– Ya llegaremos a eso -impone su ley la organizadora-. Queremos saber qué se espera que entendamos del último párrafo.
– ¿Qué piensan? ¿Todos tienen ideas diferentes?
– Oigamos la suya primero. Su jefe decía que si alguien podía sacarle un sentido era usted.
Connie no se ha movido de detrás del mostrador para no avergonzarlo, no obstante necesita ocuparse de los folletos de los eventos. Se está paseando de lado a lado del mostrador cuando sus ojos vuelven a cruzarse; tiene la mirada de un animal y parece querer agarrarse a ella para protegerse.
– No puedo -dice, y se pone en pie como si un marionetista le hubiera tirado de un cordel invisible anclado a su cabeza. Se tambalea entre las sillas y parece estar a punto de huir corriendo-. ¿No podría hacer esto otra persona? -le suplica a Connie.
– ¿Qué pasa, Wilf?
– Yo… -duda, haciendo figuras en el aire con los dedos frente a su cara y pellizcando el aire como si estuviera intentando extraer algo de su cerebro-. Yo he…
– Será una migraña, ¿no? -le dice Agnes.
– No lo sé, nunca he tenido ninguna -dice, luego la mira con algo parecido a gratitud en sus ojos-. Antes -añade.
Connie se pregunta si Agnes pretende ahora adoptar el rol, no precisamente a petición de sus compañeros, de portavoz de las ideas y preocupaciones de los empleados, dejado vacante por Lorraine.
– ¿De verdad no vas a ser capaz de continuar, Wilf?
Sus ojos brillan como el asfalto envuelto en niebla de afuera.
– Lo siento, estoy decepcionando a todo el mundo.
Presumiblemente eso es un sí. Connie se encargaría del grupo de lectura, pero solo ha hojeado el libro. Levanta el teléfono más cercano y su voz resuena en el aire llamando a Jill.
– Hazle saber a tu gente que vamos a enviar a un sustituto -le dice a Wilf-. ¿Y ahora qué vas a hacer?
– No hay ningún sitio donde puedas echarte, ¿verdad que no? -dice Agnes-. Intenta sentarte con los ojos cerrados. No podrás conducir hasta casa.
– ¿Puedes continuar colocando después, Jill? -pregunta Connie para disfrazar la orden-. Al parecer, Wilf tiene una migraña y necesitamos alguien para hablar con su grupo sobre el libro de Brodie Oates.
– No sé si me gustó.
– Entonces no mientas. Hazles hablar, es tu trabajo. Están en Adolescentes. Baja directamente -dice Connie, cortando la llamada.
Wilf se ha retirado para darle a su grupo de lectura la noticia. La mujer de las trenzas le arroja su mirada y sus manos mientras Wilf se hunde en uno de los sillones cercanos a su sección, cerrando los ojos. Los abre casi instantáneamente, y mira los libros frente a él antes de cubrirse los ojos con una mano y hundirse aún más en el sillón. Connie está a punto de ofrecerle un paracetamol, pero Jill aparece con un vaso de agua y una aspirina. Una vez se la ha administrado, Wilf se vuelve a cubrir los ojos mientras Jill se dirige a Adolescentes sin mirar a Connie. Se sienta en el borde de una silla vacía y dice:
– Soy Jill. ¿A quién le gustó el libro?
Connie tiene que aguantarse y no hablar cuando Jill es recibida por un silencio. Al final, las dos jóvenes admiten que les gustó. Connie se quedaría para ver cómo Jill lidia con la mujer de las trenzas, pero eso no solucionará el tema de los folletos. Deja el mostrador a la vez que Woody entra en la tienda.
– Si ese tío devuelve algo más, házmelo saber -dice, tirando la cinta en el estante de Devoluciones-. Ha grabado encima.
– ¿El qué?
– Una de esas viejas películas históricas. Una de vuestras batallas, parecía. Ni siquiera se ve bien. No es de extrañar que no quisiera quedársela -dice Woody antes de reparar en Wilf y Jill-. ¿Qué ha pasado en mi ausencia?
– Wilf tiene una migraña -dice Agnes-. Jill se ha leído el libro.
– Dile que se siente arriba a recuperarse, por el amor de Dios -le dice Woody a Connie.
