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– ¿Y eso? -le pregunté nervioso. No era sospechoso, los nervios podían deberse al encarnizamiento que acababa de contemplar, sin sonido por suerte-. ¿Por qué? ¿A qué se dedica, qué les había hecho a esos tipos?

– Tenía muchas deudas de juego, y ya sabes lo que pasa a veces con eso. Nunca te las perdonan, según con quiénes las contraigas.

'Está disimulando', pensé, 'me lo cuenta como si yo no supiera, cuando debe de suponer que sé bastante. Me está probando. Quiere ver si me derrumbo y confieso o si me hago de nuevas hasta el final, sin soltar prenda. Querrá ver cómo me comporto cuando se me coge en falta.'

– ¿De cuándo es este vídeo, cuándo fue esto?

– Relativamente reciente -contestó-. Hará un par de meses o menos.

– ¿Lo sabe Patricia? Quiero decir, ¿ha visto esto?

Ella no me había contado nada, quizá por el absoluto fracaso de mi favor o de mi fingimiento: para qué darme la mala noticia que al fin y al cabo no me atañía, o hacerme sentir responsable, para qué más mezclarme. Tampoco me había informado de lo contrario, es decir, de que todo hubiera salido bien y la deuda estuviera zanjada, gracias a mis oficios en parte. Pero nunca se me había ocurrido que tuviera que hacerlo, de haber sido ese el resultado, y yo no había vuelto a preguntarle, una vez es una vez y eso hay que respetarlo, la primera no da pie a una segunda, de lo que sea, en contra de lo que muchos creen.

Tupra rió de nuevo como con una tos seca, eso indicaba sarcasmo o incredulidad ante lo que oía.

– No, cómo va a haberlo visto, por quién me tomas. Ya tuvo bastante con lo que llegó a ver en el hospital. El padre se pasó allí una buena temporada, no sé si ha salido hace nada, y aún está por ver cómo se queda, ya lo ves, tiene sus años, de algo así no se recuperará del todo, lo batieron bien, al pobre diablo.

Sí, allí estaba el pobre padre de la joven Pérez Nuix, al que ella querría tanto, congelado ante mis ojos en su más triste momento, los suyos semicerrados, la poca expresión que tenían era de desengaño, como si nunca hubiera esperado del mundo algo tan feroz en su carne, él era un hombre liviano que se aburría en el sufrimiento, me sentía culpable de lo que le habían hecho y esa era una de mis vergüenzas varias, quizá no había sido convincente al opinar sobre Incompara, se hace difícil mentir cuando uno no presta a su mentira ni el menor asomo de crédito, debía haberme esforzado más, haberle insistido a Tupra y haber suscrito mis palabras con mi pensamiento para convertirlas así en veraces, o quizá no era fallo mío y él había visto lo que había visto, que además era evidente: que aquel Vanni Incompara no era de fiar en nada y encima era un despiadado, Pérez Nuix lo habría captado pero habría necesitado engañarse, es lo que necesitamos todos, hasta los que tenemos el don, los más dotados, cuando la visión nos afecta y nos resulta insoportable. Tal vez había sido una empresa imposible, la de persuadir de lo contrario a mi jefe, que ahora me pasaba este vídeo con qué propósito, o era pura coincidencia y no lo había, al fin y al cabo yo podía haberme callado mi comentario y entonces él no habría detenido la escena, la habría dejado correr sin referirse a ella y sin contarme quién era la víctima. 'Y en cambio parece que me esté diciendo: "Mira bien, no me engañaste, mira en qué paró tu tentativa, Iago, no fraguó tu acción taimada y no hice caso de tus insidias, no tragué a tu recomendado y así no le permití acercarse, él montó en mayor cólera por causa de tus expectativas falsas, más habría valido mil veces que no se las hubieras creado, puede que entonces hubiera sido más magnánimo con ese viejo alegre y distinguido, compatriota tuyo, que le hubiera mandado un esbirro tan sólo y no cuatro, o con cortas porras de goma y no con largos y duros tacos, o que hubiera zanjado el asunto de otra forma, sin ira ni violencia acaso. Metiste la pata y me subestimaste, creíste poder confundirme y para eso te falta mucho. Te falta la vida entera". También puede ser que no esté diciéndome nada.'

