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– ¿Listos? -dice con más entusiasmo del que muestra cualquiera de los participantes, exceptuando a Bryony-. Escuchad atentamente. Número uno.

Se pregunta si Mad le dio la hoja equivocada, pero luego comprueba que las cuestiones sobre literatura están destinadas al grupo de edad al que está preguntando. También hay preguntas sobre grupos musicales, que responden todos los niños, y de deportes, que provocan una guerra de abucheos y cánticos cuando se refieren al Liverpool o al Manchester. El error de Mad parece haber sido poner demasiadas preguntas sobre libros, pues solamente Bryony intenta contestarlas todas. Los chicos que querían pasar por mayores se cargan sus papeles y los lanzan por ahí junto con sus lápices antes de irse a curiosear por la sección más cercana. Agnes está repitiendo la pregunta literaria por si acaso alguno de los oponentes de Bryony quiera hacer una conjetura tardía, cuando los chicos comienzan a competir en ver cuál grita más. La mayoría de las palabras que dicen tienen dos únicas sílabas, pero las más largas son como mínimo igual de malsonantes.

– Disculpad, ¿podéis dejar de hacer eso? -grita, rodeando a toda prisa la estantería.

– No nos grites -dice el larguirucho con suficiencia-. Solo estamos leyendo tu libro.

Es imposible, están en Textos Diminutos.

– No lo creo -dice Agnes-. Dádmelo inmediatamente, por favor.

El niño está deseoso de hacerlo, y al momento descubre por qué. En las páginas de la izquierda hay una imagen y en las de la derecha una única palabra para definirla, pero las palabras han sido tachadas y sustituidas por garabatos en mayúsculas que forman los términos que los niños estaban gritando. Bryony la ha seguido y Agnes toma una rápida decisión.

– Bryony, te confío esto para que se lo lleves a tu mamá, no mires dentro. Dame tu hoja de respuestas para que no se estropee. Dile a mamá que el libro está garabateado.

Bryony abraza el libro contra su pecho, dirigiéndose al mostrador para buscar a Jill, pero está a medio camino del pasillo de Religión cuando un hombre la aborda.

– Eso es un poco infantil para ti, ¿no? Más que un poco. ¿Qué interés tiene? Vamos, puedes enseñármelo.

– Se supone que debo llevárselo a mamá, papi.

Agnes se está enfrentando a los chicos.

– Ahora decidme la verdad. ¿Escribisteis todo eso, verdad?

– No lo hicimos -protesta el larguirucho-. Estaba en el suelo.

– Ni siquiera tenemos boli.

– Regístranos si no nos crees.

– De todos modos no se te permite tocarnos. Además, nunca tendría un boli. No sabe escribir.

– Ni tú tampoco.

– No he dicho que supiera.

– Deja de decir que yo no sé, entonces.

Todo esto lo dicen sazonándolo con algunas de las palabras que gritaban antes, junto a una selección de las otras que estaban diciendo justo antes de eso. Agnes les ha dicho ya dos veces que es suficiente cuando Jake aparece trotando, agachando su ancho y regordete rostro plagado de pecas y parpadeando con unas pestañas que Agnes estaría orgullosa de poseer.

– Seamos educados, chicos -les sugiere-. Hay señoras delante. Y también otros chicos.

El dúo le mira boquiabierto.

– ¿Por qué hablas así? ¿Eres maricón? -es más o menos la respuesta del chico larguirucho.

– Eso es lo que soy, y estoy orgulloso de ello. Eso es todo, me temo. Fuera de aquí hasta que aprendáis a comportaros.

Los chicos miran las manos que ha alargado para cogerlos.

– Aparta tus sucias pezuñas -advierte el rechoncho, y Agnes sospecha que ha debido de oírselo a su madre, si no fuera por una palabra de más, pero quizá eso también.

– Diremos que intentaste tocarnos, sucio pedófilo -añade el larguirucho, entre otras cosas.

Agnes se mete las respuestas de Bryony en el bolsillo del vestido y agarra a los dos chicos por los hombros.

– No tendrá mucha lógica decir eso sobre mí, ¿verdad? Vamos, o…

Los chicos se escapan de su agarre y enfilan hacia Psicología.

