'Sea como sea. La tuya le será indiferente a esa muchacha, si le interesas o te ve la gracia. Si tiene tanto ojo como decís, no se habrá dormido en la pubertad ni en la infancia, no se habrá enquistado, sino que estará plenamente incorporada al mundo, en su momento se subiría a él con prisa, quizá obligada por sus circunstancias. Y no será de las que se divierten con hombres muy jóvenes, si tanto acierta. Le resultarán transparentes, en exceso descifrables, con las tapas cerradas se conocerá ya todo el cuento.' Wheeler hizo una pausa larga, de las que anunciaban su cansancio de hablar, por teléfono se fatigaba pronto, a la mano del viejo le pesa hasta el auricular, a su brazo le cuesta mantenerlo en alto. Antes de despedirse añadió: Tupra y tú no sois tan distintos, Jacobo. Lo sois. Pero no tanto como tú te crees, o como quisieras. Y deberías estar menos solo ahí en Londres, te lo tengo dicho, aunque ahora estés más distraído y más ocupado. No es lo mismo'.
Allí la tenía yo ahora, a la chica tan lista, y guapa sin exagerar, en mi casa, de noche, en mi sofá, con su perro, su media abierta, para pedirme un favor, bebiendo demasiado vino, y fuera se veía la lluvia aposentada, cómoda, tan sostenida y fuerte que parecía iluminar ella sola la noche con sus hileras continuas como varas flexibles metálicas o como lanzas interminables, era como si excluyera para siempre el raso y descartara todo otro tiempo futuro en el cielo y no permitiera ni concebir su ausencia, al igual que los abrazos cuando se dan con sentimiento y ganas y la repugnancia cuando es repugnancia lo único que ya existe entre los mismos dos que se abrazaron antes; lo uno antes y después lo otro, casi siempre van las cosas en ese orden, no en el inverso. Allí estaba la joven Pérez Nuix hablándome, probablemente ya la mejor sin aguardar a que pasara más tiempo, la que más afinaba y la más dotada de nuestro grupo en el edificio sin nombre, la que más arriesgaba y quien más profundo veía de nosotros cinco, más que Tupra y más que yo y mucho más que Mulryan y Rendel, me pregunté si adivinaría o sabría cuáles iban a ser mis reacciones y mi respuesta cuando por fin me pidiera a las claras lo que había venido a pedirme tras su caminata, mojada bajo el paraguas. Y pensé que sin duda habría hecho sus mediciones, sus cálculos y sus pronósticos, y que seguramente sabría lo que yo aún ignoraba sobre mí mismo -quizá tenía su presciencia-; yo debía ir con pies de plomo y apartarme de sus previsiones, o a propósito contravenirlas, pero eso era difícil, porque también era capaz de prever cuándo y en qué yo me apartaría, intencionada y previsoramente, de sus previsiones por mí previstas. Así podíamos acabar anulándonos el uno al otro y nuestra conversación no tendría verdad ni sentido, como nada de lo que hiciéramos. Cuando las fuerzas están parejas, es entonces cuando se deponen las armas: cuando la lanza se arroja a un lado y se baja el escudo para tumbarlo en la hierba, la espada se hinca en la tierra y sobre su empuñadura cuelga el yelmo. Era mejor que descansara y no intentara anticiparme, menos aún ir en mi contra; mejor no ser artificial y beber más de mi copa, sin cuidado, tranquilamente, sabiendo que al fin y al cabo estaba en mi mano contestar 'Sí' o 'No', y todavía guiar la charla.
– Broccoli, Saltzman, Pevsner, todos nombres extranjeros, quiero decir no británicos. Resulta llamativo, ¿no?, un poco raro, que los productores de Bond sean de origen alemán o italiano. -Eso respondí a la vez que daba un trago, cediendo a mis curiosidades onomástico-geográficas y sin urgiría a entrar en materia. Debían de ser otros ingleses postizos, los miembros de aquellas adineradas familias. Entre unas y otras razones, en verdad había unos cuantos-. Aunque tengan la nacionalidad o hayan nacido aquí. Suenan a británicos falsos.
– Bueno, eso es de lo más normal, no sé qué quieres decir con falsos. Se tiene la idea equivocada de que aquí no hay demasiada mezcla o de que la presencia extranjera es muy reciente, con ese Abramovich que se ha adueñado del Chelsea y ese Al Fayed y otros árabes millonarios. Hace siglos que Gran Bretaña está llena de apellidos no ingleses. Mira a Tupra, mírame a mí, mira a Rendel y mírate a ti. El único de nosotros cuyo nombre no viene de fuera es Mulryan, y hasta cierto punto, tiene toda la pinta de ser irlandés.
