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– Ven conmigo, Bryony. Sigues siendo la ganadora. Asegurémonos de que obtienes tu premio.

Jill está teniendo algunos problemas repartiendo cupones mientras Woody observa. Quizá esté distraída por ver a su ex marido y a Connie en la sección de Erotismo.

– No me lo digas, me acuerdo yo sola -le está diciendo Connie-. Oriente/Occidente, ahí es donde trabajas.

– Y estuviste en la fiesta en la que fuimos todos de cuero.

– Guárdame el secreto -murmura, tocando con un dedo los labios de él y con otro los propios-. Bueno, ¿puedo ayudarte en algo?

– He venido a recoger a una niña pequeña, en cuanto acabe de reclamar su premio.

– Una niña con suerte.

Agnes observa como Jill se está conteniendo para no explotar e intenta distraerla.

– No te olvides de Bryony, Jill -es todo lo que puede salir de su mente, repentinamente lenta en el procesado de ideas.

– Tendrás que esperar tu turno, Bryony, como el resto.

– Eso iba a hacer -se siente obligada a puntualizar Agnes, validándose en una caja. Está aplacando a una de las madres con un cupón cuando otra, la de los dos chicos, se dirige a Woody:

– ¿Tendremos que volver?

– No, a menos que lo deseen, señora. Esperemos que lo haga.

– Su empleada parece no querer darnos los premios.

Jill no levanta su feroz mirada de la caja registradora.

– A esto le pasa algo.

Cuando Agnes mira, no ve ningún símbolo reconocible en la pantalla de Jill, solo aparecen fragmentos, como delgados huesecillos esparcidos por todas partes. Quizá es porque la está mirando desde un ángulo lateral, porque Woody cancela la transacción y consigue rápidamente asignar los cupones.

– ¿Podemos pillar vídeos? -pregunta un chico.

– Nuestros cupones son válidos para todo lo que vendemos, señora.

– No leen mucho -confiesa la madre.

– Jamás lo hubiéramos imaginado, ¿verdad, mami? -dice Bryony en voz no demasiado baja.

Jill sonríe levemente, pero el silencio de Woody es tan espeso como la niebla de afuera. Le da el cupón de Bryony a su madre, al tiempo que Connie enfila hacia arriba, dejando al padre de Bryony a su suerte en el mostrador.

– Llevaré a Bryony a que elija su premio, ¿de acuerdo?-le sugiere a Jill su ex.

– Estoy segura de que es muy capaz de elegir por sí misma.

– Estaré con ella de todas formas, me hace sentir necesitada -dice, volviendo los intensos ojos marrones hacia su hija, que toma su mano.

– Si hay algo que necesites recordar, házmelo saber -dice Woody mientras Jill los observa retirarse a la zona opuesta de la tienda.

– No se me ocurre nada.

Woody respira profundamente, es algo parecido a un suspiro haciendo el camino inverso.

– No discutir con los clientes en público sería una. Casi nos demandan por eso en Florida.

A Agnes le sorprende el hecho de que esté reprendiendo a Jill en público. Al parecer se da cuenta, pues el tono de su voz cae en picado.

– Rutinas de mostrador -consigue apenas articular.

– La caja estaba jugándonos una mala pasada.

– Ya lo sabemos para otra vez. Sí, Agnes, Anyes. ¿Estabas esperando algo?

– Pensé que querrías ver esto -dice, pasándole el libro garabateado del cajón de libros defectuosos bajo el mostrador.

Agacha la cabeza al ver la primera página. Cuando habla parece estar dirigiéndose a las entrañas del libro.

– Necesitamos tener una actitud mucho más vigilante.

– Me pregunto si el que lo hizo también garabateó en otros.

– Madeleine puede comprobarlo mientras tú acabas con tu sección.

Agnes no quiere darle más tarea a Jill. Bryony y su padre están volviendo al mostrador, y los llama con un gesto para evitar que Jill se busque más problemas. Bryony le entrega un libro de poemas de la sección de Adolescentes.

– Has sido rápida -comenta Agnes.

– Mi papá me va a llevar a comer a Chester y luego al zoo.

