– Solamente han sido estos -se defiende Mad, buscando torpemente los libros en cuestión, ahora escondidos tras los del pedido de hoy.
– Si crees que necesitas ayuda, habla con el encargado de tu turno -le dice Woody a su espalda.
No la necesitaría si anoche alguien hubiera ordenado su sección durante su ausencia. Preferiría no hablar mal de sus compañeros, ella puede cargar con la culpa sola. Woody la deja descargando sus libros, pero está segura de seguir sintiendo su mirada. Deja escapar una risa nerviosa al volverse y comprobar que está sola en el almacén. Acelera el paso, aunque el carro de los libros hace tanto ruido que no podría oír nada que sucediera a su espalda. Al menos es capaz de meter a duras penas los libros en el montacargas, pulsar el botón de bajar y escapar de allí. No le atrae la idea de encerrarse en la lentitud del montacargas.
Devuelve el carro a su lugar y abre la puerta de par en par, entonces acelera con sus libros antes de que pasen treinta segundos y la alarma se dispare. Para cuando la pestaña de metal choca y la puerta se cierra, Mad ya está en la sección de Adolescentes, donde hay cantidad de libros que tienen que hacer hueco para dar entrada a otros nuevos. No ha dejado de sentirse observada, aunque Ross no la está mirando; está en una caja, y Lorraine en la terminal de información. Woody podría verla desde el monitor de su despacho si quisiera, en tal caso la vería vaciar su carro hasta menos de la mitad antes de su pausa para comer de las seis.
Aparca su carro junto a la puerta de Pedidos y corre escaleras arriba. Los carros nunca deben permanecer desatendidos en la sala de ventas, no sea que un crío, o cualquier persona, tropiece con uno, se haga daño y demande a Textos (como pasó en Cape Cod). Llena de café, de la cafetera color marfil, una taza amarilla de Textos, y se sienta a comerse su cena de Frugo; ensalada de soja y gambas. Suena delicioso, pero tiene un regusto grumoso que le recuerda a restos de comida de un picnic recogidos del suelo. Come directamente del envase sin pensar en ello, ya que al mismo tiempo selecciona preguntas de varios libros para su primer trivial para niños. Cuando Jill ficha al final de su turno, Mad le pregunta si son demasiado difíciles.
– Bryony podría responder a la mayoría -dice Jill con cierto orgullo.
– Deberías traerla, puede que ganara.
– Ese día se queda con su padre. -El alargado rostro de Jill es quizá demasiado grave para andar solo por la treintena, y las arrugas alrededor de sus ojos no son precisamente producto de un exceso de sonrisas. Se pasa una mano entre el cabello rojizo, domado solamente por lo corto del estilo de su peinado-. Le preguntaré qué prefiere hacer -dice.
Mad menciona que ella y Ross son ahora solo amigos, y casi todos los del turno de Jill lo oyen. Gavin desata un bostezo que atenaza sus pesados párpados y pronuncia su ya de por sí alargado rostro, acercando la afilada nariz hacia la puntiaguda barbilla. Agnes no parece segura de si mostrarse triste por ella o darle ánimos. Todos fingen no estar pendientes de Ross cuando lo ven subir por las escaleras. Lorraine está cerca de él, detrás, y rompe el incomodo silencio.
– ¿Puedo coger libros de tu carro de abajo, Madeleine?
Parece a punto de irrumpir en una carcajada. Mad piensa eso a veces de la risa de Lorraine, que guarda relación con los caballos que suele montar, y su acento, con ambiciones de distanciarse lo más posible de Manchester; su tono parece forzado porque sus brillantes labios son más pequeños de lo que su rostro requiere. Lorraine eleva su ceja izquierda como un arco de signo de interrogación compuesto de vello dorado, y Mad se levanta para alimentar a la papelera con lo que queda de ensalada.
– Lo estoy usando, Lorraine. Ahora voy a seguir con ello.
– No has acabado tu descanso, ¿verdad? Seguro que no quieres pasarte lo que te queda de él en el almacén.
– No, pero necesito adelantar trabajo.
– Dile a la dirección que te conceda más tiempo entonces.
