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A De la Garza le habría sido imposible ocultar su estado a sus superiores y compañeros y habría tenido que justificar su baja, así que habría contado eso, quizá que unos tipos rudos lo provocaron, o que salió en defensa de una dama (a los ofensores de damas les gusta pasar por lo contrario: aún recordaba su frase 'Las mujeres son todas putas, y las más guapas las españolas'), o que alguien había insultado a España y a él no le quedó más remedio que ponerse bravo y fajarse, me dio curiosidad saber qué fantasía habría inventado para salir algo airoso del episodio (airoso según su criterio y en el relato tan sólo, era evidente que lo habían tundido): 'A mí me dejaron mullido, sí, pero no sabéis la somanta de hostias que se llevaron ellos, los clapé de lo lindo', se habría pavoneado, siempre mezclando lo zafio y lo rancio, como tantos de nuestros escritores pasados y presentes, qué plaga. Sólo la antipatía que se le profesaría en su entorno podía explicar lo de 'tal vez merecido', era un tanto impropio, seguramente al corresponsal le habría caído una reprimenda, por opinatorio. Me divirtió imaginarme como un tipo camorrista y rudo, y al menos me enteré de que Tupra había acertado, le había diagnosticado allí mismo, en el lavabo, dos costillas rotas, tres, a lo sumo cuatro, quizá era de los que calculaban el efecto de cada golpe y de cada corte, según el lugar escogido y la fuerza con que los dieran, como cirujanos o matarifes, quizá tenía experiencia y había aprendido a medir la intensidad y la hondura y nunca se le iba la mano, sabía exactamente cuánto daño infligía y procuraba no excederse, si eso no entraba en sus planes. Con él más valdría no pelearse, quiero decir físicamente.