– Nos has tocado. Te la has cargado -grita uno con alguna otra lindeza añadida, mientras tiran libros de los estantes superiores en su huida. Jake corre tras ellos, saltando sobre Jung, pero ya han salido de la tienda; se supone que los empleados no deben perseguir a los maleantes fuera de las instalaciones, pues Textos no está asegurado contra nada de lo que pueda suceder después, así que Jake vuelve renqueando junto a Agnes.

– Los pondré como una vela -dice Jake.

Una madre observa la escena con recelo. Mientras Jake recoloca los libros, como si fueran pájaros caídos del cielo y se sintiera responsable por ellos, Agnes coge las hojas de respuestas de los chicos. Su único contenido son dibujos que se avergonzaría de ver en cualquier pared de la calle. Se los mete en el bolsillo de donde ha sacado la hoja de Bryony y recoge el resto. Bryony los ha ganado a todos por una docena de respuestas y vuelve a tiempo para verlo.

– Esta jovencita es la ganadora -dice Agnes, mostrando la prueba.

Los otros poco a poco van encontrando a sus padres. Está a punto de llevar a Bryony a que recoja su premio cuando Woody aparece por la puerta de la sala de empleados.

– ¿Por qué ibas tras esos chicos, Jake?

La madre de antes hace oír su aprobación tácita a la pregunta, al tiempo que Jake muestra un libro de texto con el lomo roto.

– Tenían la boca muy sucia -responde-. Los perseguí hasta la salida y esta es su venganza.

– Hay demasiados daños en esta tienda.

Woody suena tan acusador que no es sorprendente que Jake evite mostrarle el resto de volúmenes destruidos. Agnes está deseando que la reyerta acabe, pero en ese instante, la madre arrastra a su joven hija hasta Woody.

– ¿Es usted el encargado? -pregunta.

– Ese soy yo, señora. ¿En qué puedo ayudarla?

– Creíamos que habría un concurso.

– Tengo entendido que tuvimos uno. Siento si se lo ha perdido, pero estoy seguro de que volverá a…

Otra mujer de rostro incluso más severo lleva a un hijo colgado de cada brazo.

– ¿No se supone que no debe dejar a los empleados o a sus familiares concursar?

– No creo que la tienda tenga una política específica al respecto, pero creo que…

– Entonces debería -objeta, y mueve a sus hijos como si fueran los muñecos de un ventrílocuo-. Decidle lo que me habéis contado.

Los tres niños comienzan a gritar, pero la voz aguda de la otra niña triunfa sobre el resto.

– La madre de la que ha ganado trabaja aquí.

– Y dices que la organizadora cogió sus respuestas y las escondió, ¿verdad? -apunta su madre.

– No escondía las preguntas, estaba cuidándolas mientras Bryony era tan amable de llevar un libro estropeado al mostrador -dice Agnes para protegerse tanto a sí misma como a Bryony.

– ¿Más libros dañados? Dios santo -dice Woody, frunciendo el ceño en dirección a Jake.

– Apuesto a que eran libros a su cargo -murmura la madre de los chicos señalando a Agnes.

– Lo siento si ha habido un malentendido -se disculpa Woody, y Agnes supone que está a punto de defenderla hasta el momento en que añade-: Si tienen la amabilidad de llevar a sus hijos al mostrador, todos ellos tendrán su premio. Eso incluye a cualquiera que participara en este concurso.

Al tiempo que las madres y su poca meritoria parentela se dirigen al mostrador, Woody se acerca a Jake.

– Quizá podrías intentar no ser tan obvio cerca de los niños -dice en voz baja.

– Más hetero, quieres decir.

– Eso que dices no tiene razón de ser, ¿no crees? Tenemos una política de igualdad de oportunidades.

– Al menos intentaré ser más discreto, ¿mejor así, no? -espeta Jake, y dándose una última satisfacción, añade en un tono más alto-: Por cierto, no me van los niños.

Woody le mira durante un momento antes de seguir a la comitiva hasta el mostrador, y Agnes vuelve a ser consciente de la presencia de la hija de Jill.