Mad enjuaga la taza sobre el fregadero, que está a rebosar de otras exactamente iguales a la suya y de platos y otros utensilios. La seca con un trapo de Textos y la mete en el mueble sobre el fregadero; al volverse descubre que Lorraine sigue mirándola.
– Si alguien hubiera dejado los libros ordenados anoche y otras noches que yo no estaba, no me haría falta mucho más tiempo -se queja Mad. Lorraine levanta la vista como si arrojara al cielo una plegaria o estuviera examinándose las cejas, un gesto que provoca en Mad cierta irritación-: ¿Quién se encargaba de hacerlo anoche? ¿Tú, Lorraine?
A la destinataria de la pregunta se le abren los ojos aún más, pero no aparta la mirada de donde está hasta que Gavin dice:
– Creo que sí, le tocaba a Lorraine, ¿verdad?
– Puede ser -le confirma Lorraine, lanzándole de inmediato una mirada feroz-. Recuérdanos qué tiene esto que ver contigo, Gavin.
Su bostezo podría servir como respuesta.
– ¿No decías que los empleados deberíamos permanecer unidos, Lorraine? -comenta Ross.
– Dios mío -espeta Lorraine mientras se dirige hacia la puerta-. Si los chicos van a aliarse entre ellos, es mejor que las chicas les dejemos con sus asuntos.
Nadie quiere que parezca que la sigue, sin embargo Mad lo hace y se abre camino hacia el almacén. Se mueve ágilmente, para ser más rápida que nunca, empujando el carro hacia la sección de libros para adolescentes, pero acaba por detenerse en seco, como si alguien la hubiera agarrado por el cuello. Media docena de libros, no, más, han sido girados y colocados con el lomo hacia dentro en los estantes inferiores desde que se salió a su descanso.
¿Ha pensado alguien que sería divertido darle trabajo adicional? Mira a su alrededor buscando al villano, pero no hay nadie. Da unos pasos atrás, lentamente, desafiando a los demás libros a que estén fuera de sus lugares. Ray aparece trotando desde el mostrador de información. Su generoso y rosado rostro mofletudo ha adquirido la expresión paternal habitual de cuando se dirige a una reunión.
– ¿Has perdido algo? -le pregunta.
– La cabeza es lo que perderé si tengo que seguir aguantando esta situación.
Ray se pasa la mano por los cabellos pelirrojos, despeinándose más si cabe.
– ¿Y a qué viene eso? Estamos luchando por la liga, Mad.
Ya sabía que el fútbol es la segunda cosa más importante en la vida de Ray después de su familia, pero no comprende qué tiene que ver eso ahora.
– Mira lo que alguien ha hecho mientras estaba arriba en mi descanso.
Camina tras ella hasta el lugar del crimen y dirige su mirada hacia donde Mad le señala.
– Bueno, no he visto a nadie. ¿Y tú, Lorraine? Estuviste aquí antes -dice una vez que ha dejado de torcer la boca y tragar saliva.
Lorraine estaba vagando arriba y abajo por los pasillos. No acelera en absoluto para acercarse a la sección de Mad.
– No había nadie -dice, después de una pausa para levantar las cejas.
– No te descartes a ti misma -dice Mad.
– Nunca tocaría tus libros -dice Lorraine, como si fuera demasiado superior a ellos, o a Mad, o a ambos.
– Querrás decir que no los tocarías otra vez, como hiciste anoche.
– Señoras -murmura Ray-. ¿Podemos intentar seguir adelante? No queremos que nadie piense que nosotros los de Manchester no nos movemos al mismo son.
No hay duda de que lo que tiene en mente no es otra cosa distinta a cánticos de fútbol. Las arrugas en la frente de Lorraine evidencian cuánto odia ser asociada con el fútbol y con Manchester, algo que divertiría a Mad si el siguiente paso no fuera hacer la pregunta lógica.
– ¿Entonces qué hacías en mi sección?
– Estaba buscando un carro, como ya sabes. ¿Has terminado con este ya?
– Echa una vistazo en el montacargas a ver si hay alguno.
– ¿Todo arreglado entonces? -dice Ray esperanzado-. Supongo que antes se te pasaron esos libros, Mad. Solo te llevará un momento arreglarlo, ¿no?