– Necesito que firme mi informe.
– Lo haré encantado cuando eche un vistazo a la tienda. ¿Me ayuda?
El guardia se siente claramente intimidado por la visión de más de medio millón de libros, comenzando con los de la mesa repleta de Textos Tentadores cercana al felpudo de entrada. Woody enciende todas las luces del techo y gira a la izquierda, pasando el mostrador con las cajas registradoras y la terminal de información.
– Usted podría ir por el otro lado -sugiere.
– Si alguien está haciendo algo, lo cogeré.
Ronnie suena ansioso por atrapar a un malhechor. Enseguida empieza a buscar, por el pasillo de Viajes e Historia, donde Woody advierte, a través del escaparate a mano derecha, que las promociones necesitan renovarse. Le recordará a Agnes, o Anyes, como se hace llamar, que los clientes merecen ver algo nuevo cada vez que visiten Textos. Rápidamente pasa por los pasillos de Ficción y Literatura de Jill, frente al escaparate de la izquierda. No hay sitio para esconderse junto a la pared lateral (llena de cintas de vídeo, películas en dvd y discos compactos), y los estantes de la zona central solo llegan a la altura de los hombros de un adulto. La sección de Wilf está tan ordenada que se podría pensar que nadie se interesa ya en los credos, en las religiones o en lo oculto, pero cada libro tiene su público… ese es otro lema de Textos, convertido ahora en internacional. Entretanto, la cabeza de Ronnie se mueve de un lado a otro por los pasillos de Géneros de Ficción.
– Nada -dice cuando se encuentra con los ojos de Woody-, solo libros.
Woody no puede evitar tomárselo como algo personal. Nadie debería ser tan poco entusiasta teniendo Textos tal selección de libros que ofrecer; el comentario le molesta más incluso que la posibilidad de tener a un intruso.
– ¿Qué clase de libros lee? -le pregunta.
– Cosas divertidas -admite Ronnie, pasando ahora por la sección de Erotismo.
– La sección de humor está en el lateral.
Aunque Woody va con pies de plomo, Ronnie parece estar combatiendo el pensamiento de que se está riendo de él, así que Woody decide dedicar su atención al fondo de la tienda, donde está la sección Infantil. Parece que alguien hubiera soltado monos en esa zona. No deberían estar así al final del día; tendrá que hablar con Madeleine. Nadie se esconde tras las sillas, tendría que ser un enano para poder hacerlo, pero hay un libro abierto y boca abajo en la alfombra de Textos Diminutos. Es un libro de lectura con palabras de una sola sílaba en una página y una imagen de lo que representan en la siguiente. Seguro que Madeleine no ha podido dejar eso ahí; quizás al caerse activó la alarma. Woody comprueba que no está dañado y lo devuelve al estante. Para cuando se encuentra con Ronnie en Textos Tentadores, no ha descubierto nada más fuera de su lugar.
El guardia los mira de una forma extraña. Parece que algunos bestsellers han captado su atención. Woody está a punto de alentar su interés cuando Ronnie suelta de golpe su carpeta contra la pila de ejemplares de Ringo por Jingo.
– Toma eso, pequeño mamón.
Por mucho que odie a los Beatles o a su batería, nunca existen excusas para dañar un libro; Woody ve el resultado del ataque. Un mosquito da sus últimos estertores sobre la nariz del famoso músico. Ronnie despega el insecto con el pulgar y luego se lo limpia en los pantalones, dejando un rastro que parece de mocos en la nariz de Ringo Starr.
– Es eso del calentamiento global -murmura Ronnie-. El tiempo ya ni sabe dónde está.
Woody limpia la portada con su pañuelo hasta que no queda rastro del incidente. Está observando como el guardia escribe cuidadosamente una letra en la carpeta cuando comienza a atronar una canción por los altavoces. «Goshwow, gee and whee, keen-o-peachy…» Es la primera pista de un disco compacto que la dirección provee con la intención de animar a los empleados cuando están llenando de género una nueva tienda. Woody tiene que admitir que es una de las pocas cosas que le hacen avergonzarse de ser americano. ¿Y por qué se ha encendido? Quizá un error similar en el suministro de energía activó la alarma. Cuando apaga el reproductor que hay bajo el mostrador, Ronnie frunce el ceño.
– Me gustaba -se queja.
