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– Mías.

Ray le alcanza cerca de Tvid, en cuyo escaparate hay una pareja gritándose en un programa de televisión que se emite por al menos una docena de televisores. En la puerta de al lado, Teenstuff, una chica flaca aunque embarazada está manoseando prendas de ropa que parecen ser blusas o faldas. En el escaparte de Baby Bunting hay varias filas de muñecas de trapo mirándoles con cara de circunstancias, como esperando que empiece el espectáculo; dentro de Stay in Touch, los empleados parecen insatisfechos con todos los móviles que están probando. Más allá de las propiedades desocupadas, llenas de tablones de madera cubiertos de grafitis, formas primitivas y breves pero ilegibles, un callejón conduce a una garita alargada, desde la cual suena la voz de un comentarista radiofónico que parece tener la boca llena. El señor Carey duda junto al callejón durante un momento, y luego sigue hacia delante. A la vez que la puerta del supermercado se hace visible, con sus ofertas escritas en letras tan grandes que solo pueden ser desafiadas por la niebla, se saca la llave de un bolsillo y usa las dos manos para apuntar hacia el Shogun rojo, que le saluda con un ruido de la bocina y un parpadeo de las luces.

– Solía ser el coche familiar. Lorraine lo quería, así que se lo dimos, aunque era demasiado espacioso -se siente con la necesidad de explicar. Ray teme que el señor Carey diga que ahora lo es más aún, pero se limita a entrar en el vehículo-. Gracias por preocuparse por mí -dice-. Me alegro de que Lorraine lo tuviera como encargado.

Ray agita la mano en un gesto que desea parezca estar restándole importancia a su labor y no al señor Carey. Observa a la niebla teñirse de rojo y volver a palidecer cuando el Shogun da marcha atrás. Los faros parecen atraer hilillos de oscuridad cuando el coche se va empequeñeciendo a medida que se acerca a la salida del complejo comercial. Las luces traseras aumentan de tamaño antes de desaparecer, como si pretendieran hacer creer que la mancha nunca estuvo allí. El rugido del motor se encoge hacia la autopista cuando Ray entra en Frugo. De repente, el encargo de Sandra parece una garantía de que nada amenaza a sus vidas ni a la de Sheryl.

Encuentra medias en la sección de Hogar y lleva dos paquetes unidos como hermanos siameses a una caja que regenta una chica con el pelo rubio extremadamente corto; la etiqueta en el pecho izquierdo de su delantal rosa dice «Trish». Cogiendo una bolsa de Frugo, sale rápido a enfrentarse a la niebla. ¿Puede haberse enfriado la temperatura? Intenta protegerse del frío con los brazos sin soltar su carga. La masa gris se arrastra a sí misma delante de él y le persigue desde el aparcamiento. Al pasar por el grafiti, una parte de condensación forma el contorno de una achaparrada figura descolorida con una masa informe por cara. Casi puede imaginar que la voz cacofónica procedente de la garita está usando esa boca para expresarse. La poco tranquilizadora idea le hace sentir perseguido, y una vez que está frente a Stay in Touch no puede evitar mirar atrás. Es capaz de captar movimiento tras un Toyota aparcado entre la niebla; un puñado de figuras borrosas agachándose para esconderse, ninguna más alta que la capota del coche.

Son niños, entonces. No puede presumir que estén conectados con la muerte de Lorraine, pero quiere hablar con ellos.

– ¡Esperad ahí! -exclama y corre hacia el coche. Oye ruido de retirada, pero extrañamente no suena igual que unos pasos normales. Está junto al Toyota cuando ve como la niebla absorbe a tres de las figuras en el desierto asfalto. No tiene ni idea de por qué duda antes de correr en su persecución. Son solo críos, a pesar de lo que los trucos que la niebla y sus nervios parecen estar deseosos de hacerle creer. Cuando la niebla deja ver un momento al trío, hace que parezcan estar unidos con ella, e incluso momentáneamente entre ellos. Mientras corre tras ellos a través del aparcamiento ve de reojo a las muñecas de Baby Bunting, lo que explica por qué la noción de las caras idénticas e inacabadas se ha afianzado en su cerebro. Las tres pequeñas figuras parecen estar arrastrándose en lugar de corriendo, por eso debe ser que sus pasos suenan como pies descalzos, o incluso más suaves, y aun así le están cobrando ventaja. Le es imposible identificar sus vestimentas; las briznas grises que oscurecen sus contornos deben de ser niebla, la cual también ha afectado a su colorido. Ahora se distrae con las siluetas de los árboles que aparecen en su campo visual, dos arbolillos y el tronco roto de otro. Pensaba que se estaba dirigiendo a los edificios en construcción, pero de algún modo ha regresado a la senda de Textos.

