– ¿Crees que un niño sería capaz de hacerlo?
– Solo Ross dice que fue un niño, y no vio cómo era. Yo ni siquiera vi a nadie dentro del coche. -Posa su mirada en Ray, sin bajar su intensidad demasiado-. Además, apuesto a que muchos niños saben hacer cosas como esa, o incluso peores.
– Supongo que eso es posible.
– Decir que es mi culpa que el coche fuera robado es como decir que yo quería… que yo quería que Lorraine muriera.
– Por todos los santos, yo no lo vería así. Estoy seguro de que…
– Alguien quería -dice Mad, y contempla con odio el monitor de seguridad, a través de la puerta de Woody, donde figuras empequeñecidas hasta el enanismo vagan por el laberinto que es la pantalla-. Quizá cuando la policía haya terminado con mi coche puedan cogerlos.
– Eso esperamos. ¿Cómo has venido hoy?
– Mi padre cambió sus horas para traerme. Mis padres querían que me tomara un par de días de descanso, pero no creo que tenga derecho. Es como decir que a mí también me han hecho daño.
Ray pretendía apartarla de su dolor, pero parece incapaz de renunciar a él.
– Creo que eso es muy… -se siente obligado a comenzar a decir, pero no sabe cómo continuar. Se alegra de que Woody le dé una excusa para detenerse.
– Oh, aún estás aquí -le dice Woody a Mad, entrando en su oficina-. ¿Algún problema?
Se frota los ojos con el dorso de la mano, tan ligeramente que podría haber estado echando solo una mirada a su reloj.
– Solo me estaba reponiendo del interrogatorio.
– ¿Va a llevar eso mucho más tiempo?
– Ray dijo que podía coger mi descanso.
– ¿Eso te ha dicho? Entonces mejor que lo cojas. -Como si no pudiera o debiera oírlo, Woody se dirige ahora a Ray-: Al menos ha venido a trabajar.
– ¿Quién no ha venido?
– Ross ha llamado diciendo que está enfermo. La policía va a tener que ir a su casa.
– Espero que no sean demasiado duros con él -dice Ray, deseando que Mad no le oyera preguntar-: ¿Saben que él y, bueno, que él y Lorraine habían empezado a salir juntos?
– No por mí. ¿Me he perdido algo? ¿Lo sabías, Madeleine?
– Sí -se limita a admitir.
– ¿En serio? Una pena. Más o menos prueba lo que había pensado.
– ¿El qué? -se interesa Ray, ya que ella no responde.
– Según mi experiencia, no es bueno para la tienda que los empleados se acerquen demasiado entre sí.
– Oh -dice Mad.
– Según mi experiencia -repite Woody, como si no captara o no le importara el hecho de que ella podría haber pasado sin ese comentario-. La chica a la que te dije que telefoneé, Ray, no creo que tenerla aquí me hubiera ayudado a estar concentrado en mi trabajo.
Para guardar la dignidad de la persona referida y la suya propia, Mad se pone en pie y sale de la sala de empleados, donde Nigel sigue entonando sus saludos.
– Gavin. Greg. Jake. Agnes. Jill.
– No pongas ese tono o me harás llorar -suplica Jake.
– A mí también -le advierte Agnes a uno o al otro.
– La parte más dura fue contarle anoche a Bryony por qué estaba llorando -dice Jill-. Y podéis pensar que es una estupidez, pero me sentí culpable cuando me dijo que no recordaba quién era Lorraine.
– Me gustaría ver a alguien llamarte estúpida por eso -desafía Agnes.
Cuando Greg se aclara la garganta, Ray piensa que va a responderle, hasta que, presumiblemente para Nigel, dice:
– No queremos que los clientes vean a nadie alterado, ¿verdad? Podría espantarlos.
– No nos podemos permitir eso -dice Woody, que había estado observando cómo dos policías enanos dejaban la tienda, pero ahora entra en la sala-. Déjame hablar un momento, Nigel.
– Todos los que quieras. Es tu tiempo, después de todo.
– No, es el de la tienda -corrige Woody dejando suspender sus palabras en el aire un momento antes de continuar-: Vale, sé que todos estáis conmovidos y apenados por nuestra perdida. No seríamos humanos si no lo estuviéramos. ¿Quiere alguien decir algo?
