, donde yo había descubierto la mancha de sangre y la había limpiado con tanto ahínco y dificultad-. Costó mucho borrar esa sangre. Brotó, manó, aunque yo taponé el orificio en seguida, con toallas. Sabía que ya estaba muerta y aun así se lo tapé. Se había vestido y se había arreglado, se había recogido el pelo en la nuca, se había pintado los labios para decirme adiós, era una cuestión de educación, de la época, de su hoy ya antiquísima educación, ella nunca recibió a una visita ni salió a la calle sin pintar… Y, cuando ya no quedó rastro, yo seguí viendo la sangre. -'Lo ultimo en salir sería el cerco', pensé. 'O serían varios, porque tuvo que haber más de una mancha, y quizá hacerse reguero'-. Y entonces me mudé, no podía permanecer allí.