– El grado de crecimiento de las ventas prenavideñas es el peor de todas las tiendas. Las cifras del último fin de semana, ¿lo suponéis?, las peores -anuncia, y la estrechez del surco de sus ojos parece estar buscando culpables, hasta que añade-: Bueno, esto es lo que tenemos que solucionar. ¿Ideas?
Ray ya ha tenido bastante de su papel de hombre recto, y nadie más quiere ocupar su puesto. Woody alza la vista, como buscando ideas en su aplastado pelo al cepillo y se frota la cara, casi ausente de expresión.
– Alguien. Algo -exige-. Hacedme sentir parte de un equipo.
A Jake esto le recuerda a los tiempos de la escuela; se les ha hecho una pregunta que nadie quiere ser el primero en responder, especialmente ya que Ray parece pensar que también debe esperar una respuesta de los demás.
– ¿Podría ser el sitio donde estamos? -se atreve al fin Lorraine.
– Necesito algo más que eso.
– Fenny Meadows. ¿Quién iba a querer venir aquí a no ser que trabaje aquí?
Algunas bocas hacen ademán de abrirse.
– Dime tú por qué no -dice Woody.
– Quizá no lo ven hasta que es demasiado tarde.
– Me estás obligando a trabajar mucho. ¿Demasiado tarde el qué?
– Me refiero a que no ven las señales. Cuando conducía hacia aquí esta mañana casi me pasé del desvío por culpa de la niebla.
– Por eso llegaste tarde entonces -dice Ray.
– Es solo que si trabajas aquí, sabes que estás cerca cuando ves la niebla.
– No tendría mucho sentido para nadie construir aquí si siempre fuera así, ¿no? -protesta Woody-. Hablé con la oficina central, y no había niebla cuando examinaron el lugar el invierno pasado. Sí, entrad, participad.
Tiene la mirada clavada en la puerta del almacén, detrás de Jake, que siente un escalofrío similar a una respiración en la nuca y se vuelve para encontrar la puerta abierta justo lo suficiente para que alguien mire por el hueco. Greg se levanta responsablemente de su silla mientras Woody se acerca rápido para meter la cabeza en el almacén.
– Debe de haber sido un golpe de aire -murmura, frotándose los brazos una vez ha cerrado la puerta. Parece sentirse como si hubiera despertado a todo el mundo cuando dice:
– Bueno, ¿alguien piensa que Lorraine ha identificado uno de los problemas?
– No la bastante gente es consciente de que estamos aquí.
– Eso es, Ray. ¿Se lo habéis dicho a todos los que conocéis?
El murmullo consecuente es por encima de todo el de unas cuantas personas intentando no ser las únicas en quedarse calladas.
– Vamos, equipo -urge Woody-. Me estáis haciendo pensar que no queréis ganar. ¿Quién nos va a animar?
Está haciendo tal parodia de un americano que por un momento Jake no sabe dónde mirar.
– Los padres que conozco y los profesores de mi hija saben dónde trabajo -acaba diciendo Jill.
– Eso es un comienzo. ¿Y tus amigos?
– Ellos son mis amigos.
– Claro, y nosotros también, ¿verdad? Quiero que todos seamos amigos. ¿Qué os parece si no solo les hablamos de la tienda a nuestros amigos, sino a todas las personas que conocemos al menos un poquito?
– A todo el mundo que conozcamos -propone Greg.
Gavin emite un sonido similar a varias eses seguidas.
– ¿Cómo quieres que hagamos eso? Hola, no me conoces y vas a creer que estoy loco o colocado, pero trabajo en Textos y soy la razón por la que deberías venir a echar un vistazo.
– No hace falta hablar. Podríamos llevar algo.
– Quieres que vaya de bares con esto en el cuello -dice Gavin, haciendo ruido con el cordón del que cuelga su tarjeta identificativa de Textos.
– ¿Alguna otra posibilidad? -dice Woody para silenciar el sonido.
– Podríamos llevar nuestras cosas en una mochila de Textos -sugiere Jake y se siente exonerado hasta el momento en el que su nombre suena por encima de su cabeza.
– Jake -dice la voz de Mad-, solo comentarte que tu amigo Sean dice que tiene que irse.
