– Es Coahuila -recurrí a corregirle o me fue imposible no hacerlo, más misterios del orden y de la precisión impertinente, a todo trance. Se lo dije aún mirándolo. Pero él no me miraba a mí, siguió con los ojos clavados en la televisión todavía unos segundos, entrecerrados casi, su expresión era de desprecio y asco por lo que contemplaba, desde luego no era el rostro de un hombre impasible ante la crueldad y el padecimiento ajenos, estaba juzgando severamente; después aceleró con el mando y al poco detuvo la imagen.
– Ya puedes mirar, estás a salvo. He parado ya en otra escena, en la siguiente. Pero Jack -añadió con irritación amortiguada, incluso comprensiva-, no te estoy enseñando todo esto para que no lo veas, sino para que lo veas. Si no qué sentido tiene.
– No quiero ver más, Bertie -le contesté-. Si todo es así no quiero ver nada. Creo que sé por dónde vas, y no me hace falta, y además: ¿cómo es que no utilizáis estas imágenes para poner remedio? Podrían servir para averiguar, a través de ese gordo al que tenéis tan identificado y al que tan bien le va, qué está sucediendo en ese sitio, y para pararlo. No entiendo vuestra pasividad. No os entiendo.
– ¿Qué crees, que una copia de esta escena no obra en poder de los mexicanos, de los americanos? Si ellos no toman cartas en el asunto, poco más podemos hacer desde aquí nosotros; y no siempre es fácil actuar, un vídeo así no sería admitido como prueba en algunos países, la manera de obtenerlo lo invalidaría. ¿Y de qué se acusaría al gordo, de asistir a un espectáculo ilegal? ¿De pasividad? ¿De negación de ayuda? Bah. También entiendo que lo guarden y lo archiven para mejor ocasión, por si acaso. Yo no puedo reprochárselo, nosotros hacemos lo mismo con la mayoría de los que nos conciernen, con los de nuestros territorios. Puede salvar más vidas obligar a algo a alguien señalado, más tarde, que entrar a saco en seguida con los subalternos. Y nosotros queremos salvar vidas siempre. Andamos siempre haciendo cálculos, sopesando si vale la pena dejar morir ahora a una persona para que luego vivan muchas otras por eso. En primer lugar vidas británicas, claro, la prioridad se comprende. Como en la guerra. A todo debemos sacarle el máximo rendimiento, aunque haya que esperar varios años. Igual que con el trabajo diario de la oficina, a veces hay que aguardar a que alguien esté en condiciones de llevar a cabo lo que le hemos previsto en sus capacidades. Lo que tú prevés incluido, Jack, lo que nos anuncias. Todo cuenta de lo que me dices, nada se pierde. Con esto es lo mismo. -Sí me había mirado durante las últimas frases, sus pestañas ya separadas, asomando el gris en la penumbra, sus ojos absorbentes ya abiertos, que lo hacían a uno, a cualquiera, sentirse digno de atención y de desciframiento; y me pareció que sus palabras ahora habían ido encaminadas a acentuarme ese sentimiento. Yo aún no me había vuelto hacia la pantalla de nuevo, pese a haberme él tranquilizado al respecto-. Anda, mira. Tendrás que ver una grabación más al menos. Avanzaré más rápido, me saltaré unas cuantas, ya que te afectan tanto. -No se ahorró aquí la sorna.
No me importaba. Levanté dos dedos para indicarle que aún no era el momento, que deseaba aclarar algo. Quizá necesitaba un minuto para recuperarme de lo ya visto y otro para hacerme a la idea de que aún me quedaba por ver algo más, sin duda ingrato, más veneno. Pero lo disimulé preguntándole, como si mi curiosidad tuviera urgencias:
– ¿De dónde salen? ¿Cuál es esa manera de obtenerlas? Lo que me has mostrado hasta ahora… Nada era para permitir que hubiera cámaras.