– Pero yo no soy inglés, yo no cuento -le dije-. A todos los efectos soy español, y estoy aquí sólo temporalmente. Bueno, eso creo, así me siento, aunque vete a saber si no acabaré por quedarme. Y tú no lo eres más que a medias, ¿no?, quiero decir británica. Tu padre es español, Nuix es catalán, supongo. -Lo pronuncié como sería debido, no a la castellana, sino como si se escribiera 'Nush'. Los ingleses, en cambio, había observado que la llamaban 'Niux', esto es, como si para ellos se escribiera 'Nukes.'
– Él sí fue español, dejó de serlo -contestó la joven Nukes-. Pero yo ya no soy medio nada, sino sólo inglesa. Tanto como lo pueda ser Michael Portillo, el político, ya sabes, estuvo a punto de ser candidato tory a Primer Ministro, su padre era un exiliado de la Guerra Civil. Y luego fue candidato ese Howard, que se cambió el apellido pero es rumano de procedencia. Y en Irlanda ya hubo hace muchos años aquel Presidente de nombre inequívocamente español, De Valera, tan nacionalista como cualquier O'Reilly, imagínate que surgió del Sinn Féin. Tienes a los Korda, que dominaron durante décadas la industria cinematográfica del país, y al pintor Freud, y a aquel músico, Finzi, y al director de orquesta Sir John Barbirolli, y a ese cineasta que hizo la película Full Monty, no recuerdo si es Cattaneo o Cataldi. Tienes a Cyril Tourneur, el contemporáneo de Shakespeare, y a los poetas Dante y Christina Rossetti, y a aquel amigo lúgubre de Byron, el Doctor John Polidori, y a Joseph Conrad con su prosa, se llamaba Korzeniowski. Gielgud era apellido lituano o polaco, y nadie recitó mejor inglés en un escenario; Bogarde era holandés, y también estaba el viejo actor Robert Donat, que interpretó a Mr Chips, el suyo era abreviatura de Donatello, creo. Estaban editores de prestigio como Chatto y Victor Gollancz, y el librero Rota. Tienes a Lord Mountbatten, que era Battenberg al principio, y hasta a los Rothschild. Por no hablar de los Hanover, que reinaron aquí durante siglos y aún siguen, por mucho que disimulen ahora llamando a su dinastía Windsor, hicieron el cambio hace nada, con Jorge V. No sé, hay montones desde hace mucho, y la mayoría son o fueron tan británicos como Churchill, o como Blair o Thatcher, O como Disraeli, for that matter, Primer Ministro bajo la Reina Victoria y ya me dirás cuánto de inglés tiene ese nombre. -Se detuvo un momento. Era más enterada y culta de lo que yo había creído, seguramente habría estudiado también en Oxford, como tantos funcionarios; o bien, por ser su apellido extranjero, se tenía los precedentes bien aprendidos y se identificaba con ellos. Se sentía inglesa del todo, era interesante saberlo, nunca padecería conflictos de lealtades; me pareció que su reacción denotaba incluso cierto patriotismo, eso resultaba ya preocupante, como el de cualquiera. Se bebió su tercera copa hasta el fondo; encendió otro de mis cigarrillos del Peloponeso y le dio dos caladas seguidas, como si estuviera por fin decidida a abordar su asunto y estos fueran los preparativos últimos, el equivalente de la carrerilla mental que a menudo tomaba en el trabajo cuando me iba a dirigir la palabra más allá del saludo o de la pregunta o respuesta aisladas: beber, fumar, marcar oralmente un punto y aparte. Con la leve agitación, supongo (había gesticulado mientras se proclamaba británica y me aclaraba que no era medio compatriota mía, en contra de mi creencia, o más bien de mis sensaciones), la carrera de la media le avanzó más hacia abajo, se le iba acercando a la bota; por arriba le había alcanzado el borde de la falda, luego ya no se la vería crecer a menos que se le subiera ésta un poco o se la subiera ella, y por qué habría de hacer eso, no era descartable que distraídamente lo hiciera, o acaso era mi deseo. Pero fue punto y seguido-: Lo que te quiero pedir -dijo en otro tono, más dubitativo y modoso- tiene que ver justamente con ingleses de apellido extranjero, y también con una hija y un padre, la hija soy yo y el padre es el mío, por eso es un favor grande. No somos tan ricos como lo serán los Broccoli, desde luego, y parte del problema es ese. -Se paró, como si no estuviera segura de si le convenía deslizar o no pequeñas bromas, dudaba entre la solemnidad y la ligereza, casi todos los que piden algo acaban incurriendo en lo primero, o temen que su solicitud no tenga fuerza, Y la exageración es obligada, ha de rebajar la gravedad el que les presta oído. Y si la mentira o la fabulación no lo son tanto, más vale contar con su probabilidad, la credulidad absoluta ante el relato de un drama o peligro dejará vendido a quien los atienda. Así, no me preparé para suspenderla, pero sí para combatirla y minarla, porque yo soy crédulo por naturaleza, hasta que oigo la nota falsa.