Woody ignora la petición implícita mientras el guardia escribe trabajosamente y finalmente le cede la carpeta y un bolígrafo roto por el uso. «Farsa alarma en la librería Texto, 00.28-00.49» es todo lo que pone, además de un manchurrón de tinta.
– Gracias por cuidar de mi tienda -dice Woody, tratando de incorporar el manchurrón a la primera vocal, pero en realidad ahora parece algo parecido al dibujo de un ojo morado.
– Es mi trabajo.
Suena como si Woody hubiera dicho demasiado. Quizá piensa que el encargado no debería tener ese sentido de la propiedad. Woody se ve tentado a revelar que es la primera sucursal de la que es jefe después de haber ido escalando puestos por las de Nueva Orleans y Minneapolis, pero si eso no significó lo bastante para Gina, ¿por qué iba a servir con el guardia? Ya era bastante malo que a ella no le gustara Fenny Meadows, y mucho peor que no supiera decir el por qué. Las impresiones no valen para nada si no puedes o no quieres convertirlas en palabras. No hay duda de que en Misisipi es donde debe estar, este tiempo no va con ella.
– Bueno, supongo que ya hemos acabado por esta noche -dice Woody, dándose cuenta demasiado tarde de que eso solamente va por él.
Ronnie arrastra su sombra hasta llegar a su garita, junto a Frugo, pasando por las tiendas y los locales vacíos, mientras Woody vuelve a encender la alarma. Los focos le hacen daño a los ojos hasta que se sube al Honda, pero no va a permitirse dejarse vencer por su cansancio hasta que no tenga la cabeza sobre la almohada. Saliendo por la incorporación a la autopista, los grafitis en el cemento de los pilares se encuentran con la luz de sus faros; palabras cortas y crudas, pintadas con letras primitivas tan gigantes, sospecha, como diminuto es el cerebro de sus autores. Esa es una clase de cliente sin la que Textos puede sobrevivir, y Woody espera que Ronnie y sus colegas los mantengan alejados hasta que la tienda tenga vigilancia propia. De cualquier modo, está seguro de que sus empleados están listos para cualquier desafío, y eso incluye la campaña navideña; aunque hubieran podido afrontarla con mucha mayor experiencia si la tienda hubiera abierto en septiembre. No pudo hacer nada respecto a eso; las obras del edificio se retrasaron por culpa de los constructores. Ahora en cambio sí puede hacer todo lo necesario y no debe esperar menos de sus empleados. No importa absolutamente nada dónde y cómo viva, si luego no se siente feliz respecto a la tienda. Quizá esa era la razón por la que Gina decidió no trabajar en ella; no le gustaba compartir la pequeña cama, aunque no estuvo fría mucho tiempo. Ese pensamiento le dibuja una sonrisa irónica en los labios mientras conduce por la autopista y la niebla se mezcla con las luces del complejo comercial.
Jill
El Nova de Jill necesita quince minutos para salir de Bury, donde los camiones de reparto han convertido la estrecha calle principal en un circuito de obstáculos. Otro cuarto de hora, apretando el acelerador, la conduce al complejo comercial de Fenny Meadows. La niebla la precede en su camino por el asfalto, y se extiende a través de los verdes y húmedos campos hasta las distantes montañas Pennines, un oscuro friso serrado recortado en el gris horizonte. Aparca detrás de Textos, cuya última letra de plástico parece un gusano gigante sobre el coche. Antes de salir acaricia la fotografía de su hija, colgada en el espejo del parabrisas.
– Podemos con esto, Bryony -dice en voz alta.
El vacío callejón de cemento entre Textos y la agencia de viajes Happy Holidays la conduce directamente hasta los libros de los que es responsable, o al menos hasta poder verlos por el cristal del escaparate. Ficción y Literatura no suena demasiado impactante, teniendo en cuenta que Jake lleva Géneros de Ficción, pero se ha quedado despierta toda la noche anterior intentando idear promociones. Su plan de pensiones se está volviendo séptico, le es imposible dejar de pensar, y todavía tiene que idear una manera de promocionar a Brodie Oates, el primer autor que visitará la tienda. Sus preocupaciones deben de haber encontrado un atajo para llegar a su cara; Wilf parece no estar seguro de cómo saludarla desde detrás del mostrador.