– ¿Dónde estás yendo, Ray? -le llama Woody a su espalda.

Se vuelve y ve a Woody con las manos en las caderas a la entrada de la tienda. Ray agita su mano libre hacia los arbolillos.

– ¿No ves que estoy…?

La mano permanece en el aire sin saber qué hacer, porque el asfalto está desierto.

– ¿Cómo? -grita Woody.

Ray se da la vuelta y camina de espaldas hacia él, escudriñando la niebla por si vuelven los niños.

– ¿Viste dónde fueron?

– No hablo con la espalda de nadie, Ray -le dice, y cuando Ray le encara, Woody añade-: Te vimos corriendo, eso es todo. Parecías perdido.

– Algunos críos están escondiéndose por allí. Pensé…

– ¿Ah, sí? Quizá quieras echar un vistazo, Frank -le dice al guardia, y este avanza camino del astillado tronco. Woody continúa-: Según creía, te estabas encargando del padre de Lorraine.

– Eso hice, lo llevé hasta el coche de su hija.

– ¿Te regaló eso por la molestia?

Está mirando la bolsa de Frugo, que chirría como si quisiera dejar más patente la culpabilidad de Ray.

– El coche estaba junto al supermercado y pensé que podría pasarme ya que estaba allí -explica Ray-. Cosas de mujeres, para mi esposa.

– No hay nada como la eficiencia, Ray.

»Podemos considerarlo tu descanso -dice Woody, y su mirada se aparta de Ray-. ¿Algo? -grita.

– No veo a nadie -responde la voz monocorde de Frank.

– ¿Hacían algo malo, Ray?

– Ya te lo he dicho, se escondían.

– Parece que muy bien. Supongo que lo hicieron porque alguien los perseguía. No hay por qué suponer que sean malos simplemente por el hecho de ser niños, ¿tengo razón? Son clientes potenciales. ¿O acaso los reconociste?

Ray ya ha tenido bastante. Está esforzándose por no temblar, y su camisa comienza a pegársele como un papel helado.

– No -dice, y entra en Textos seguido del chirrido de su bolsa.

Quizá la palabra o el sonido del plástico suenan desafiantes, porque la mirada de Woody parece provenir de unas profundidades que Ray preferiría no explorar.

– La próxima vez que dirijas una reunión de empleados, diles que en el futuro no abandonen la tienda sin decírmelo antes -dice, y entonces parece hablar para sí mismo aunque sin dejar de mirar a Ray-. No -decide-. Olvídalo. Yo me encargaré de todo. Es mi trabajo.

Connie

No se fue a la cama con Geoff por rencor hacia Jill. No fue idea suya ir a tomar algo al Oriente/Occidente después del cine, fue idea de Rhoda y de otra chica que Connie conoció en la universidad. No puso objeciones a la idea, sin embargo, y cuando vio a Geoff detrás de la barra no le importó admitirse a sí misma que había deseado que estuviera allí. Cuando llegó el momento de que Rhoda y su amiga se fueran, Connie renunció a que la llevaran a casa para seguir hablando con él; todo lo que pasó después fue decisión suya. Eso no quiere decir que perdiera el control, ni por asomo; incluso siendo una niña no podía soportar cuando otros niñas armaban escándalo, y las pocas veces que sus padres comenzaban a discutir en público, deseaba hacerse muy pequeña y desaparecer.

No hay motivo para que Jill tenga que saber de su noche con Geoff, sobre todo después de lo de Lorraine. ¿Entonces por qué fue tan dura con su escaparate? Quizá está nerviosa ante la primera visita de un autor a la tienda, pero eso no es una excusa. La controversia es publicidad, y seguramente la mejor manera de promocionar a Brodie Oates. Se promete a sí misma que le dirá todo eso a Jill cuando la vea, mientras se aleja con su coche de la acogedora y pequeña casa de dos dormitorios en Prestwich.