– ¿Puedo contestar? -le pregunta a Woody.
– ¿Tienes razones para hacerlo?
– Podría dejar nuestros folletos en los clubes a los que voy -propone Gavin, salvando a Jake de una reprimenda.
– ¿Por qué no pensáis cada uno en un lugar donde dejar algunos? -sugiere Woody, y luego llama a la oficina-. Connie, ¿pueden darle unas cuantas hojas de eventos a cada uno?
– Pueden, pero… -Saca una hoja de la caja que acaba de abrir-. Esto no te va a gustar -advierte.
– Oye, prefiero una desgracia a la incertidumbre.
– Se nos ha colado un endiablado apóstrofo.
Además de anunciar que Brodie Oates firmará libros, la hoja anima al público a estar atento a la prensa o a llamar para saber de futuras actividades, pero la primera palabra en la que cualquiera repararía está en la parte superior, y es un cincuenta por ciento más grande que las demás: «Texto s». Woody no aparta los ojos de las letras hasta que Connie le acerca bastante la hoja para que la coja.
– Llama a los de la imprenta y diles que deben arreglar esto de inmediato -dice-, y hazles saber que no pagaremos por ello.
– No creo que podamos hacer eso -dice mordiéndose los labios, como queriendo borrarse el color de ellos, pero luego debe añadir-: Tengo la certeza de que comprobé la copia antes de enviarla por correo electrónico, solo que el ordenador debió de pensar en corregirlo sin consultarme. Acabo de mirarlo, y el error está también en el original.
– Bien, vas a hacer esto. Corrígelo e imprime, digamos, un millar que podamos distribuir hasta que tengamos las demás. No tendrán un aspecto profesional, pero al menos saldrán de aquí.
Connie se retira a su oficina cuando Woody añade:
– Espera, veamos si podemos hacer que esto funcione. Antes de que empiece Connie, ¿alguien tiene ideas para organizar algún evento? Aparte del grupo de lectura de Lorraine.
Jake no se encoge de hombros por la pregunta, sino para deshacerse de un súbito escalofrío; una corriente de aire, por supuesto, no la respiración de alguien escondiéndose a su espalda y disfrutando de los problemas de Woody. Sin embargo, Woody clava la mirada en él.
– ¿Conocemos a algún escritor local? -pregunta Ray.
– ¿No hay un como se llame? -dice Gavin apenas ha terminado un bostezo.
– Uno debe de haber, sí -le dice Ray a Woody, como un maestro disculpando a un alumno delante del director.
– El que escribió sobre este lugar -insiste Gavin-. Nosequé Bottomley.
– Bien. Agnes, Anyes, esa es tu sección. Averigua lo que haga falta y díselo a Connie -ordena Woody-. Bueno, tenemos que poner esto en marcha. Os voy a tener alejados de la sala de ventas. Pensad en promociones y eventos y dádselos a Connie a, digamos…, a las tres. Pero todavía hay otra manera de la que espero que podáis ayudar. La jefa y su equipo vendrán dentro de dos semanas desde Nueva York para ver cómo lo llevamos. Vamos a dejar que vean todos los libros en su lugar y tan ordenados como el día previo a la apertura, y ni un solo artículo en el almacén.
– ¿Podemos hacer eso? -pregunta Jill.
– Me alegro de escucharte de nuevo, Jill, y la sencilla respuesta es que voy a pedir a todos que trabajéis la noche anterior al gran día.
– Cuenta conmigo -dice Greg.
– Tendría que ver quién se encarga de Bryony -dice Jill.
– ¿Cobraremos jornada doble? -pregunta Lorraine.
– Jornada y media -dice Woody-. Eso va para todos, incluyéndome a mí. Estaré con vosotros.
Se aclara la garganta, Jake imagina que algo herido, cuando nadie más responde.
– No hay mucha prisa -dice Woody-. Pondré una hoja para que la gente firme cuando tengan claros sus horarios. ¿Ray?
– Me encargaré de ello, no te preocupes.
– No, lo que quiero es que asignes las tareas. Recordad -añade Woody, mirándolos a todos de uno en uno-, cualquier cosa que hagáis por la tienda la hacéis por vosotros mismos. Es la clientela la que mantiene vuestro puesto de trabajo.