Выбрать главу

Cuando se retira a su oficina, Connie ocupa su lugar.

– Un escaparate provocativo, Jill -dice-. Creo que esa es la palabra.

– Así llamará la atención, ¿no crees?

– Y atraerá a los clientes al interior de la tienda. No he visto demasiados tiques todavía. Cuando haga los folletos aseguraos de darle uno a cada cliente, y no estaría mal contarles a quién van a poder conocer.

Jake observa a Greg luchando consigo mismo, por el bien de la tienda, para superar su aversión a la idea. Una risa que parece un estornudo queda atrapada en la nariz de Jake cuando Ray le manda a archivar libros. Es el primero en llegar al almacén, donde una hueca cacofonía de estuches de cintas de casete en la estantería de devoluciones le da la bienvenida; su entrada parece haberles molestado. Las sombras de los esqueletos de los pocos estantes vacíos se agitan casi imperceptiblemente sobre las luces fluorescentes, una de las cuales está suelta y zumba como un torpe insecto. Sus estantes están llenos de novelas románticas; libros con las cubiertas impresas en todos los tonos de color pastel posibles casi rebosan por el borde. Se adueña de un carro cercano al montacargas, del cual por un momento parece creer oír surgir el retumbar de una única palabra, y lo lleva a trompicones hasta sus estanterías. Coge el primer montón de novelas románticas para colocarlas horizontalmente en el carro, y al hacerlo el de detrás se derrumba, esparciéndose por todas direcciones.

– No os estropeéis -suplica, y se las apaña para no tirar ninguno más cuando alarga la mano para recogerlos. Llega con sus dedos al montón más numeroso, y sus yemas se encuentran con un objeto aplastado bajo ellos.

Es tan frío como el muro por el que está reptando. Parece huir de su roce, al tiempo que él mismo recula tan deprisa que otro montón de libros color pastel le cae en el pecho. Debe de haber sido una novela, aunque parecía algo más grande, además de demasiado pegajoso y gordo, y ni siquiera lo bastante plano. Ya no está seguro de qué parte ha imaginado o de qué sonido ha emitido para atraer a Ross al almacén.

– Eso ha sido una mariconada, Jake -bromea-. ¿Estabas pidiendo ayuda?

– ¿Tú qué crees?

– Por aquí hay algunos -le dice mientras coge algunos de los libros sobre el pecho de Jake y le pellizca el pezón, quizá para demostrar que no se siente amenazado-. ¿Cómo has acabado así?

– Se cayó algo por detrás y no pude cogerlo.

– ¿Lo intento?

– Eso sería muy amable por tu parte.

– Ross se echa sobre las estanterías y mete las manos ciegamente, tanto que Jake comienza a temer por su seguridad. Está respirando rápida y torpemente, lo cual parece desconcertar a Ross, y en ese preciso instante aparece Woody.

– ¿Quién estaba armando ese ruido?

– Nadie -objeta Ross y pone la voz una octava más masculina-. Solo hablábamos.

– Tuvimos un momento de pánico -dice Jake-. Ya pasó.

Ross suelta unos pocos libros en el carro.

– Espero que no vueltas a intentar coger tantos a la vez, Jake.

– No estoy seguro de lo que está pasando aquí -dice Woody-. Ross, debes ocuparte de tu propia sección antes de ayudar a los demás.

Observa a Ross buscando un carro y empujándolo al estante de los vídeos, con su rostro cada vez más escarlata. No regresa a su oficina hasta que tanto Ross como Jake están ocupados con su stock. Jake comienza a sentir las manos pegajosas por la aprensión mientras ahonda más en las profundidades de los estantes. Aparta los últimos libros y no ve allí detrás nada aparte de cemento, desnudo excepto por el rastro mugriento de una mancha sin forma. Cualquiera que fuera el libro que le puso nervioso antes, debe de haberlo metido en el carro sin darse cuenta.