– Quizá veas algunos rituales de apareamiento -dice Jill-. Te reirás al ver lo que hacen los animales cuando se encuentran.

– No creo que estemos en la temporada -dice el padre de Bryony.

– Algunos parecen estar calientes todo el año.

Woody emite un sonido a medio camino entre un gruñido y una tos, pero solo Bryony lo mira. La caja que usa Agnes reacciona muy lentamente, o quizá es el tiempo el que transcurre despacio. La máquina se demora en regurgitar el cupón usado para que pueda guardarlo en el cajón; los datos pasan por la pantalla a la velocidad de un objeto flotando en el barro. Está a punto de comentárselo a Woody cuando la caja escupe un recibo. Lo guarda en la bolsa de Textos que le tiende a Bryony.

– La traeré de vuelta el domingo a la hora de la cena -le dicen a Jill.

– Te estaré esperando, Bryony. Duerme bien. Piensa que eres alguien especial -dice Jill, y encara a Woody, desafiándole a decir algo.

Agnes va de camino a su estantería, Woody la sigue.

– ¿Anyes? ¿Alguna llamada? -la aborda, y Agnes se vuelve para encontrarse con su mirada impaciente-. ¿Volvió a llamar tu cliente?

– Todavía no.

– No importa, mientras tengas algo listo para él cuando lo haga.

– No quedará decepcionado -responde, ansiosa por convencerse a sí misma tanto como a él.

La conversación completa con su padre se está repitiendo en su cabeza, dejándole poco hueco para los demás pensamientos. Mientras coloca guías de viaje en la repisa, bajo su publicidad de vacaciones invernales, observa a Woody ayudando a Mad a subir las sillas de la sala de empleados, y piensa en lo soleado de los lugares que aparecen en los libros. La mitad de lo que se muestra invita a la gente a visitar países que nunca han visto, pero eso es parte del trabajo. Cuando esté en casa podrá recrearse pensando en las vacaciones pasadas con sus padres. Afuera, la niebla se está acercando a la tienda, y la luz del sol es un mero recuerdo, uno que Agnes decide que no es momento de sacar a colación justo ahora. Los recuerdos no arrojarán luz sobre la grisura que es Fenny Meadows. Los recuerdos hacen a la grisura parecer ansiosa por seguir oscureciéndose.

Wilf

– Niebla de verano.

– ¿Disculpe?

– Niebla de verano, ¿no era? El sueño de una noche de niebla de verano, de Speakshape.

– Ah, ¿es una parodia?

– Casi tanto como tú. ¿Te estás quedando conmigo o realmente no me reconoces? Es muy triste. No deberías olvidar los viejos tiempos.

– Perdone, yo…

– Slater. Espero que pensaras que me parecía a Staler. Fred Slater, y tú eres Lowell. Wilfred Lowell, pero antes firmabas como Wildfred Wellow o alguna mierda parecida, ¿verdad?

Wilf ya lo recuerda. La cara de Slater no ha envejecido mucho en diez años, pero ahora tiene algo más de carne pálida colgando. Todavía abre tanto la boca que al hacerlo el resto de su cara se estira, mientras espera que su víctima pille la broma. Wilf se pregunta si esta vez le pinchará, le dará un manotazo o un puñetazo para conseguir la reacción deseada, como solía hacer cuando sus pupitres estaban el uno junto al otro en la escuela.

– He estado divirtiéndome.

– Nunca pareciste divertirte mucho cuando no sabías deletrear.

– Bueno, pues ahora sí.

– Todos nos hubiéramos reído mucho si nos hubiéramos enterado de que querías trabajar en una librería.

Fred nunca había leído un párrafo más de lo necesario. Era Wilf el que estaba tan hambriento de lectura que se sentía desfallecer, hasta que el tutor de dislexia le enseñó cómo saciar su hambre.

– ¿Y qué es de ti? -dice Wilf-. ¿Qué has hecho con tu vida?

– Quizá oigas algo sobre mí una noche de estas.

– ¿Y por qué iba a hacerlo?

– ¿No te gusta saber de tus viejos amigos?

¿De verdad cree que fue alguna vez su amigo? La amabilidad de Wilf es como una carga pesada sobre el fino hielo, y está a punto de romperlo.