Así que lo dejé correr un tiempo, prefería llamar a De la Garza o ir a verlo cuando estuviera más recuperado y se le hubieran aplacado un poco el rencor y el susto; y el miedo, lo más profundo. Por lo que supe nos había obedecido, a Tupra y a mí, nos había hecho caso: ni siquiera le había ido con el cuento a Wheeler, ni a su influyente padre de ya menguante influencia, Don Pablo. A aquél hacía bastante que yo no lo visitaba, pero seguía hablando con él por teléfono cada diez o quince días, conversaciones encantadoras y estimulantes, como casi siempre, pero más bien rutinarias. Una vez le mencioné despreocupadamente a Rafita y me atajó en seguida: 'Oh, ¿no te has enterado de lo que le sucedió? Algo terrible, le dieron una paliza en toda regla y todavía está en el hospital, creo. No lo sé por él directamente, aún no está para hablar con nadie, sino por gente de la Embajada y por su padre, que vino a Londres para acompañarlo y cuidarlo en los primeros días, estuvo con él todo el tiempo, ni siquiera pudo desplazarse a Oxford, y como yo ya no me muevo, ni pudimos vernos'. 'Vaya por Dios, ¿y cómo fue eso?', le pregunté hipócritamente. 'No lo sé bien', me respondió. 'Debía de estar borracho y al parecer se ha desdicho de sus explicaciones un par de veces, se ha contradicho, lo mismo ni él lo sabe a ciencia cierta, o no lo recuerda por los vapores, ya viste cómo le daba a la frasca, en seguida hizo amistad con Lord Rymer aquí en casa, ¿te acuerdas? Se pasaría de impertinente, supongo, con ese léxico grosero y para mí incomprensible que le da por emplear a veces, por lo visto fueron compatriotas suyos, es decir, vuestros, quienes le zurraron la badana en el cuarto de baño de una discoteca, como si hubieran quedado allí para pegarse, suena a cosa de colegiales, ya le cuadra. Pero lo cierto es que lo machacaron, eso no fue cosa de niños, le rompieron varios huesos fundamentales. En el lavabo de los discapacitados, por cierto: todo un augurio.' Wheeler no podía evitar verle un lado cómico a casi todo, así que añadió con malicia leve (me imaginé fácilmente la sonrisa ocular en su rostro): 'Ahora creo que es pura escayola. Algunos enfermos lo atisban desde el pasillo y lo confunden con la Momia'. Y ya siguió con otro asunto, relativo a la peculiar expresión que había intercalado en español, obviamente: '¿Aún decís eso, "zurrar la badana", o resulta muy anticuado? A propósito, nunca he sabido qué significaba "badana", ¿tú tienes idea?'. Me di cuenta de que no tenía ni zorra, una vergüenza semejante a la que me hacían pasar mis alumnos oxonienses tantos años atrás, cuando me veía obligado a mentirles en clase ante sus preguntas malintencionadas y a improvisar etimologías descabelladas y falsas de las que tomaban nota seriamente. 'El español es una lengua, mucho más que el inglés y que otras, en la que con frecuencia ignoráis lo que estáis diciendo', continuó Sir Peter, 'y sin embargo lo decís todo con gran ufanía y desparpajo: ¿qué diablos significa "joder la marrana", por ejemplo? Quiero decir literalmente. ¿O "a pie juntillas" (hay autores ignorantes que escriben "a pies juntillas", lo he observado, y no sé ahora, pero antes no estaba admitido)? ¿O "a pie enjuto", o "a dos velas", o "caérsele los anillos"? Los anillos nunca se caen, al contrario, cuesta quitárselos. ¿Y por qué llamáis "manzanas" a los bloques de edificios entre calles? Al parecer nadie lo sabe, se lo he preguntado hasta a miembros de la Real Academia Española y todos se encogen de hombros sin preocuparse ni avergonzarse. Hmm, "manzanas", ¿no es absurdo? No hay ninguna semejanza con la fruta, ni siquiera a vista de pájaro… ¿Y por qué hacéis ese gesto raro que equivale precisamente a "a dos velas"? Os lleváis dos dedos a las fosas nasales y los bajáis hasta el labio superior, es muy extraño, no veo la relación con nada. Habláis mucho con ademanes y gestos y la mayoría no tienen sentido, son poco transparentes, a menudo incoherentes con su significado, como ese de apoyar los dedos tiesos sobre la palma vertical de la otra mano, ¿sabes cuál digo?, te lo haría si me estuvieras viendo, no te veo ya nunca, vienes poco, ¿Tupra te explota o es que tienes novia?, creo que con él se indica "Corta, no sigas", ¿o es quizá "Vamonos"…?'

Wheeler era incansable con las cuestiones lingüísticas y los modismos, se detenía y demoraba en ellos y se olvidaba del resto momentáneamente, y yo, como supe desde que por primera vez di clases de traducción y de español allí en Oxford, tenía un profundo desconocimiento de mi lengua, algo por lo demás no muy grave, que

comparten conmigo casi todos mis compattiotas y andan tan frescos. Empezaba a pensar que a veces se le iba un poco la cabeza como se le iba el habla. No de la misma manera, no es que se quedara en blanco, en absoluto, y tampoco que desvariara o se hiciera líos, sino que divagaba algo más de la cuenta y no escuchaba con las mismas alacridad y atención con que lo había hecho siempre, como si lo exterior le interesara menos y lo interior le ganara terreno, sus disquisiciones, sus cavilaciones, su pensamiento insistente como suele serlo el de los viejos, tal vez sus recuerdos aunque éstos no fuera muy propicio a contarlos ni a compartirlos, pero quizá sí a rememorarlos mentalmente, a ordenarlos, a desplegarlos ante sí mismo y explicárselos y sopesarlos, o acaso era sólo a colocarlos bien rectos y a contemplarlos, como quien da unos pasos atrás y mira su biblioteca o sus cuadros o sus alineados soldaditos de plomo si los colecciona, lo que se ha acumulado y dispuesto a lo largo de una vida entera, seguramente sin más propósito que ese -y ese se encuentra-, el de retroceder y mirarlos.