Y en resumen, tuve miedo ('Ojalá pudiera olvidar lo que he sido o no recordar lo que debo ser ahora'). Miedo de Manoia y miedo de Tupra y también vagamente de mí mismo, que me mezclaba con ellos ('Sí, ojalá pudiera no recordarlo, lo que debo ser ahora'). Tupra detuvo la imagen, la congeló con el mando, ya me había inoculado hasta la última gota de su veneno y además por los ojos, como dicta la etimología. Supe que la había parado porque dejé de oír sonido. Los abrí, me atreví a mirar, por suerte el momento helado era uno en que la espalda de Manoia tapaba la cara del hombre ya ciego.
– Has visto bastante -dijo Tupra-, aunque la escena aún no termina: nuestro amigo insulta algo más a su víctima y a continuación la degüella, te ahorraré ver eso, es mucha sangre. Así que él podía haberse ahorrado a su vez lo que has visto, ¿por qué añadiría ese sufrimiento previo a quien iba a matar de todas formas, a los pocos segundos? -Esto lo dijo sinceramente intrigado y como deplorándolo, y como si a ese porqué le hubiera dado ya muchas vueltas sin jamás penetrarlo-. No lo comprendo, ¿y tú? Jack, ¿lo comprendes? Jack.
Me había quedado callado, durante unos momentos no quería articular palabra porque temía que si hablaba me desmoronaría y se me quebraría la voz, y hasta llorar podía, y eso no debía suceder bajo ningún concepto, me lo tenía prohibido allí y entonces. Apreté las mandíbulas, las seguí apretando, y al cabo me sentí con aplomo para contestarle con lo que quiso ser una imitación de sarcasmo:
– Habérselo preguntado. Has perdido tu oportunidad. Has tenido toda la noche para averiguarlo. -Me pareció que eso lo desconcertaba un poco, no debía de esperarse esta salida. Añadí-: Quizá aún no lo sabía, cuando le hizo lo otro, que iba a matarlo. Quizá no lo había decidido. A veces la furia no se va con el primer castigo, y hay que ir más allá para satisfacerla. Quizá ya no le quedaba sino matarlo. Hay a quienes ni siquiera eso les basta, e intentan matar dos veces, matar al muerto inútilmente. Mutilan el cadáver o profanan la tumba, y lamentan haber matado por no poder volver a hacerlo. Sucedió mucho en nuestra Guerra Civil. Sucede ahora con ETA, a la que una vez no satisface. -Y luego insistí en lo primero-: Pero a mí qué me cuentas, es amigo tuyo, habérselo preguntado.
Tupra encendió un cigarrillo nuevo, oí el sonido del mechero, todavía no lo miraba. Paró el DVD del todo, se levantó, sacó el disco, se quedó en pie ante mí, sosteniéndolo delicadamente entre los dedos, dijo:
– Oh no, Manoia no sabe que tengo esta grabación, no tiene ni idea. Bueno, supondrá que algo tengo relativo a él, pero no sabe qué. Ni se le ocurrirá que sea esto. En todo caso, ya ves, es probable que le haya salvado la vida a ese imbécil, a ese Garza. En vez de enfadarte conmigo, deberías dar gracias de que yo me haya encargado de su castigo, por seguir con tu palabra. No se habría ido sin uno, eso es seguro.
Hacía rato que sabía por dónde iba, 'Fue necesario y evité así un mal mayor, o eso creía; maté a uno para que no mataran a diez, a diez para que no cayeran cien, a cien para salvar a mil’, y así hasta el infinito, la vieja excusa que tantos llevarían siglos preparando y elaborando en sus sepulturas cristianas y no cristianas, a la espera del Juicio que no llegaba, cuantos aún creían en ese Juicio en la hora de su partida, casi todos los asesinos de la larga historia, y los instigadores. Pero yo no quería hacerle ahora reproches, sino mantenerme entero, no lo estaba, cuánto no habría dado por mostrarme indiferente. Probé con una pregunta verdadera, es decir, con una que le querría haber hecho de todas formas, también cuando estuviera entero.
– Si él supone que tienes algo y además tienes nada menos que esto, ¿cómo es que te he visto con pies de plomo durante toda la velada? Parecía que quisieras agradarle tú a él, no exigirle. Por lo que me has explicado, estas grabaciones os sirven sobre todo para conseguir concesiones sin problemas ni resistencias y hacer chantajes, pero he tenido la impresión de que no te resultaba fácil convencerlo de lo que quisiera que fuese, o sacarle lo que intentaras sacarle.
Tupra me miró entre levemente divertido y levemente irritado. Yo aún no me había movido del pouf, así que me miró desde arriba.
– ¿Quién te ha dicho que él no tiene otra grabación de nosotros? La ventaja puede perderse, quedar anulada en esos casos. -Dijo 'de nosotros', no 'de mí', pensé que podía ser de Rendel o de Mulryan, aunque a éste lo veía muy cauto, era incapaz de imaginar a Pérez Nuix comportándose como Manoia en aquel establo. O de Tupra, por supuesto, o de alguien por encima de todos ellos o de todos nosotros, yo también ya era 'nosotros', O un vídeo comprometedor de otra índole, no equivalente, no equiparable, no tan atroz, ojalá no lo fuera. Lo que había visto en el de Sicilia era repugnante, también en los de Ciudad Juárez y otros sitios, se me haría imposible olvidarlo, o lo que habría sido más deseable, borrarlo: como si jamás hubiera existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, ni pasado ante mis ojos.
– Eso era en Sicilia, ¿no? -le pregunté entonces; empleé un tono técnico, es el que más ayuda cuando uno está a punto de derrumbarse.
– Muy bien, Jack, siempre mejorando -contestó él, e hizo amago de aplaudirme, no pudo con el disco entre unos dedos y el cigarrillo entre otros-. ¿Qué te lo ha dicho, la canción, la lengua o las dos cosas?
– Las tres. También el tipo con la lupara. No tiene mérito. -Supuse que conocería el término, aunque no supiera italiano. Me equivoqué, me extrañó.
– ¿La qué?
– La lupara. -Y se lo deletreé en inglés-. Así llaman allí a la escopeta de dos cañones.
– Vaya, sí que sabes. -Quizá sí le estaba molestando que lograra aparentar entereza; tras tanto taparme la vista, debía de haber estado seguro de que me vendría del todo abajo, al ver al hombre con quien había compartido cena y copas, cuya mano había estrechado, con cuya mujer había bailado, sacándole los ojos a alguien. Y claro que me había hundido, me sentía tembloroso por dentro y quería de una vez largarme, pero no le tocaba a Tupra contemplarlo, aquella noche ya me había atormentado bastante y no estaba dispuesto a darle más gusto. Flavia no tendría ni idea de la faceta cruel de su marido, es asombroso cómo los rostros más queridos no los conocemos hoy, ni ayer, y mañana ya no digamos.