– Deberíamos enviar flores -dice Jill.
– Ya están pedidas, en camino.
– ¿Cuándo es…? -comienza Agnes, y tiene que volver a intentarlo-. ¿Cuándo es el funeral?
– Creo que la próxima semana.
– Quizás alguno de nosotros debería ir -dice Gavin, sin rastro alguno de un bostezo.
– Claro, si es vuestro día libre o podéis cambiaros con alguien, pero he pensado otra manera de recordarla. Cada uno de vosotros y de los que no están aquí ahora os ocuparéis de medio pasillo de Lorraine. De esa manera no tendremos que contratar a nadie y es como decir que es imposible reemplazarla, lo que es cierto, ¿tengo razón? Y supongo que todos sabéis qué otra cosa significa eso.
– ¿Lo sabemos? -pregunta Greg, como si el resto de sus colegas no lo hubieran pillado.
– Todos tendremos que trabajar el turno de noche -dice Woody a un silencio que Ray imagina lleno de encogimientos de hombros y otras expresiones de incomprensión-. ¿Por qué no pensamos en ello como un tributo a Lorraine?
Greg muestra su entusiasmo emitiendo un sonido, Nigel emite algo que no llega a tal, hasta que se esfuerza un poco para alcanzar a su colega, al tiempo que Ray se acuerda de prestar atención y es consciente de que Woody puede haber acabado su discurso. El riesgo de ser sorprendido en las nubes le da un vuelco a su estomago. Enciende su ordenador, deseando que la pantalla gris muestre algo de vida. Los iconos van apareciendo de manera gradual, y se van rodeando poco a poco de colorido. ¿Qué significa el icono fino y rectangular bajo la columna de en medio? No recuerda haberlo visto antes, y no lleva ninguna palabra para su identificación. Está tentado de abrir el programa para ver qué es, pero en su lugar hace clic en «empleados».
El reloj de fichar pasa sus datos al ordenador, que los revisa antes de mandarlos a la oficina central. Abre el informe de empleados de noviembre y busca el nombre de Lorraine. Está copiando los detalles de cada uno de sus últimos días en un archivo distinto, cuando nota la presencia de un extraño en la pantalla. No es un nombre. Se le podría considerar una versión más pequeña del icono desconocido de antes, tan borroso que es difícil distinguir dónde acaba su contorno y dónde empieza el ligeramente más claro fondo. Al acercar la vista, pierde la perspectiva. Aparece en todas las entradas de los días que ha examinado hasta ahora; el uno de noviembre aparece en el primer minuto después de medianoche, al siguiente mediodía ocupa tres minutos, y el día siguiente cinco. Debe de estar mostrando las horas en las que un error afectó al sistema. Mientras va desplazando los datos de arriba abajo, está alerta para encontrar el símbolo. Siete minutos al mediodía del día cuatro, once la noche siguiente, trece en el sexto… Oye pasos a su espalda y se gira.
– Cálmate, Ray -dice Woody, abriendo las palmas-. Soy yo.
– ¿Te importaría echarle un vistazo a esto? Hay algo que no entiendo.
– Déjame ver.
Ahora suena más irritado de lo que antes estaba Ray, cuando le acusó de eso mismo. Ray le da la espalda y desplaza el contenido del documento de la pantalla hacia arriba, viendo en la parte inferior de la pantalla lo que parece el movimiento de un gusano escondiéndose en la tierra. La línea que indicaba la jornada laboral del manchurrón, de treinta minutos, ha desaparecido, sin dejar rastro. Cuando comprueba los días que ha tratado, y luego baja incluso hasta el último tumo, no encuentra rastro del intruso.
– ¿Estoy viendo algo? -dice Woody.
– No está, pero te enseñare la que creo que es la fuente.
Esto le parece a Ray tan urgente que cierra el programa sin salvar los cambios. Se queda desorientado al hacerlo, como si no hubiera hecho ninguno, y se altera más aún al ver cómo ha desaparecido el extraño icono del escritorio.
– Se ha enterrado -protesta.
– ¿Era algo vital?
– No lo sé, espero que no -desea. Al reabrir el programa de los horarios, teme que las entradas puedan estar corrompidas, pero parecen correctas-. Debe de haber sido una de esas cosas que los ordenadores hacen sin motivo -piensa en voz alta.