Los cuatro estantes del carro están rebosantes de novelas románticas, y algunos más están apilados encima. Jake ha visto funerales más rápidos que el paso al que se atreve a moverlo hasta el montacargas. Introduce el carro en su interior tan pronto como la puerta se ha abierto lo bastante. Al tiempo que entra y aprieta el pegajoso botón. Ross intenta alcanzarlo. «Ascensor abriéndose», promete la voz mecánica, pero la puerta se cierra. El aparato desciende y se detiene en seco repitiendo la frase, esta vez con una voz, piensa Jake, no tan femenina. ¿Se está estropeando la grabación, o el montacargas entero?

Solo medio carro está afuera cuando las puertas se cierran sobre él. Apretar el botón de abrir no sirve de nada, y cuando lo intenta con las manos siente como si sus dedos se estuvieran hundiendo en el barro, una impresión alimentada por la tenue grisura. Por supuesto, las puertas tienen un filo de goma, y con no mucho esfuerzo finalmente consigue abrirlas. Rueda el carro tan deprisa, con la intención de sacarlo por completo, que dos libros con personal médico en la portada caen al suelo. Mientras los recoge, teme que las puertas aprovechen la oportunidad para dejarle encerrado ¿pero por qué iba eso a causarle tanta aprensión? Se yergue y sale disparado de allí para poner los dos libros en lo alto del carro, luego abre la puerta que conduce a la sala de ventas y tira de su carga justo en el último momento para que la alarma no lo delate.

Apenas ha empezado a ordenar los contenidos del carro cuando Ross emerge del corredor con otro, repleto de manuales de informática.

– Perdón porque se cerrara, no pretendía dejarte fuera -exclama Jake, lo que causa una sonrisa conciliadora de parte de Ross. Es también una sonrisa intranquila, pues el nuevo guardia los mira a ambos con desconfianza. Mientras Jake se pregunta si debe salvar a Ross de otro malentendido, Greg se acerca al guardia y le tiende la mano.

– No he tenido la oportunidad de presentarme antes, me llamo Greg.

– Frank -revela el guardia, tendiendo la suya.

– Ya ha conocido al jefe -dice Greg con su tono de segundo al mando-. ¿Conoce a los demás? Aquel es Ross, Angus, Madeleine (suele estar en la sección infantil), aquella es Lorraine, que se acaba de incorporar. -Va presentando, entonces hace una pausa para que digiera la información y añade-: Ese es Jake.

– Ya nos conocemos.

– Conectamos al instante, ¿verdad? Solo siento no haber podido darte la mano, como Greg -salta Jake ante la falta de entusiasmo de Frank.

Ambos lo miran con una repulsa similar y, piensa, tan mortecina como la niebla. Por un momento, incluso imagina que la acechante oscuridad tras la puerta a sus espaldas ha sido atraída por la promesa de una trifulca, o algo en la niebla lo ha hecho; se siente observado. Puede que sea Woody en el monitor de su oficina, o meramente el hecho de pensar en él. Es suficiente para que Jake se dé la vuelta, continúe con su trabajo y se obligue a ignorar la sensación, tanto como a Greg y Frank y a cualquiera que muestre su desaprobación. A las siete vendrá Sean, pero por ahora tiene que lidiar con los colores de los lomos de los libros, los cuales casi puede saborear mientras usa sus conocimientos del alfabeto: cereza, naranja, lima, limón… no importa que esté reduciendo los libros a poco más que a bloques de color pastel y a sí mismo al estereotipo que muchos de sus colegas asumen que es, más un decorador que un vendedor de libros. Lo único que sabe es que los colores están ayudando a aislar la grisura que ha cercado la tienda, y, si se lo permite, cercará también su mente.

Ross

Cuando Mad regresa de la reunión con Woody, parece llevar puesta una máscara capaz de anular su gesto de desconcierto. Ross recuerda haber visto antes esa expresión; cuando estaba intentando dejarlo. No tiene ni idea de si Mad espera que él muestre interés en saber lo que sucede, pero tan pronto como sus miradas se cruzan, la sigue hasta Textos Adolescentes.

– ¿Qué quería? -murmura Ross.

– Parece ser que no debí anunciar que el novio de Jake tenía que irse.

Lorraine quiere mostrarse en desacuerdo, aunque Ross no sabe si es el comentario de Mad lo que la trae desde la terminal de información o el hecho de verlos a ambos juntos.