– De cualquier sitio, de todas partes y de mil maneras, hoy es inabarcable la oferta. Contamos con nuestros propios medios tradicionales, por un lado: con nuestros instaladores, y nuestros infiltrados y sobornados que filman. Pero también se venden imágenes, hay todo un mercado flotante y nosotros compramos lo que nos interesa, nos salen baratas cuando el que las ofrece ignora la identidad de quienes aparecen en ellas. Nosotros sí solemos saberlo o podemos averiguarlo, si se trata de meros mandados o de remotos sicarios o bien de gente de cierto peso. Es como en el arte: si el que compra conoce el valor y el que vende lo desconoce, el resultado es una ganga. Hoy cualquier imbécil posee y lleva una minicámara en el bolsillo o incorporada al móvil, y si un turista pilla por azar algo grave, incluso un crimen, es más probable que intente sacarle dinero antes que llevárselo a la policía. Ella no paga, nosotros sí y otros también, a través de intermediarios. Lo mismo que cuando captan a alguien famoso follando o desnudo, lo pondrán en el mercado de las revistas y televisiones sensacionalistas, conviene tener a alguien al tanto. Otras veces nos envían vídeos nuestros colegas de otros países, y nosotros les correspondemos con lo que puede servirles, los satélites consiguen bastante. Ahora es lo más fácil del mundo, que surjan grabaciones de cualquier cosa. La gente ya no tiene ni idea de dónde hay cámaras o todavía no se cree que existan tantas, lo más sensato es partir de la base de que las hay en todo lugar y tiempo, hasta en las habitaciones de hotel y en los prostíbulos y en las saunas y en los cuartos de baño públicos (no en los de los tullidos, por cierto, ahí no suelen ponerlas), y aun en las casas particulares. Nadie está hoy a salvo de ser filmado en cualquier actitud y en cualquier circunstancia, por tanto en plena comisión de un delito o de perversas faenas sexuales, eso es posible siempre. Aunque no tenemos tanta suerte, claro, y en conjunto es una mínima parte, lo que nos llega y vemos. Podemos hacer uso inmediato de muy poco, me refiero a uso legal. Pero no están mal nuestros archivos para el futuro o para lo hipotético, con vistas a acuerdos privados. A la ger\fe le importa sobremanera su imagen y está dispuesta a renuncias y a pactos. Te sorprendería cuánto le importa, aunque no sea famosa, aunque sean empresarios anónimos para la mayoría, por ejemplo, para quienes ven televisión y leen prensa, ellos saben que en seguida dejarían de serlo, anónimos. Está muy extendido ese pánico tuyo, el pánico narrativo, o esa repugnancia, así la llamaste, todo el mundo está convencido de poder tener una historia o de constituir su posible materia, basta con que alguien la cuente, con que decida contarla. Y en efecto, nada es tan simple como sacar del anonimato a una persona. Muchos individuos luchan y se desviven por salir de él ellos mismos, ya sabes, ofrecen su cotidianidad en Internet, veinticuatro horas, maquinan escándalos o estafas sonadas, intentan tirarse a una celebridad aunque sea la más fea, se inventan chismes disparatados para que los inviten a relatarlos en el más mísero y recóndito programa de madrugada, buscan el contagio indirecto de cualquier fama ajena aunque sea nefasta, o se pelean en el estudio de televisión y se insultan, y procuran hacerse estúpidas e inanes fotos en compañía de un actor, un futbolista, un cantante, un millonario, un político, un miembro de la realeza, una modelo. Hasta se cargan a un conocido o desconocido de manera truculenta o enrevesada, especialmente cruel o llamativa o escalofriante, el crío mata a un niño más pequeño, el adolescente a sus padres, la jovenzuela a una compañera más débil, el adulto monta una escabechina en un sitio público o manda en secreto a siete al otro barrio, uno tras otro, a la espera de ser por fin descubierto y provocar asombro. Porque eso está al alcance de cualquiera, matar a alguien, al alcance del mayor tonto. Y no saben que les bastaría con seguir con sus vidas y que alguien les encontrara la gracia y adoptara el punto de vista apropiado y entonces decidiese contarlas, o por lo menos interesarse y hacerles caso. Con que alguien viera en ellas un elemento vergonzoso u ocultable, una lacra o una anomalía. Y eso en el fondo no es tan difícil, Jack, porque todos encerramos alguna, sin ni siquiera saberlo a veces o sin saber señalarla. Dependemos del que nos mira. Y lo peor que puede pasarle a la gente es que no la mire nadie. La gente no lo soporta y languidece por eso. Hay gente que se muere de eso, o que por eso mata.