– ¿Y cómo no lo impediste, siendo el padre de Patricia? -Yo seguí haciéndome el loco, los caminos hay que andarlos hasta que los cortan mar, desierto, selva, precipicio o muro-. No irás a decirme que no estabas al tanto; que la cámara que rodó esto estaba allí por casualidad, que no tuviste nada que ver y compraste la grabación en el mercado. Mucha coincidencia, ¿no?, el padre de una compañera vapuleado.

Pero Tupra no se inmutó, o eso supuse. Yo seguía dándole la espalda, prefería no ver su expresión a cambio de que él no viera la mía. Su voz sonó tranquila:

– Claro que no fue coincidencia. Precisamente por atañer a una compañera nos la trajeron, nos la ofrecieron. Pensaron que podría interesarnos, para saber de sus puntos flacos o para tomar represalias contra los agresores. No te creas que nos contamos mucho de nuestros problemas personales, en el grupo. Pat no cuenta casi nada. De no ser por esto, yo me habría enterado tan sólo a medias. Ella sólo me dijo que su padre había sufrido un accidente y estaba hospitalizado. No solemos mezclar, tú ya lo has visto.

– ¿Y no las habéis tomado, represalias? ¿Tampoco en este caso habéis tomado medidas? ¿Y por qué guardas la cinta?

– Aquí nada se tira, ya te lo he dicho, no se entrega ni se destruye nada, y esta paliza está aquí a buen recaudo, no es para que la vea nadie. Tal vez un día convenga enseñársela a Pat, eso sí, quién sabe, para convencerla de algo, de que se quede, de que no se nos vaya, nunca se sabe. Represalias, de momento no vale la pena, esos cuatro no son nadie, hacen esto como otras cien cosas para cien amos distintos, y ya caen solos de vez en cuando sin necesidad de ir por ellos, están hechos a la cárcel. En cuanto a los que están detrás, es mejor esperar, como tantas veces, a una mayor utilidad futura, ya te lo he explicado.

– ¿Era esto lo que querías que viera? -Sabía que no, de haberlo sido no lo habría pasado acelerado, arriesgándose a que yo no hablara nada y así no le diera oportunidad de ilustrarme. Aún le quedaba más veneno por inocularme, o más tormento al que someterme.

– No, no es esto. Venga, sigamos.

Y volvieron a aparecer más escenas veloces aunque no demasiado, mudas, seguía pudiendo ver lo principal de ellas, vi cómo un hombre le chillaba a otro metido en un coche, en un garaje, quiero decir uno particular, no un estacionamiento público, le chillaba de pie inclinado, con un codo sobre la ventanilla abierta que le impediría al otro subirla, las dos caras tan juntas que le debía de arrojar saliva, vi cómo sacaba una pistola de su chaqueta, un movimiento muy rápido, y apoyaba el cañón bajo el lóbulo de la oreja de su adversario o de su abroncado, vi cómo no tardaba ni tres segundos más en apretar el gatillo y dispararle allí bajo el lóbulo, a quemarropa. Me llevé la mano a los ojos, para verlo sólo entre los dedos, es una estupidez, vi saltar sangre y pequeños huesos, pero así cree uno ver menos o dejar de ver en cualquier instante, aunque no llegue ese instante porque los dedos no se cierran nunca del todo. La sangre salpicó al asesino, eso no pareció importarle, tendría una ducha cerca o en su coche otra camisa, otro traje, o acaso era aquel su garaje, el de su casa, se dio media vuelta y salió de cuadro volviéndose la pistola al bolsillo, fue una secuencia muy breve, por el tipo de pantalones -un poco cortos y estrechos, grises pero brillantosos- habría dicho que era americano, para que Tupra conservara el vídeo debía de ser de la CÍA o algo así, del Ejército, me abstuve de hacer preguntas, quizá estaba ahora en su cúpula, quién sabía nada, lo sabría Reresby.