Va a dar un resentido paso adelante hacia Wilf cuando Agnes habla:
– Connie me dijo que debería preguntarte a ti lo de cerrar al mediodía para poder ir todos al funeral de Lorraine.
– Woody quiere que te sientes arriba para que no te vean los clientes -se apresura a decirle a Wilf para volver corriendo al mostrador a escuchar a Woody.
– ¿Por qué todos? Algunos de vosotros no os llevabais especialmente bien con ella, según recuerdo.
– Estoy segura de que a sus padres les gustará que vayamos todos.
– No saben cuántos empleados tenemos, ¿verdad que no? No tiene sentido cerrar cuando ya tenemos un empleado de menos. Y voy a tener que pedirles a todos los que quieran acudir al funeral sin ser su día libre que se apunten al turno de noche de la próxima semana. Espero que todo el mundo lo haga de todos modos, pues ayudarán a dejar la sección de Lorraine como a ella le hubiera gustado tenerla.
Agnes mira a Woody llena de incredulidad y Wilf se va a la sala de empleados. Connie le sigue, por si no es capaz de alinear bien la tarjeta con el lector de la pared, pero no era necesario, pues consigue hacerlo con suficiente destreza. A mitad de las escaleras, se gira para mirarla fugazmente, como si se sintiera perseguido.
– Siéntate en el escritorio de Ray para que los demás puedan descansar en la otra sala -dice Connie-. Es su día libre.
Wilf tira de los brazos de la silla de Ray y se sienta delante de la pantalla apagada. Connie enciende la suya y Wilf se coloca una mano delante de la cara. Borra el apóstrofo intruso y relee el documento; entonces descubre que la está espiando a través de sus dedos.
– ¿Hay algo más que creas que puedo hacer?
Cierra los dedos con tal fuerza que Connie teme que se pellizque los ojos.
– No -murmura.
La imagen en el monitor se mueve como la niebla. Al tiempo que la examina con atención para convencerse de que no sucede nada extraño, Angus entra en la sala de empleados y rellena su taza de café de la cafetera. Sabe que no rehusaría hacerle un favor a nadie. Está a punto de pedirle que eche un vistazo al documento, pero Agnes aparece desde el almacén.
– Angus, ¿trabajarás el turno de noche la semana que viene?
– Iba a hacerlo. He puesto mi nombre en la lista.
– No estaba diciendo que no debas hacerlo, solo que Woody dice que quien lo haga es libre de ir al funeral. Todavía pienso que deberíamos ir todos, lo conseguiríamos si pusiéramos de nuestra parte.
Ha levantado la mirada y la voz en dirección a Connie, que intenta ignorarla centrándose en la pantalla. Cuanto más se concentra, menos significado encuentra a las palabras que aparecen frente a ella, incluso cuando Agnes regresa al almacén. Connie decide imprimir una hoja por si los posibles errores se pudieran ver más claros sobre el papel, y Woody aparece corriendo desde abajo, canturreando la melodía con la que los altavoces castigaron a todo el mundo durante las semanas previas a la apertura de la tienda: «Goshwow, gee and whee, keen-o-peachy…».
– Tenemos que mantener alto el ánimo -le comenta a Angus-. Este es el hombre que necesitamos.
– Casi he terminado mi descanso -le asegura Angus, dando un gran sorbo de su taza.
– Oye, no hay necesidad de atragantarse. Voy a pedirte ayuda, pero para la semana próxima. No tuviste mucha relación con Lorraine, ¿verdad? No eras uno de su panda, si es que tenía una.
Un furioso tintineo de libros contra un carro proveniente del almacén es seguido de un silencio similar a una respiración sostenida.
– Solo la conocía del trabajo -admite Angus.
– Entonces no te importará faltar a su funeral, ¿verdad? Estarás dejando un lugar para alguien que realmente quiera ir.
– ¿No se preguntarán sus padres por qué no fui?
– ¿Los conociste?
– Aún no, pero…
– Entonces supongo que no saben que existes. Solo les alteraría si alguien le diera más importancia, y no necesitan eso ahora, ¿verdad que no? ¿Quedamos en eso, no? Puedo contar contigo.